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Pedro de Tena

La desmoralización nacional

Los usos y costumbres de una democracia normal se han ido ya al garete. Por eso estamos desmoralizados los demócratas que aún quedamos.

Crece y crece entre nosotros sin descanso y a gran velocidad y nada, o muy poco, podemos hacer. Tomando "moral" en su sentido de comportamientos y costumbres según el sentido de lo bueno y lo malo, lo beneficioso y lo perjudicial o lo útil y lo inútil, los que todavía disponemos de un sentimiento nacional estamos aceleradamente desmoralizados. Nada de lo normal en cualquier país democrático sucede en España, siendo lo normal, supongo, no tirar por la borda la continuidad y la experiencia de las generaciones anteriores sin que ello suponga negativa alguna a reformas consensuadas.

Llevamos desde 2004 asistiendo a sinsentidos tales como que, del mayor atentado terrorista de la historia de Europa, el del 11-M, fuera responsabilizado no el autor o autores, sino el gobierno. Luego comenzó el baile de máscaras con ETA blanqueando asesinatos y asesinos, que continúa, y empezó el feminismo dislocado, la memoria histórica inventada y otros espectáculos en medio de decisiones económicas absurdas que llevaron a la crisis. El centro derecha, que tuvo que coser las heridas económicas, se tragó las pócimas políticas del género, del separatismo, del derrumbe de la educación y del blanqueo de ETA, ahora lo hemos sabido, y todo lo demás porque la mayoría absoluta de Rajoy sólo sirvió para salvar la economía. Lo que se perdió fue el alma.

Nos comimos con patatas un golpe de Estado en Cataluña y una moción de censura urdida por las izquierdas y los separatistas que ha insistido y avanzado en la aceleración de unos cambios de costumbres y del sentido común democrático. Aún no sabemos nuestros muertos por Covid, el desconcierto ante las mascarillas fue tal que es imposible olvidar, luego el de las vacunas, el del acoso a Madrid…

Mientras todo ello seguía, se declaraban estados de alarma que eran inconstitucionales sin que haya habido dimisiones, se ha gobernado al margen del Parlamento durante meses colocando sin freno a los propios, se han aprobado leyes como la de Educación con un Congreso casi cerrado, se proponen cambios de costumbres brutales sin mayor explicación que las ideologías bolivomarxistas como el aborto infantil sin consentimiento paterno, cambios de sexo a una edad tan temprana que la experiencia desaconsejaría, la eutanasia, el consejo de dejar de comer tal o cual cosa porque se le antoja a un ministro, el "viva" a los inmigrantes sin papeles, el "ole" a los okupas, el aplauso a un pegador de policía, la humillación del derecho y de las víctimas del terrorismo…

No tengo ganas ni voluntad de hacer una enumeración completa ni ordenada de leyes, medidas y ataques a la más de media España que no ve las cosas así. No es que el cambio y la reforma sean anatema. Al contrario, son necesarios para adaptar la vida a las nuevas posibilidades. Lo que debe exigirse ante cambios morales, de costumbres, de comportamientos, es un debate razonado, tiempo y convencimientos de una mayoría, no imposiciones de una minoría enloquecida y ensoberbecida por su convicción de ser superior a todos los demás convivientes en esta sociedad.

Los usos y costumbres de una democracia normal se han ido ya al garete. Por eso estamos desmoralizados los demócratas que aún quedamos. Pero a ello hay que sumar la incapacidad de los políticos del llamado centro y de la derecha de encontrar un camino que detenga este suicidio colectivo mediante la conformación de una alternativa nacional que active el voto desmoralizado. Sin esa alternativa no será posible la regeneración democrática.

Cada vez menos de nosotros entiende lo que está pasando en el PP. Tras el divorcio de sí mismo que practicó Pablo Casado con patada en el hígado a Cayetana Álvarez de Toledo y a Vox, ahora parece empeñado en destruir a su salvadora, Isabel Díaz Ayuso sin que los votantes sepan por qué ni para qué. Y en Andalucía, perdonen el localismo, las promesas de cambio han quedado hechas trizas salvo pequeños fogonazos de reducciones fiscales. Pero en todo lo demás, lo ideológico, lo cultural, lo social y lo civil, desde la memoria histórica al feminismo supremacista o desde el mantenimiento de los chiringuitos "paralelos" al sostenimiento de un Canal Sur, al revés, pero no reformado, todo es intocable, granítico, marmóreo y para siempre. Modelo Rajoy: la derecha debe mantener y administrar las políticas ejecutadas por la izquierda y no hacer más.

¿Qué podemos hacer? Sin elecciones a corto plazo, apenas nada. Eso sí, podemos pensar y repensar nuestro voto y convertirlo en vacuna política contra esta pandemia autoritaria, alegal y degeneradora que asola a la que debería haber sido una de las mejores naciones democráticas del mundo. Qué pena.

En España

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