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Pedro de Tena

La determinación de los 'invotables'

Más a menudo de lo que parece, las elecciones no las ganan los partidos más votados, sino que las pierden los que obtienen la categoría de 'invotables'.

Más a menudo de lo que parece, las elecciones no las ganan los partidos más votados, sino que las pierden los que obtienen la categoría de 'invotables'.
Inés Arrimadas y Juan Marín. | Europa Press

Más a menudo de lo que parece, las elecciones no las ganan los partidos más votados, sino que las pierden los que obtienen la categoría de invotables. Es esta una etiqueta que se adquiere a lo largo de un tiempo y produce un efecto sin freno ni marcha atrás en los electores más informados y dotados para el juicio, líderes anónimos de opinión que son los que realmente influyen en las decisiones de los demás, ya sea en la familia, en el bar, en el trabajo, en el fútbol, en las reuniones varias, barrio, los híper o las redes sociales. Misterioso, lo sé.

El desprestigio de la casta política en España es casi total, con muy pocas excepciones. Pero las elecciones se pierden cuando un grupo muy influyente de electores dotados de gravitación política propia señalan con el cartel de invotable, por las razones que sean, a determinada opción política. Por poner un ejemplo bien cercano: los madrileños, esto es, la mayoría de ellos, adquirieron la convicción de que la izquierda madrileña y Ciudadanos eran invotables en las últimas elecciones autonómicas, después de lo que ocurrió durante los primeros tiempos de la pandemia y las turbias maniobras orquestadas en la más lúgubre penumbra política y moral.

(Recuerden que, tras haber suscitado una esperanza general en la regeneración nacional del PSOE ante la partición de España y ante la penetración del neocomunismo, Susana Díaz se convirtió, en no demasiado tiempo, y teniéndolo casi todo a su favor, en una candidata invotable por razones que no vienen al caso para lo que queremos justificar en este artículo. Ocurrió así).

Poco antes, no un trabajo hercúleo de generaciones separatistas desde Gobiernos casi regalados por una Ley Electoral infame sino la espantá barriobajera de Ciudadanos (que ganó, oigan, las elecciones en 2017), PSOE y PP de sus convicciones programáticas y responsabilidades nacionales dio como resultado que, en Cataluña y País Vasco, toda opción que abandere la idea de España, de la solidaridad nacional, de las libertades constitucionales y de la lengua común, materna incluso, resulte invotable para los influencers anónimos de la política. Por ahora.

Otro ejemplo más inmediato fue el de Andalucía en 2018, cuando un grupo significativo de líderes desconocidos de opinión decidió, no que el PP fuera el partido más votado, como lo fue en 2012 con Javier Arenas, sino que, gracias al peso insoportable de la porquería socialista acumulada en 36 años y al empujón inesperado en los sondeos de Vox, el PSOE fuese considerado invotable para la franja cualificada que determina un resultado electoral. Pero tal confluencia se factores se ha olvidado. Memento, memento.

Desde hace unas semanas, me estoy preguntando que estará incubándose ya como el partido o los partidos invotables en las próximas elecciones, sean éstas en Castilla y León, Andalucía o en unas generales, Dios lo quisiera. Uno, Ciudadanos, parece haber superado ya el listón mínimo necesario para conseguirlo. Podemos, impotente, va camino de lograrlo. Pero la gran batalla por lucir la bandera de los invotables del futuro está teniendo lugar entre el PSOE y el PP.

Hasta hace poco tiempo, las mil y una barbaridades y obscenidades del PSOE de Pedro Sánchez parecían predisponerle a lucir tal condecoración electoral. Pero, lo que son las cosas, el PP de Pablo Casado y su camarilla puede lograr el milagro súbito e imprevisto de metamorfosearse en el partido más invotable de España para el electorado decisivo. Me iluminó sobre todo el contundente argumento de Albert Boadella escupiendo huesos de aceituna sobre el libro de Cayetana Álvarez de Toledo. Insuperable efecto estercolero.

Los Juanmas del Sur, Moreno y Marín, ahora siameses, más por prescripción cítrica que por necesidad pepera, ya han comprobado cómo su propia encuesta oficial los coloca al borde del abismo, a pesar del evidente aderezo culinario de sus datos. Tanto PP como Cs como Vox (eso es poco creíble, pero así consta) pierden votos, mientras los gana la izquierda socialcomunista, sobre todo el PSOE, al que están dando tiempo para que hasta un esperpento con mochila corrupta como Juan Espadas sea capaz de lograr, cuando menos, el botín perdedor de Susana Díaz.

¿Y si al final de este sucio barullo se consolidasen el PP y Ciudadanos como partidos invotables, salvo en feudos muy determinados, para quienes inclinan de hecho, aunque misteriosamente, la balanza nacional? Ojo con esta posibilidad, porque algunos no encontrarán lugar alguno en nuestra piel de toro para esconderse de los puntilleros. Yo seré uno de ellos. Lo juro.

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