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Santiago Abascal

¿Pensiones dignas?

Un tema tan relevante demandaría un profundo sentido de Estado para abordar la cuestión, pero nada más lejos de la realidad.

Un tema tan relevante demandaría un profundo sentido de Estado para abordar la cuestión, pero nada más lejos de la realidad.
Pensionistas manifestándose en Bilbao | EFE

Las recientes manifestaciones por unas pensiones dignas, lideradas por un Podemos que no ha llegado a especificar si por pensión digna entiende el recorte en las mismas que han tenido que sufrir los griegos por culpa de sus hermanos de Syriza, suponen el último ejemplo de la podredumbre moral e intelectual del arco parlamentario. Un tema tan relevante demandaría un profundo sentido de Estado para abordar la cuestión, pero nada más lejos de la realidad. Ni estudio ni debate riguroso. Solo eslóganes de pancarta y muletillas fáciles de reproducir.

Podemos, ese partido que deseaba que los yayos se murieran pronto cuando constataron que no les votaban, se aferra ahora a ellos enarbolando la bandera de las pensiones, viciando y manipulando el debate desde esos grandes medios de comunicación especialistas en desestabilizar envolviendo cualquier falsedad bajo su particular celofán alarmista. La ausencia de proyecto e ideario en los otros tres partidos con amplia representación parlamentaria los empuja a acomodarse a lo que las encuestas dictan, viéndose necesitados de ofrecer no soluciones sinopagarés convertibles a corto plazo en apoyo electoral.

Es evidente que España tiene un problema con el sistema de pensiones, pero no el problema que se quiere vender. Cuando se habla de "pensiones dignas" se apunta demagógicamente a la cuantía de las mismas, pero según datos de la OCDE la tasa de reposición de las pensiones en España, que es la cantidad que cobra un pensionista en comparación con el último sueldo que tuvo como trabajador activo, es del 82%, mientras que la media de la OCDE apenas se sitúa en el 63%, siendo aún más dramático lo de países de nuestro entorno como Alemania o Reino Unido, con tasas del 37 y el 30%, respectivamente. Eso quiere decir que un trabajador que se jubile con un sueldo de 1.000 euros percibe de media en España 820 euros de pensión. No es por tanto un problema de cuantía.

La realidad es que lo que amenaza la estabilidad del sistema de pensiones es la cotización, es decir, la financiación del sistema. Lo capital de cualquier modelo de pensiones es que se cotice, de la misma manera que para que un coche se mueva lo importante no es que sea caro y de alta gama, sino que se le eche combustible. Y en este sentido, los mayores enemigos de la estabilidad del sistema de pensiones no son otros que la fiscalidad y el desempleo. El Partido Popular eligió el camino de la fiscalidad poniéndola a niveles casi confiscatorios para cuadrar las cuentas del Estado, entre las que destacan por su cuantía las duplicidades del hipertrofiado y desleal Estado autonómico, e incluso Pedro Sánchez insistió recientemente en ahondar en el error proponiendo aumentar todavía más los impuestos para sufragar las pensiones. Sorprendentemente, a ninguno se le ocurre nunca plantear la eliminación de unos gastos tan dramáticos y cuestionables para poder destinar esos fondos a la actualización de las pensiones. Y, en cualquier caso, ninguno parece tener en cuenta el nefasto efecto que una alta fiscalidad tiene sobre la competitividad y el empleo. De la misma manera que la presión fiscal y la hiperregulación limitan salarios y destruyen o impiden que florezca el empleo, que es la base de cómo se cotiza al sistema de pensiones, bajar impuestos y limitar la regulación no solo crea empleo, sino que genera un dinamismo que repercute en una mejora de salarios y aumenta la recaudación por todos los conceptos fiscales. Trump ha sido el último en demostrarlo. Y es por ello por lo que incentivar el empleo mediante las bonificaciones sociales, camino elegido por el Gobierno, solo genera bajos salarios, alta rotación y poca cotización, que repercute no solo en la financiación del sistema hoy, sino que, y muy especialmente, lo hará en la cuantía de las pensiones futuras.

Por supuesto que existen pensiones bajas, pero ni son la mayoría ni lo son por un problema de cuantía. Cuando una pensión es baja lo es porque, por diversos motivos que deben ser parte de una reflexión más profunda, no se ha cotizado lo suficiente. Por eso es imperativo que no se contamine con argumentos que no vienen al caso. Ni la demagogia puede liderar este debate ni puede llevarse a cabo bajo el chantaje populista de quienes han tomado a los pensionistas por rehenes de sus planes políticos. Hoy no tenemos un problema de cuantía, pero sí que podemos tenerlo en una década si seguimos deslumbrados por fuegos de artificio morados que nos desvían de lo esencial. Quizás una solución pase por aumentar los recursos del sistema recortando gasto político y administrativo, duplicidades autonómicas y subvenciones a fondo perdido a todos esos colectivos que parasitan su existencia alrededor de la ingeniería social, de forma que no lleguemos a tener que plantearnos el dilema de tener que elegir entre becas o pensiones, o médicos o pensiones. Pero quizás también sea hora de plantearse un debate profundo sobre la arquitectura misma del sistema. El modelo de reparto fue ideado por la Alemania de Bismarck en el siglo XIX, por lo que cabe reflexionar sobre su natural obsolescencia y sobre su capacidad para ofrecer soluciones al reto que para las pensiones plantean la cuestión demográfica, la revolución digital y su impacto en el mercado laboral.

No son pocos los países de nuestro entorno que ya han iniciado esta reflexión. Suecia o Francia, máximos adalides de lo público, ya han comenzado la transición desde el modelo público de reparto al sistema mixto basado en cuentas nocionales. Vox hace tiempo que asumió ese reto, planteando la posibilidad de avanzar en esa misma dirección adoptando el modelo mixto, basado en un pilar social con cargo a los Presupuestos del Estado, un pilar de ahorro voluntario y un pilar obligatorio de capitalización. Pero es responsabilidad del Gobierno no dejarse arrastrar por la corriente populista de quienes buscan crear el caos porque solo en el caos son capaces de subsistir, olvidarse de cálculos electorales y abrir un debate serio sobre el modelo que ha de asegurar no solo la cuantía de las pensiones sino también su actualización y su plena financiación. En esta materia, España ya ha perdido demasiado tiempo.

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