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Amando de Miguel

El habla y la risa

La versión auténtica, según don Juan, no es la frase "Sexo, ¿quieres sexo? Lo tendrás cuando el niño de los Armstrong se pasee por la Luna", sino "Sexo oral, ¿quieres sexo oral?....

Miguel A. Taboada sigue faenando en la mar cibernética para traernos esas historias tan tiernas capaces de deleitar a los libertarios ociosos. En casi todas ellas la chispa del humor salta de una anfibología de las palabras o de las frases, lo que refuerza mi vieja tesis de que esa es la clave del idioma. Veamos la última historia: "Una universitaria cursaba el segundo semestre de sus estudios. Como es común en los universitarios, pensaba que era de izquierdas y estaba a favor de la distribución de la riqueza (que aún ella no había logrado). Tenía vergüenza de que su padre fuera de derechas y se opusiera a los programas socialistas. Sus honorables y objetivos profesores le habían asegurado que la de su papá era una filosofía equivocada. Por lo anterior, un día se decidió a enfrentarse a su padre. Le habló del materialismo histórico y la dialéctica de Marx, tratando de hacerle ver cuán equivocado estaba al defender un sistema tan injusto. En eso, como queriendo hablar de otra cosa, su padre le preguntó:

–¿Cómo van las clases?

–Van bien –respondió la estudiante–. Tengo promedio de notas de 9. Me cuesta, no tengo vida social y duermo poco, pero lo logro.

El padre pregunta:

–Y a tu amiga Soledad, ¿cómo le ha ido?

 La hija respondió muy segura de sí misma:

–Muy mal, Soledad tiene 4 de promedio. Se pasa todo el tiempo en los centros comerciales y anda de fiesta en fiesta, no estudia y muchas veces ni siquiera asiste a clase. Va a perder el semestre.

El padre, mirándola a los ojos, le respondió:

–Entonces busca al Decano y pídele que le transfiera 2,5 de tus 9 puntos a ella, para que ambas tengáis 6,5; esta sería una buena y equitativa distribución de notas.

Ella, indignada, le gritó:

–¿Por qué? He tenido que trabajar muy duro para lograr mi promedio, mientras que Soledad no estudia y se dedica a disfrutar de la vida. ¡No le voy a regalar mi trabajo Su padre la abrazó cariñosamente y le dijo:

–¡¡¡BIENVENIDA A LA DERECHA !!!

Hablando de anfibologías, Gabriel Ter-Sakarian Arambarri recuerda la estupenda salida del célebre director de orquesta, Sir Thomas Beecham, quien, irritado por el modo de tocar de una violonchelista, le recriminó: "Señora, tiene usted entre las piernas un instrumento divino y lo único que hace usted es rascarlo".

En una línea parecida, J.M. Casanovas (Sabadell, Barcelona) narra la historia del primer ministro británico Callaghan. Era la campaña electoral y el candidato iba recorriendo los pueblos y los barrios saludando a todo el mundo. Se le acercó una anciana:

–¿Cómo está usted, señora? –le saludó Callaghan.

–Mal, mi marido ha fallecido hace poco

–Splendid!

Comenta don J.M.: "No hay más sordo que el que no quiere escuchar".

Juan Ponce opina que la historia que aquí vertía Miguel A. Taboada sobre Neil Armstrong es la típica "leyenda urbana" que circula por los espacios internéticos. Es más, la versión auténtica, según don Juan, no es la frase "Sexo, ¿quieres sexo? Lo tendrás cuando el niño de los Armstrong se pasee por la Luna", sino "Sexo oral, ¿quieres sexo oral?...". Francamente, con esa versión, la historia gana mucho, pero no creo que en el año 1938, cuando sucedió esa escena, fuera corriente decir lo de "sexo oral". Las leyendas (urbanas o no), para que sean divertidas, deben ser verosímiles.

Raúl de Gasteiz insiste en que la historia de Neil Armstrong es una leyenda urbana. Añade: "Como desagravio, le cuento a cambio otra historia relacionada y, ésta sí, real y documentada en varios libros. A finales de 1969 el Apolo XII, después de un accidentado despegue, llegó a la Luna. Su comandante, Pete Conrad, se convirtió en el tercer ser humano en pisar la Luna. Siendo un hombre de pequeña estatura, al bajar las escaleras del módulo lunar dijo: 'Este pudo haber sido un pequeño paso para Neil [Armstrong], ¡pero ha sido uno grande para mí!' De ese modo, además de demostrar su sentido del humor, le ganó una apuesta a una periodista italiana que no se creía que los astronautas pudieran decir lo que quisieran en sus comunicaciones desde el espacio".

Bueno, ¿y yo cómo sé que esa otra historia no es también una leyenda urbana? Lo cual no quita para que esté bien traída.

Millán González Díaz (Oviedo, Asturias) propone, ánimo jocandi, que a la flamante ministra de Igualdad le llamemos mi hembra (por lo de "miembra").

Pedro Campos comenta: "dice mucho de su manera de ser y de pensar el hecho de que considere usted graciosos los chistes antisemitas". Pues no creo que diga mucho. Mi ideología y mi simpatía, de toda la vida, se han inclinado siempre del lado judío. (Los árabes son también semitas). Entiendo que los chistes sobre judíos que me envían algunos libertarios pueden ser graciosos, como son los que ridiculizan a los españoles, los polacos, los irlandeses, los leperos, los catalanes, etc. La gracia suele estar en el doble sentido de algunas expresiones, o conductas que responden a un estereotipo nacional o colectivo. Por ejemplo, el estereotipo de tacaños se aplica por igual a los judíos, los escoceses o los catalanes, pueblos de buenos comerciantes y, por eso, muy envidiados. Quien no entienda esa lógica del chiste étnico, es que carece del sentido alegre de la vida. Es una enfermedad, la producida por la atrabilis. Está claro que algunos libertarios parecen más bien atrabiliarios.

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