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Pablo Planas

Las porras, lo único que entienden

Hasta Sánchez se tiene que dar cuenta de que está vendiendo su alma a un diablo que no va a respetar ningún pacto.

Hasta Sánchez se tiene que dar cuenta de que está vendiendo su alma a un diablo que no va a respetar ningún pacto.
EFE

La clase empresarial catalana representada en el Círculo de Economía y los obispos de Cataluña dieron la semana pasada testimonio de su infecta catadura moral. El apoyo de unos y otros a los indultos dice mucho de la decadencia de Cataluña. Curas, banqueros y empresarios apoyaron sin disimulo el proceso separatista emprendido por el nefasto Mas, dieron cobertura moral y material al golpe de Estado, abrazaron el supremacismo, financiaron el movimiento independentista y se comportaron como auténticos propagandistas de la república catalana.

Esos que la semana pasada pedían el indulto estuvieron desde primera hora en la conspiración contra la democracia y la monarquía constitucional. Compraron sin reparos la mercancía averiada del supuesto expolio fiscal, del presunto anticatalanismo del resto de la Nación, se creyeron a pies juntillas aquel editorial conjunto impulsado por La Vanguardia del gran miserable de España en contra de que el Tribunal Constitucional revisara el estatuto de autonomía, en puridad la primera proclama golpista del proceso.

Estuvieron dispuestos y a punto de arrollar a más de la mitad de la población de Cataluña, y si eso no ocurrió fue por una serie de afortunadas circunstancias, entre las que se cuentan el discurso del Rey del 3 de octubre de 2017, la manifestación del 8 de octubre de un millón de personas en Barcelona decididas a no dejarse arrebatar sus derechos enarbolando la bandera de España, la fractura en la cúpula golpista entre Puigdemont y Junqueras y el envío a la región de seis mil efectivos de refuerzo de la Policía Nacional y la Guardia Civil, que fueron tratados como escoria, pero cuya presencia disuadió a las autoridades autonómicas, a sus extensiones callejeras y a los Mossos de emplear la violencia directa que habían ejercido en episodios como el asedio de la Consejería de Economía del 20 de septiembre del mismo año.

Hasta la llegada de los llamados "piolines", el separatismo había impuesto su maquinaria totalitaria a la manera de una apisonadora. Todo cambió el 1 de octubre, cuando los separatistas constataron por primera vez en cuarenta años que la barra libre para sus tropelías se había acabado. Pasarán años pero finalmente se dará la importancia que se merece a la intervención de la Policía Nacional y la Guardia Civil en la tormentosa mañana del 1 de octubre de 2017 en Cataluña. Tal vez la imagen más precisa de lo ocurrido fue la espantada de Puigdemont, que entre plantar cara a los guardias civiles que se presentaron en el colegio donde tenía que votar o votar en el colegio de una aldea remota optó por la segunda opción. El brillo de las porras del Estado de Derecho marcó la diferencia. Todos esos políticos tan valientes y heroicos se esfumaron a la que llegaron los policías y los guardias. No hay ni una sola foto de esos genios en el momento de los mamporros. Vaya casualidad.

Tres años y medio después, a los banqueros y obispos se les ha pasado el tembleque de piernas y apoyan con entusiasmo cómplice los indultos de Sánchez. Y es que puede que hasta se sientan responsables de la cárcel de nueve golpistas. Llegó un punto en que las homilías eran mítines y en el que directivos bancarios con la mano rota de decidir desahucios salieron de sus despachos para cortar la Diagonal al grito de "Els carrers seran sempre nostres!" (las calles serán siempre nuestras). Esa fue otra de las imágenes del golpe de Estado, los encorbatados voceando lemas independentistas mientras sus jefes orquestaban a toda prisa el traslado de sus sedes fuera de Cataluña para taponar la hemorragia de la fuga de depósitos a entidades no catalanas.

Según el Gobierno, los obispos y esos empresarios, los indultos anuncian la distensión en Cataluña, el reencuentro y el fin del proceso. El mismo Sánchez ha tenido ocasión de comprobar este lunes en qué consiste la distensión y el reencuentro. Ese muchacho Aragonès, mandadero de Junqueras, le ha plantado en el Liceo mientras una turba de "pacíficos, cívicos y festivos" separatistas lanzaba consignas y botes de humo contra los asistentes a su conferencia y un energúmeno interrumpía su discurso con el grito "Visca la terra" de los terroristas de Terra Lliure.

Resulta extremadamente significativa la reacción de los golpistas a sus indultos, la indisimulable soberbia con la que han acogido las medidas de gracia, la suficiencia y altanería con la que se manejan y el nulo agradecimiento. Por no hablar de la falta de contrición y propósito de enmienda. Hasta Sánchez se tiene que dar cuenta de que está vendiendo su alma a un diablo que no va a respetar ningún pacto y que el único lenguaje que entiende es el uso legítimo de la fuerza por parte del Estado. En ausencia de esa fuerza encarnada por la Policía, la Guardia Civil y el Ejército, el separatismo, sus empresarios y prelados continuarán con ese juego de engañar al Gobierno, aplastar a la disidencia en Cataluña, imponer su agenda totalitaria, erradicar el idioma español y preparar el advenimiento de un Estado que satisfaga sus ansias supremacistas, con la mitad de la población esclavizada, al servicio de esa burguesía de inútiles, amorales e incapaces del Círculo de Economía de Cataluña.

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