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Pablo Planas

El virus y las mentiras de Torra

Es difícil ser más miserable, pero desde aquel infausto agosto de 2017 no cabe esperar de los nacionalistas nada más que reacciones a la altura de su mezquindad.

Es difícil ser más miserable, pero desde aquel infausto agosto de 2017 no cabe esperar de los nacionalistas nada más que reacciones a la altura de su mezquindad.
EFE

El individuo que preside la Generalidad catalana a falta de que se haga efectiva su inhabilitación pretende hacer creer a la población que las autoridades autonómicas de la región han ido por delante de todos los Gobiernos autonómicos y del Gobierno de España en la adopción de medidas frente al coronavirus. Es falso, como cabía esperar de la procedencia de tal especie. En Cataluña, como en el resto de España, las autoridades sanitarias fallaron en el pronóstico de manera clamorosa.

El secretario de Salud Pública de la Generalidad, Joan Guix (el equivalente catalán al doctor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Gobierno), manifestaba el pasado 24 de febrero que un escenario como el de Italia era "poco factible" en Cataluña y ponderaba el sistema sanitario catalán en términos ditirámbicos, el colmo de la prevención, la detección y la protección.

Días más tarde, el 9 de marzo, insistía en tan feliz y optimista tesis y en una entrevista en la emisora oficial de la Generalidad aseguraba que carecía de sentido aplicar en Cataluña las medidas de Madrid, Vitoria e Italia porque en Cataluña se mantenía el control de la trazabilidad de los contagios. Preguntado sobre si había que cerrar guarderías, escuelas y universidades, respondía que "en absoluto" porque "la situación es bastante diferente". A mayor abundamiento, afirmaba que "nos sigue preocupando más la gripe que el coronavirus", aunque concedía respecto al Covid-19 que "no lo hemos de banalizar". Sin embargo, aportaba el dato de que la gripe ya había matado a "45 o 46 personas en Cataluña en lo que llevamos de temporada y más de quinientas personas ingresadas graves". Ese día, Guix insistía en que en Cataluña no se iba a producir el colapso hospitalario de Italia "a no ser que nos estemos equivocando mucho". "No prevemos tensiones en el sistema, no prevemos un desbordamiento del sistema", reiteraba el alto cargo.

El día 11, el consejero de Enseñanza, Josep Bargalló, se tomaba a broma la posibilidad de cerrar los centros educativos. "No hay ningún motivo para proceder al cierre global de las escuelas", afirmaba en rueda de prensa. El 12 admitía lo inevitable. Primero hablaba de que las guarderías cerrarían el lunes 16 marzo. Al poco incluía las escuelas para más tarde añadir institutos y centros universitarios. Y al cabo, rectificaba respecto a la fecha de clausura y la adelantaba al viernes 13.

El mismo jueves 12 por la noche, la Generalidad ordenaba el confinamiento de la ciudad de Igualada y su área de influencia ante la aparición de un brote en el hospital con medio centenar de contagios y tres víctimas mortales. Fue el viernes por la noche cuando Torra exigió al Gobierno el confinamiento de toda Cataluña con el cierre de puertos, aeropuertos y estaciones de tren. En un alarmante mensaje aseguraba que estaba en riesgo ese sistema sanitario que hasta pocos días era la envidia del mundo civilizado.

A partir de esa instante, el todavía presidente de la Generalidad ha tratado de sacar ventaja política de la crisis sanitaria, que utiliza como palanca para la independencia siguiendo el modelo empleado por los separatistas cuando los atentados islamistas del 17 de agosto de 2017 para vender la tesis de que Cataluña ya era un Estado perfectamente viable. El objetivo es actuar al margen del resto de España, aparentar que Cataluña es un Estado independiente que funciona mucho mejor que el español, que en la propaganda separatista es lento, pesado, caduco y actúa como un lastre que limita las infinitas posibilidades de los ciudadanos de Cataluña en la república de tipos como Torra, Puigdemont y esa señora resentida (Ponsatí) que se ríe de los muertos en Madrid.

Es difícil ser más miserable, pero desde aquel infausto agosto de 2017 no cabe esperar de los nacionalistas nada más que reacciones a la altura de su mezquindad. Y cuanto más grave sea la ocasión, más inmoralidad y bajeza.

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