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Pablo Molina

Sánchez bueno, Iglesias malo

el voto de los podemitas a favor de Puigdemont es, en último término, un favor al presidente del Gobierno.

el voto de los podemitas a favor de Puigdemont es, en último término, un favor al presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez y su socio Pablo Iglesias. | EFE

Los fieles al régimen del 18 de Julio, es decir, toda España –y muy especialmente la alta burguesía vasca y catalana–, disculpaban a Franco ante algún sonoro despropósito culpando a los ministros, que actuaban a sus espaldas traicionando su confianza y, además, no daban la talla. El argumento tiene todavía gran predicamento en los grupos sometidos a la férrea disciplina de un líder, cuya autoridad quedaría cuestionada si se admitiera que es un patán capaz de traicionar la confianza de sus seguidores en busca únicamente de su propio interés. No es casual que los políticos leviten cuando tachan en su presencia de inútiles a sus colaboradores, duras invectivas que matizan por obligación, pero con las que están absolutamente de acuerdo, porque eso les convierte en seres de luz bendecidos por el acierto en todas sus decisiones.

Con Sánchez opera ese mecanismo en mayor medida, incluso, que con sus predecesores, dado el pavoroso nivel de incompetencia que viene acreditando desde que se encaramó a la presidencia del Gobierno. Cuanto mayores son las carencias del líder, más hay que aislarlo de las catástrofes cotidianas para tratar de mantenerlo en el poder, algo que en la Moncloa saben muy bien. 

La votación del Parlamento Europeo para retirar la inmunidad parlamentaria a ese grotesco Trío de la Barretina capitaneado por Puigdemont es el último ejemplo de esa habilidosa gestión de la imagen pública desde una perspectiva nacional. El PSOE vota a favor de que el sedicioso y sus conmilitones comparezcan ante la Justicia y Podemos a favor de que sigan riéndose de los tribunales y de los españoles. Conclusión: Sánchez es un gobernante serio que actúa con sentido de Estado e Iglesias un botarate radical al servicio de las peores causas.

Total, Sánchez es bueno; el malo es el del moño, que lo traiciona una y otra vez. Sin embargo, ambos comparten Gobierno y dependen de los partidos separatistas para mantenerse en el poder, de manera que el voto de los podemitas a favor de Puigdemont es, en último término, un favor a Sánchez. Por eso, tal vez lo más prudente sea aceptar que ambos son malos para España, y que si el PSOE no ha ordenado a sus eurodiputados arrastrarse ante el separatismo es porque Iglesias ya cumple gustoso esa función, no porque Sánchez haya sufrido un repentino ataque de decencia. Que podría ser, no decimos que no, pero, visto lo visto, no parece que el personaje sea proclive a padecer un arrebato de dignidad. 

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