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Amando de Miguel

De re pública

Luis María Centeno se hace cruces sobre la nueva floresta de cargos, los altos comisariados y los altos comisionados. Añado los embajadores especiales (sin embajada). Son títulos que no tienen una definición jurídica, ni precisas funciones organizativas. Responden a la pura inercia del poder, dispensador de prebendas. Son parte de la inmensa maquinaria para acaparar votos. Sus títulos son intercambiables, compatibles con cualesquiera otros. Pongo por caso. Un rector de Universidad podría ser al mismo tiempo alto comisionado para las mujeres vilipendiadas, alto comisario para los sin papeles y embajador especial para los estudiantes Erasmus en Europa.
 
Javier Valledar me hace la pregunta de los 64.000 dólares (nunca existió la del millón de dólares): “¿Cómo se puede explicar, sociológicamente hablando, que una clara minoría porcentual ─los nacionalistas─ condicionen el pulso político del país?”. El asunto es histórico. La amalgama de fuerzas que hicieron la transición política (años 70) tuvieron que dar un privilegiado papel a los nacionalistas. Había que neutralizar como fuera lo que se creía entonces que era la fuerza incontenible del Partido Comunista. Para ello se hizo una ley electoral a la medida. De esa forma los pequeños partidos en unas pocas provincias tenían más representación electoral que un partido mediano con los votantes desperdigados por toda España. Verde y con asas. Luego el PCE se autoliquidó y hoy solo queda su sombra. Pero los pequeños partidos nacionalistas han florecido como los hongos. Les une a todos ellos el odio visceral al PP, su único enemigo. No les queda más remedio que uncirse al carro del PSOE. Todos contra el PP. Ahí tenemos al señor Rovira, el gran voivoda de la Transilvania Cataláunica. Dado que el PSOE ya no es ninguna de las cuatro cosas, el hueco lo rellena el único objetivo posible: el despiece de la nación española. En ello estamos.
 
Fernando Rodríguez Fernández (León), habitual de este corralillo, aduce que la expresión “comunidad de naciones” (o su equivalente “comunidad internacional”) es un latiguillo del politiqués. No lo creo. Se trata de un término con mucha solera en la literatura política. Puede consultar la estupenda entrada que le dedica Rodrigo Borja en la Enciclopedia de la Política (Fondo de Cultura Económica). Ahí se señala que el término “naciones” es impreciso, pues se refiere propiamente a los Estados. Es el caso de la Sociedad de Naciones y de las Naciones Unidas. Quizá lo que se quiere decir es que, si cooperan los Estados, puede conseguirse un verdadero modus vivendi entre las naciones, los pueblos. Por eso el Derecho Internacional fue conocido también como Derecho de Gentes. Todas esas expresiones son más un desiderátum que otra cosa, mientras no exista un monopolio legal de la fuerza, que, hoy por hoy, solo reside en los Estados, en cada uno de ellos.
 
Rogelio Díaz Silva se pregunta si la supresión de los “ilustrísimos”, etc. no nos llevará a quedarnos con el “señor” para todo el mundo. En efecto, yo cada vez soy más “el señor Amando”, como mi abuelo. Así me decían en Cataluña, aunque también me anteponían lo de “doctor”, viniera o no a cuento. Es curioso que los mismos que han abolido el “ilustrísimo”, etc. se recreen tanto con “señorías” para referirse a sus colegas diputados. Para mi, esos títulos superlativos (ilustrísimo, excelentísimos, señoría, majestad, etc.) solo deben utilizarse para dirigirse solemnemente a las personas que los ostentan, pero no para describir su presencia o sus actos. Así, en una instancia o documento parecido emplearé el “ilustrísimo” pero no para decir que Fulano de Tal está presente o hace algo. A mi me gusta mucho el título de “burgomaestre” para dirigirme al alcalde o “magnificencia” para aludir al rector de la Universidad. Lo que no entiendo es que el Ayuntamiento pueda ser “excelentísimo”.

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