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Pedro de Tena

La democracia española no se merece esto

La democracia española, que debería acreditar moralidad y eficacia, parece empeñada en demostrar que cualquier otra forma de gobierno sería mejor.

¿Y qué es esto? Pues una sucesión de dislates, estupideces e indignidades que, en solo una semana, hacen saltar todas las alarmas sobre nuestra salud mental colectiva y el futuro de la democracia. Hay muchas, pero algunas dan idea del desnorte que tiene la casta dirigente de una España que cada día se reconoce menos a sí misma.

Empezaré por el dislate de la expresión de Pablo Casado: "La existencia de Vox hace que gobierne Sánchez". Miren que me caía bien este muchacho cuando creí que su propósito real era la reforma interna de un PP envenenado por una estirpe de burócratas y familias incapaz de dotarse a sí mismos de ejemplaridad y ruta para detener la destrucción de España. Cuando ganó respiramos, pero nuestra esperanza se truncó cuando comprobamos en el inmortal debate del estado de la Nación que se le había ido la cabeza. Tiempo después comprobamos que su cabeza no ha vuelto porque la existencia de Vox es la que hace que gobiernen Almeida y Ayuso en Madrid, Moreno en Andalucía, López Miras en Murcia y otros en otras partes. Esto es, la existencia de Vox es la que permite que Pablo Casado siga siendo presidente del PP. Menos mal que ahí ha estado Jaime Mayor Oreja para recordarle que el camino que hay que andar es el inverso.

Sigo con la estupidez de la izquierda comunista andaluza con el asunto de la Cruz de las Descalzas. Es una estupidez forzada por la ideología, esto es, que no puede evitarse, pero un poco de inteligencia y de respeto hay que echarle a todo asunto. Teniendo la ley en su mano – que la ley sea o no una bazofia es otra cosa -, y el apoyo tácito de la Junta de Andalucía al derribo de la cruz, van y la tiran a un estercolero en lugar de entregarla a las monjas que la pidieron, la hacen desaparecer y encima acusan de odio a los grupos cristianos de Aguilar de la Frontera. La alcaldesa debería dimitir de inmediato por haber hecho y dicho lo que ha dicho y hecho. Ha hecho daño a todo el mundo, incluso a sí misma. O sea.

En el capítulo de indignidades, hay que destacar dos. La de Salvador Illa y Pedro Sánchez, empeñándose de una manera inmisericorde en la celebración de unas elecciones en Cataluña porque los resultados les son favorables y sin consideración alguna de los riesgos para la salud de catalanes y no catalanes – que no hay fronteras entre Comunidades Autónomas, en España por ahora -, cuando la región supera con mucho los 500 contagios como incidencia acumulada media. Recuérdese que cuando Madrid se acercaba a esa cifra, el propio Illa recomendó restricciones de la movilidad en 200 zonas sanitarias de toda la Comunidad. Pero, claro, es que ahora en Cataluña el candidato estelar es él mismo. Una vergüenza.

Y otra indignidad muy asquerosa ha sido el rosario de vacunaciones privilegiadas o enchufadas de políticos, desde consejeros a concejales,  y altos cargos (lo del JEMAD o casos en la Guardia Civil son bochornosos) saltándose las normas promulgadas por el propio gobierno y dejando sin vacuna a quienes les correspondían por derecho.

Y podríamos seguir y seguir con el trato de favor a asesinos y golpistas, con el maltrato a la hostelería y a los autónomos, con los casos de corrupción que siguen y siguen, con el futuro de los ERTE, los exabruptos y marrullerías del desacreditado vicepresidente Iglesias, el cerco a Madrid por razones partidistas, las sospechas de favoritismo en el reparto regional de las vacunas y de los  dineros de la UE sin normas limpias y claras, el estupor ante el control ideológico de las vías de la información y la opinión por Internet, la incapacidad de guarda de las fronteras, la negativa a vernos como una unidad nacional ni siquiera ante una pandemia y tantas otras cosas.

La democracia española, que debería acreditar una moralidad y una eficacia superiores a la de toda otra forma de gobierno, parece empeñada en demostrar que cualquier otra forma de gobierno sería mejor. Es una conclusión fuerte. Lo sé. Pero si no son posibles la recuperación de los valores básicos de la convivencia y de la tolerancia y  una reforma en profundidad de lo que evidentemente funciona muy mal, ¿qué otra opción quedará?    

En España

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