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Amando de Miguel

Cuestiones gramaticales

Juan Muñoz observa que las palabras llanas con acento, por terminar en consonante que no sea N o S, forman el plural con el mismo acento. Así, cráter-cráteres, azúcar-azúcares. En cambio, se pregunta, “¿carácter debe seguir la misma regla?” Pues no. Es una excepción: carácter-caracteres. Es así. No sé decir por qué.
 
José A. Lacruz (Galapagar, Madrid) comenta con ironía mi proclama a favor de la simplicidad de la escritura, por ejemplo, las frases no deben superar las 30 palabras. En esa línea me propone esta conseja: “Omita todas las palabras que sean innecesarias”. En cuyo caso ─sigue mi cáustico comunicante─ sobran todas y que sean. En cuyo caso quedaría la frase: “Omita las palabras innecesarias”. Pero, sigo yo, todavía se podría ser más breve: “Omita palabras”. Al final nos quedamos con “Omita”. Y si no decimos nada, mejor. Ahí se ve que escribir, y sobre todo hablar, es enunciar muchas palabras innecesarias. Esa es la sal del idioma.
 
Pedro Pablo Ortuño recoge este anuncio en Localia-Elche: “Se necesitan envasadoras para envasar”. Es lo que se llama el anti telegrama, el derroche de palabras.
 
Guillermo Villacorta Gómez me escribe todo un manifiesto con relación a diferentes polémicas léxicas. Por ejemplo, le choca la frasecita “en relación a”. La verdad es que se impone, quizá por influencia del inglés. La opinión de Seco (y de cientos de doctores) es que debe decirse “con relación a” o “en relación con”.
 
El aguerrido don Guillermo discute la pertinencia de haber prescindido de la che y de la elle como letras por sí solas. A nuestro hombre esa decisión le parece arbitraria, sobre todo si se permite que siga la W (uve doble) como letra independiente.
 
No para aquí el espíritu crítico de don Guillermo. Opina que es improcedente el rechazo que suscita la palabra vascongado y el entusiasmo por Euskadi. Mejor sería, para él, Euskal herria. Añado, ¿por qué no euscalerría en castellano?
 
Sostiene don Guillermo, incansable, que no hay razón para prescindir de la forma preposicional de “a por”, sobre todo después de aceptar “vía” como una nueva preposición. Por ejemplo, “volaré a París vía Barcelona”. Estoy de acuerdo.
 
Morinel Sespan y Ols (Paris, nacido en Santander) está muy satisfecho con la y copulativa de su nombre completo. Dice que es en homenaje a su madre, catalana. Esa fórmula no es solo catalana. Recuerde Marcelino Menéndez y Pelayo (igualmente montañés) o Santiago Ramón y Cajal. Pregunta don Morinel si hay alguna forma de resolver la falta de la letra Ñ en los ordenadores. No se me alcanza cómo es que en el mundo en el que estamos puede continuar esa miseria de la ausencia desdeñosa de la eñe. Francamente, no tengo la solución.
 
Daniel considera que es una falta de ortografía escribir con minúscula la palabra que sigue a los dos puntos (:). Casi nunca lo es. Los dos puntos sirven para interrumpir por un momento la oración y llamar la atención del lector. Si es así, la palabra que sigue va con minúscula. Ahora bien, si después de los dos puntos se abre una nueva oración, y no digamos un nuevo párrafo, entonces hay que empezar con mayúscula. Es el caso de una frase literal que dice otra persona. Ejemplos: “Esta seccioncilla comprende varias piezas: trabucazos, polémicas, desahogos, consultas, comentarios”. “Un lector anónimo me dice: Don Amando, es usted un analfabeto. “Mi querido amigo: En relación a su escrito…”. En resumidas cuentas, los dos puntos pueden ser un doble punto (exige mayúscula a continuación) o medio punto (permite la minúscula). La elección de cada alternativa depende del énfasis o intención del discurso. Don Daniel, hágame caso: no se complique la vida. O como dijo Guillermo de Occam: “Lo mejor es lo más sencillo”. Que conste que muchas veces me entra la duda de si a los dos puntos le sigue mayúscula o minúscula.
 
José Eduardo Fernández (Málaga) recuerda a una catedrática de Literatura del Instituto Zorrilla (Valladolid) quien daba la solución para los sustantivos terminados en –ado, como “Estado”. Se trataba de conseguir una sílaba final, un sonido intermedio entre el “do” y el “o”. Me parece una idea ingeniosísima. Realmente se aplica muchas veces con notable éxito. Ni afectación ni vulgaridad.
 
Manuel Caridad Villaverde (capitán de fragata de la Armada) me cuenta una bonita historia. La palabra inglesa tactics se pronuncia taktiks en la Fuerza Aérea y en el Ejército de Tierra del Reino Unido. Pero en la Royal Navy, pronuncian tatiks, como lo harían los gallegos. La historia es que el almirante Nelson tenía un defecto léxico y no podía pronunciar taktiks. Así que todos sus oficiales y sus descendientes se acostumbraron a pronunciar tatiks. La historia es demasiado bonita para ser verdadera, pero seguramente sirve para que se reafirme el espíritu de cuerpo de la Royal Navy.
 
Son varios los correos que me repiten la leccioncilla de que los “españoles” prerromanos no distinguían el sonido de la be y de la uve. Alejandro Bernal Díaz me cita la famosa frase: Beati hispani, quibus vivere bibere est. Esa cita la repite Luis Ferreras Matilla. Yo conozco otra versión: Beati Hispani apud quos vívere est bíbere (le añado las tildes porque el latín es nuestra madre). Es decir: “Dichosos los hispanos para quienes vivir es beber”. No me convence la interpretación canónica de que esos hispanos (de tribus tan diversas) coincidieran todos en no distinguir el sonido de la uve del de la be. Una razón potísima. Todavía hay algunos españoles actuales que distinguen fonéticamente la uve de la be. Suelen ser granadinos o murcianos.
 
Giuseppe Garibaldi defiende que en el castellano antiguo existía el doble sonido uve y be, pero desapareció en el siglo XVII. Añade que Covarrubias parece reconocer el doble sonido be y uve. Sostiene don Giuseppe que la identidad se produce en el hebreo.
 
José Galbete (Pamplona) asegura que en Navarra hay gente de cierta edad que pronuncia la “uve” porque se formó en la cultura francesa.

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