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Pedro de Tena

La mejor carrera, la política

Seguro que por este camino la democracia de verdad no va a prosperar.

En estos tumultuosos meses que han transcurrido desde diciembre de 2018 se ha podido comprobar cómo la mejor carrera que puede emprenderse para situarse en la vida, económica y socialmente, es la política. Por si fuera poco, ni siquiera tiene un plan de estudios ni hay que pasar por ninguna universidad. Los partidos, únicos agentes que pueden gobernar y gestionar presupuestos a todos los niveles de la Administración, son, pues, los trampolines para una legión de personas –ya sean alrededor de 160.000, si se habla de políticos en sentido estricto, como calculan unos, o casi 450.000, si se incluyen asesores, entes públicos, liberados sindicales y demás bebederos de dinero público, como cuantifican otros–, lo cierto es que en España hay una casta política derivada de la democracia a la que no se exige formación alguna, ni técnica ni ética, para gestionar colosales cantidades de dinero, en ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autonómicos y gobierno de la nación, más instituciones europeas y otros organismos y entes que penden de los anteriores.

En estos tumultuosos meses precedentes, se ha comprobado cómo es el baile de cargos, de sillones, de pactos, de conciertos, de trueques, de bellaquerías miles, de discursos falsos, de trolas orquestadas, de hipocresías y autos nada sacramentales o farsas, en que este cuerpo sin otro control que la apariencia de legalidad se ha aprestado a lanzarse sobre unos presupuestos millonarios muy poco claros (he intentado saber oficialmente el de la Diputación de Sevilla y es imposible), en los que los ciudadanos, mayoritariamente, somos analfabetos. Aunque formalmente conocemos los números de los presupuestos aprobados, no sabemos cómo se gastan o no, si se ejecuta realmente lo decidido o si hay dinero que se desvía a otras cosas o, sencillamente, no se ejecuta. Por ejemplo, 473.000 millones de euros son los que el Gobierno de España debe gestionar. Pero luego están parte de los dineros de los demás gobiernos y los que se piden prestado y que hay que devolver, además de otros muchos flecos.

Para meter la mano en estos himalayas de billetes hay que pertenecer a la casta política y sus derivados. No hay otra forma de acceder a ellos sino la carrera política. ¿Y en qué consiste? Pues en un proceso que controlan los dirigentes de los actuales partidos, que son los que deciden quiénes pueden o no ocupar los diferentes cargos. El asamblearismo o el recurso a los simpatizantes no son más que estratagemas para ocultar las decisiones de las cúpulas. Los idealistas son inmediatamente sacrificados por inservibles. Los que no tienen cintura –esto es, los decentes y los que siguen teniendo principios– les siguen. Sabido es que los que se mueven al margen de la superioridad no salen en la foto. O sea, que todos los presupuestos de esta España caen en manos de políticos cuyo mérito principal es haber obedecido, haber sobrevivido a las purgas internas y haber salvado las trampas externas. Esto es, políticos de colmillos curvos y afilados.

No quiero decir con esto que todos los políticos sean corruptibles o sucios, aunque la presencia de mañas, celadas, emboscadas, maniobras de distracción y lapidaciones sea más que frecuente. Lo que digo es que son ellos, sean o no decentes, los que deciden cómo se gasta el dinero de todos y quiénes se benefician de su poderío. Por ello, además de sus sueldos como políticos, se adivinan salarios diferidos en el tiempo por razones deducibles y ocasiones de promoción futura que nacen de su gestión de la pasta pública. Y todo ello sin haber hecho ni un cursillo de formación presupuestaria ni de moralidad privada o pública.

No cabe duda, pues, de que la carrera política es la mejor de las carreras. Mucho mejor que la de arquitectura, la de medicina, la de ingeniería, la de electrónica, la de historia, la empresarial, de la de filosofía ya ni hablamos, etc. A falta del Gobierno de la nación, que será en breve constituido, casi todos los demás están ya funcionando y sólo pueden ser controlados por otros políticos o por personas nombradas por ellos. Los ciudadanos poco podemos hacer, y sólo cada cuatro años, gracias a un voto que puede respetarse o no. Desde el día siguiente de la constitución de todos los Gobiernos, los españoles nada podemos hacer y apenas saber. Sólo si se comete un grave error o un delito – que son difícilmente controlables y detectables– pagan algunos por ello, y no siempre. Lo dicho. La mejor carrera, si los escrúpulos no son lo nuestro, es la política. Seguro que por este camino la democracia de verdad no va a prosperar. Pero, claro, eso le conviene a la casta, a toda ella, a derechas e izquierdas. Ni idea de cómo impedirlo, la verdad.

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