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Pablo Molina

El presidente que necesitaban los ayatolás

Ruhaní no tiene la menor intención de abandonar la carrera atómica. Y estará a las órdenes de Jamenei.

Ruhaní no tiene la menor intención de abandonar la carrera atómica. Y estará a las órdenes de Jamenei.

La victoria de Hasán Ruhaní en las elecciones presidenciales iraníes del pasado viernes fue recibida con celebraciones callejeras en los barrios más populosos de Teherán y expresiones de alivio en las cancillerías occidentales. Su perfil moderado, aseguran, permite aventurar ciertos cambios internos y externos que mejoren la condición del pueblo iraní y el estatus internacional del régimen, fuertemente condicionado por el programa nuclear, que Mahmud Ahmadineyad aceleró notablemente a lo largo de su mandato.

El programa político que Ruhaní ha defendido en estos comicios era, en efecto, el más aperturista de los presentados, pero ¿es suficiente como para confiar en un cambio notable en Teherán?

Lo primero que hay que señalar es que la victoria de Ruhaní, que no ha precisado de una segunda vuelta tras haber conseguido más del 50% de los votos, sólo ha sido posible después de que el Consejo Supremo eliminara las candidaturas verdaderamente opositoras (incluso las de los considerados centristas, como el expresidente Rafsanyaní) y de que el aspirante tolerado con un perfil más reformista, Mohamed Reza Aref, decidiera retirarse de la carrera electoral siguiendo el consejo del expresidente Mohamed Jatamí, tenido por el campeón de los moderados, para evitar una victoria de los candidatos del ala dura. Esta combinación de circunstancias ha permitido a Ruhaní acaparar en solitario los votos de los sectores más aperturistas de la población y le han otorgado una victoria incontestable que en otras condiciones muy probablemente no habría tenido lugar.

Hasán Ruhaní, seguidor del ayatolá Jomeini en los albores de la revolución, está considerado un fiel partidario del expresidente Rafsanyaní, en cuyo Gabinete sirvió como secretario del poderoso Supremo Consejo Nacional de Seguridad, puesto en el que se mantuvo durante la presidencia de Jatamí. Entre 2003 y 2005, el presidente electo fue el responsable de las negociaciones con EEUU y el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el programa nuclear de los ayatolás: Ruhaní estaba y sigue estando convencido de que la República Islámica debe convertirse en una potencia atómica.

Los Gobiernos occidentales han saludado su elección como una oportunidad para evitar la amenaza nuclear del régimen iraní a través de la apertura de nuevas negociaciones sobre su programa de enriquecimiento de uranio. Pero Ruhaní no tiene la menor intención de abandonar la carrera atómica. Para que no queden dudas al respecto, lo ha dejado bien claro en una sugestiva entrevista que concedió a comienzos de la pasada semana al diario árabe Asharq al Awsat, radicado en Londres, en la que hace un repaso a los principales objetivos de su programa de gobierno.

En dicha entrevista, Ruhaní asegura que el programa nuclear iraní sólo tiene fines pacíficos y que, por tanto, está dentro de la legalidad internacional. A su juicio, la campaña internacional contra el mismo está "alimentada y dirigida primera y principalmente por Israel, al objeto de distraer la atención internacional no sólo de su propio y peligroso programa clandestino de armamento nuclear, sino de sus políticas y prácticas inhumanas y desestibilizadoras en Palestina y Oriente Medio".

Ruhaní declaró al citado rotativo que tiene intención de conseguir la liberación de los activistas encarcelados en las protestas por las elecciones fraudulentas de 2009, que le fueron otrogadas a Mahmud Ahmadineyad. Su experiencia como consejero de seguridad nacional durante dieciséis años, asegura, le permite saber cómo manejar a los disidentes, aunque el futuro de los opositores, como todas las cuestiones importantes para la seguridad interior y exterior del país, no depende de él sino del Líder Supremo, Alí Jamenei, y su Consejo de Guardianes de la Revolución.

En cuanto a Siria, Ruhaní defiende sin matices la injerencia de Irán en el conflicto en defensa del régimen de Bashar al Asad, "el único de la región que resiste las políticas y prácticas expansionistas israelíes".

A tenor de lo que traslucen sus propias palabras, es difícil catalogar a Ruhaní como una figura moderada, salvo por su comparación con el resto de aspirantes aprobados por los ayatolás. Ahora bien, puede desempeñar a la perfección el papel que la clase dirigente iraní necesita para hacer olvidar cuanto antes al nefasto Ahmadineyad. La facilidad para el exabrupto del todavía presidente y su capacidad para fabricar enemigos en el exterior, su fracaso en la gestión de la economía y el enfrentamiento abierto que mantiene con los clérigos liderados por Jamenei exigían un sucesor capaz de revertir la imagen agresiva del régimen pero sin modificar un ápice sus objetivos últimos, el principal de los cuales es salvaguardar el programa atómico. La imagen más amable de Ruhaní y su experiencia internacional pueden servir para aliviar el embargo que pesa sobre las finanzas y el petróleo iraníes, lo que supondría una importante mejora en las condiciones actuales del pueblo iraní, duramente castigado por la gestión de Ahmadineyad.

Si el flamante presidente consigue entablar nuevas negociaciones con las potencias occidentales a cambio de un alivio del boicot que padece el país, habrá cumplido con el principal objetivo que el régimen se ha marcado para esta nueva etapa, una vez eliminado el escollo que suponía la presencia del delirante Ahmadineyad. En el resto de asuntos, tendrá muy poco o nada que decir. El Líder Supremo y su cohorte van a seguir llevando las riendas.

© elmed.io

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