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Marcel Gascón Barberá

Alta política en la frontera

También de Venezuela se decía que no podía convertirse en Cuba, alerta la heorica María Corina Machado a los colombianos.

También de Venezuela se decía que no podía convertirse en Cuba, alerta la heorica María Corina Machado a los colombianos.
María Corina Machado | Cordon Press

María Corina Machado volvió esta semana a la frontera colombo-venezolana para arropar a sus compatriotas forzados a emigrar al país vecino, unir fuerzas contra el régimen chavista con los liberales colombianos y apoyar al candidato de la derecha a la presidencia de Colombia, Iván Duque, para conjurar el peligro de una revolución de izquierda en ese país. En esta nueva visita a la frontera, Machado mostró la misma energía que había desplegado semanas atrás, cuando, en el mismo Puente Internacional Simón Bolívar que centenares de venezolanos inundan cada día en su huida desesperada, recibió de los expresidentes Uribe y Pastrana y de quien será vicepresidenta de Colombia si Duque gana la segunda vuelta del 17 de junio. Los dos encuentros en la línea que divide a los dos países se caracterizaron por su profundo significado histórico, y reunieron todos los elementos que definen la alta política.

Empezando por un simbolismo poderosísimo y lleno de sustancia. María Corina saludó a socios y compatriotas y pronunció sus discursos apoyada en la valla que separa los dos países: ella del lado de Venezuela, de donde la dictadura le ha prohibido salir, y los expresidentes y candidatos, de la parte colombiana. Machado –que fue despojada por el chavismo de su escaño de diputada y es la dirigente política más vehemente dentro de Venezuela contra la negociación de la oposición con el Gobierno de Maduro– reivindicó la hermandad de dos pueblos que han vivido históricamente en una concordia que el chavismo sacrificó con su apoyo a las guerrillas y el narcotráfico, sus constantes caricaturas racistas de los mandatarios de Bogotá y la deportación, hace tres años, de cientos de migrantes colombianos. En la lograda puesta en escena de estos actos fronterizos, la valla representa de forma inapelable la acción separadora del Estado opresivo y sus políticas de discordia. El vínculo entre las dos naciones no es en el discurso de María Corina y sus aliados colombianos mera exaltación retórica. Su vigencia debe concretarse en un movimiento democrático y libertario que derrote al totalitarismo en un lado y cierre el paso a la amenaza del populismo antisistema –representada por el candidato Gustavo Petro, exguerrillero y en su día chavista– en el otro.

También de Venezuela se decía que no podía convertirse en Cuba, advirtió María Corina sobre quienes desechan todas las alarmas ante una posible presidencia de Petro, que en los últimos meses se ha desmarcado de Maduro, consciente de la pésima fama que le reportaría seguir apoyando al mandatario venezolano. Como Chávez en su día, Petro ha entusiasmado a lo más granado de la izquierda internacional, como el Nobel sudafricano John Maxwell Coetzee o el economista francés Thomas Piketty. El petrismo exhibe estos nombres como una garantía de fiabilidad, como si el apoyo de este tipo de intelectuales no hubiera sido históricamente una prueba de lo contrario. Esta semana, en el Puente Simón Bolívar, Machado comparó a este Petro con aquel Chávez, y pidió a los colombianos que no se dejen engañar por eficaces campañas de blanqueamiento. "Hace veinte años [cuando los votos llevaron al poder a Hugo Chávez], los venezolanos vivimos una situación similar a la que hoy viven los colombianos. También tuvimos una opción. En ese momento se puso en práctica todo el aparato de la propaganda comunista, los intereses más oscuros con todo el dinero, y entonces nos dijeron: Venezuela no es Cuba, no le hagan caso a las cosas que Chávez dice, y eso no va a pasar. Y pasó. Y miren el resultado, acabaron con todo".

Una de las grandes virtudes de María Corina es que no tiene miedo a las palabras grandes, a las ideas, y que no rebaja la política a una actividad meramente utilitaria, sin fondo intelectual ni incidencia histórica. Al contrario que muchos otros políticos opositores venezolanos, que han querido reducir a la corrupción y la negligencia el recurrente crimen histórico que es la revolución chavista, Machado no ha dejado nunca de exponer la naturaleza eminentemente ideológica del monstruo, que ha hecho mucho más daño por su fidelidad a las ideas rojas de venganza y control social que por haberlas traicionado o haberse apartado de ellas.

En la frontera o Puerto La Cruz, en Maturín o Caracas, el estilo de María Corina es enfático, grave, sentimental y dramático, y muchos la han ridiculizado por ello. Pero ¿en qué otro tono se puede denunciar un proyecto político que ha forzado al exilio a millones, ha destruido –y continúa haciéndolo– los ahorros de todo un pueblo y, mientras resucita enfermedades erradicadas, condena al hambre, el terror y la falta de medicinas a un país que dejará de producir hasta petróleo?

Sin hazañas personales que la avalen, la épica resulta ridícula. Machado tiene más que resuelto este capítulo. Crítica desde el primer momento de la vocación totalitaria de Chávez, sobre la que nunca se engañó, ha pagado su posicionamiento con la revocación de su acta de diputada y la inhabilitación política que pesa sobre ella, con expropiaciones de bienes familiares, restricciones a su libertad, amenazas y calumnias constantes en los medios y tribunas públicas. Nunca, pese a todos los atropellos sufridos, ha intentado emigrar, ni ha concedido al miedo un milímetro en su forma de pensar y ver las cosas.

Su pasión política está lejos de haber viciado sus diagnósticos, y cualquier mirada a su trayectoria permite ver que siempre acertó en lo fundamental: cuando descubría al lobo castrista bajo el traje en que se enfundaba el militar golpista y en su negativa a creerse todos los diálogos, que no han traído más que represión redoblada y un mandato espurio de 6 años para el sucesor de Chávez.

Las visitas de María Corina tienen también el acierto de la oportunidad política. Un régimen que ataca a balazos hasta a los enfermos que protestan porque no tienen acceso a tratamiento, que ejecuta a sangre fría y secuestra a familiares para apresar a exiliados, no cederá el poder por una insurrección ciudadana. El Ejército, por su parte, está infiltrado hasta el tuétano por la inteligencia cubana. Todo atisbo de decencia ha sido eliminado de los cuarteles con los recientes arrestos masivos de militares, y la idea de un golpe interno parece cada vez más improbable. En esta situación, es la presión internacional, con Estados Unidos y los países de la región en vanguardia, el frente que más daño puede hacer al chavismo, y a él apela Machado con sus viajes a la frontera. La victoria de Duque en Colombia, a la que trata de contribuir la venezolana, es crucial para evitar que la presión sobre Maduro desfallezca en su punto de fuerza más importante, como previsiblemente ocurrirá si Petro llega al poder. Un presidente uribista como Duque parece la mejor forma de mantener la beligerancia contra el régimen chavista en la zona, cuando no redoblarla con sanciones económicas que comprometan más todavía la viabilidad del régimen y, aunque solo sea como amenaza desestabilizadora, la posibilidad de una intervención armada exterior que ponga fin a la condena de miseria y humillación a la que están sometidos los venezolanos.

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