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Santiago Navajas

PISA y la mediocridad

Lo que España necesita no es una reforma educativa sino una revolución en la mentalidad funcionarial de padres, profesores y estudiantes.

Lo que España necesita no es una reforma educativa sino una revolución en la mentalidad funcionarial de padres, profesores y estudiantes.

Informe PISA: "Los alumnos españoles, a la cola de la OCDE en resolución de problemas cotidianos". Tampoco las notas para los alumnos españoles fueron demasiado buenas en matemáticas, lengua o ciencias. Siempre por debajo de la media. Mediocres, por tanto. ¿Y qué?, dicen muchos... La vulgaridad pedagógica es una constante de la historia del sistema educativo español desde que hay datos. Cada vez que se hacen públicos los informes de cualquier evaluación internacional, los resultados nos sitúan en la zona baja por la calidad de nuestros conocimientos, ya sea por lo que refiere a los alumnos o a los docentes.

La reacción mediática suele consistir en pedir un cambio legislativo. Que será inútil porque no hay auténtica reforma que no surja de la voluntad popular. Y lo cierto es que los actores de la educación en España, de los profesores a los padres pasando por los estudiantes y los políticos, están de forma generalizada en contra de cualquier golpe de timón para que el conocimiento teórico y práctico fuese real y no, como ahora, un mero simulacro.

Porque lo que España necesita no es una reforma educativa sino una revolución en la mentalidad funcionarial de padres, profesores y estudiantes, que en su inmensa mayoría se conforman con obtener un título de la manera más fácil posible e invirtiendo la menor cantidad de esfuerzo, aunque ello signifique que se sustituya la enseñanza por el adoctrinamiento y la cultura del trabajo duro por la de la banalización de la propia enseñanza. Los discentes no hacen, eso sí, nada más que copiar el ejemplo que les dan sus endogámicos y apoltronados docentes.

De ahí que a los profesores ahora se les venga a denominar educadores y, dentro de poco, facilitadores del aprendizaje. La irrupción de las tecnologías de la información en las aulas se ha instrumentalizado torticeramente hacia una fetichización de los aparatos, de manera que se ha sustituido, por ejemplo, el ejercicio del cálculo mental por el tecleo en una calculadora para hacer hasta la suma más básica. Hay profesores que si se encuentran con que se ha caído internet en el aula son incapaces de dar una clase.

Por otro lado, tenemos la traslación a la educación de lo que Gustavo Bueno denomina "el pensamiento Alicia", la conversión del pensamiento riguroso en ensoñación infantil. En este sentido, es paradigmático que un colaborador de los ministros de Educación Mercedes Cabrera y Ángel Gabilondo en los Gobiernos socialistas promocione su último libro con el mantra de que "ser feliz es mejor para el alumno que un 520 en el informe PISA". Esta sofistería barata la firma un profesor de Lengua pero la creeríamos igualmente atribuida a Belén Esteban, Jorge Valdano o Bob Esponja. Explicaba Platón en la alegoría de la caverna que la adquisición del conocimiento es como subir por una escarpada y difícil cuesta. Pero ahora se prefiere la metáfora de Mark Prensky, gurú de moda, que defiende que todo lo que no sea aprender jugando es poco menos que fascismo pedagógico.

De reforma en reforma, todavía no está implantada la Ley Wert y ya está anunciada su derogación, vamos cambiando todo para que todo siga igual. La mentalidad de los padres sigue siendo, en general, la de no hacer que sus hijos sufran ni siquiera estudiando, no vaya a ser que les dé fiebre; la de los estudiantes, que es mejor copiar que ganarse el aprobado con el sudor de su frente y que buena es una huelga en la enseñanza como justificación perfecta para hacer novillos; la de los profesores, que está muy bien examinar a los alumnos pero que ellos se merecen una plaza de por vida y sin ningún tipo de evaluación. Son los propios alumnos, padres y profesores los que rechazan un sistema educativo alternativo basado en habilidades para contrastar hipótesis, además de plantear y resolver problemas. Por el contrario, donde esté un libro de texto que haya que memorizar y vomitar en un examen, que se quite escribir de forma creativa, hacer presentaciones en público o analizar datos.

En 1993, en la revista Parents Magazine, Isidor Rabi, Premio Nobel de Física, explicó el secreto de su éxito como intelectual: "Mi madre me convirtió en un científico sin pretenderlo. Las otras madres judías de Brooklyn le preguntaban a sus hijos: '¿Aprendiste algo hoy?'. Pero mi madre me decía: 'Izzy, ¿le hiciste una buena pregunta hoy al profesor?. Esa diferencia -plantear buenas preguntas- me hizo llegar a ser un científico". Antes de hacer el enésimo cambio educativo necesitamos madres que animen a sus hijos a hacer preguntas; estudiantes que se atrevan a plantearlas siguiendo el dictum kantiano sapere aude (atrévete a saber) en lugar de los horacianos aurea mediocritas y carpe diem; y, claro, profesores que no sólo se atrevan a responderlas sino que en un momento dado reconozcan su ignorancia y animen a buscar a los alumnos las respuestas por sí mismos. Aunque sea Ad maiorem Google gloriam.

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