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Luis Herrero Goldáraz

Nuestro imperceptible momento estelar

El destino inmediato del madridismo se decidió el pasado sábado, aunque no por lo que la gente se piensa.

El destino inmediato del madridismo se decidió el pasado sábado, aunque no por lo que la gente se piensa.
Cordon Press

"Han de transcurrir millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar de la humanidad". El misterio que los produce es difícil de descifrar. "Así como en la punta de un pararrayos se concentra la electricidad de toda la atmósfera, en esos instantes, y en el más corto espacio, se acumula una enorme abundancia de acontecimientos. Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide. Un único , un único no, un demasiado pronto o un demasiado tarde hacen que ese momento sea irrevocable para cientos de generaciones, determinando la vida de un pueblo entero e incluso el destino de toda la humanidad". Para Stefan Zweig, los momentos estelares de la humanidad no tienen por qué ser la conclusión absoluta de un logro, el golpe definitivo que selle una conquista, la última frase escrita al final de la página en la que el poeta sellase su billete a la inmortalidad. Suelen ser más sutiles. Un ligero golpe de azar. Un cambio de acontecimientos incomprensible. La sucesión inoportuna de una serie de vicisitudes en las que nadie se fija pero que determinan calladas el desenlace final.

Para él, por ejemplo, la batalla de Waterloo no se decidió con el arreón definitivo de las tropas de Wellington. Se decidió un poco antes, cuando el mariscal Grouchy, incapaz de adaptarse a las necesidades de la batalla que ya tronaba a su espalda, decidió continuar con las órdenes caducas que había recibido de Napoleón un día antes y extravió a un tercio de la Grande Armée en la persecución de unas tropas prusianas que ya le habían dado esquinazo. Durante una jornada fatal, el gran refuerzo del ejército que habría decidido la historia no acudió a socorrer a su patria. Prefirió quedarse atrapado en la retaguardia, acechando fantasmas.

Bien. Podemos concluir que el destino inmediato del madridismo se decidió el pasado sábado, aunque no por lo que la gente se piensa. El repentino "no" de Mbappé a Florentino, el "demasiado tarde" que tal vez lamentará en unos años, ha aportado la oportunidad perfecta para recordar que la mayor victoria en el fútbol consiste en levantar el trofeo, no en firmar el fichaje ideado para llegar hasta él. Algunos parecíamos haberlo olvidado.

En este gran fin de semana del fútbol europeo, toda Francia, igual que aquel tercio del ejército napoleónico extraviado a las órdenes de Grouchy, sigue empeñada en su triunfo de haber dado caza a Mbappé y no en ese otro más certero que es levantar la Orejona. Es curioso verles celebrar con arrebato la consecución de una simple escaramuza que ni siquiera les garantiza absolutamente la victoria futura. Aunque tampoco es su culpa. Hasta hace unos días, gran parte del madridismo seguía obcecado por la misma equivocación. Por suerte, ahora, gracias a un inextricable designio del destino, la afición se ha desembarazado de esa carga antes incluso de tener opciones de escogerlo. Ya no persigue un fantasma, y por eso camina con los hombros ligeros hacia el escenario mítico. Por fin respira en su pecho liberado un aliento de victoria y una exhalación de gloria. Sabe que la lucha será incierta y que la derrota acecha. Nada está escrito todavía. Pero, como casi siempre antes de que un gran acontecimiento histórico coja forma, siente que un único instante ha decantado la balanza antes de que nadie pudiese reconocerlo. Ahora tiene la mente abierta a lo que importa. Y espera, dentro de muchos años, poder recordarlo. Llevar su mirada hacia atrás y decir que fue justo entonces, a una semana del desenlace definitivo, cuando otro momento estelar tuvo lugar. Que fue en lo peor de una tragedia ajena cuando se decidió la Decimocuarta.

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