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Amando de Miguel

Enseñar al que no sabe

Hay unos pocos colegios que están dando una enseñanza excepcionalmente buena. Por lo menos no confunden la enseñanza con la educación, la salud con la sanidad, ver con mirar, oír con escuchar.

Habría que empezar por la distinción entre enseñanza y educación, pero eso para otro día. Antes voy a tratar de contestar a algunos comentarios ilustrados de los libertarios, que es lo mío. José A. Martínez Pons defiende con ardor que hay que volver a los clásicos griegos (supongo que también latinos) en la enseñanza obligatoria. Estoy de acuerdo. Cita el caso del físico Werner Heisenberg, quien leía a los clásicos en latín o griego. Añado otro ejemplo, el del matemático John von Neumann (el inventor de lo que luego hemos llamado informática), quien de niño conversaba en griego con su padre, que era húngaro. Sin ir más lejos, mi maestro el economista Román Perpiñá, de formación alemana, manejaba el griego y el latín con soltura. Qué envidia.

Jesús García Castrillo vuelve a la carga con su teoría del parentesco entre el eusquera y el armenio. Interpreté mal su anterior texto. Ahora me aclara don Jesús que los armenios llegaron a Europa Occidental a lo largo de toda la Edad Media. Eran canteros libres que vivían en una especie de comunas. (Añado que quizá este sea el origen de los masones). Esas minorías cerradas acabaron influyendo en el idioma vasco. En fin, puede ser. La teoría es brillante. Sigo teniendo mis dudas, pero son más bien las de una persona muy alejada de las investigaciones históricas. Aquí estamos para aprender.

Seguimos con los vascos. Mi compadre Dionisio Pérez-Villar se alarma de esa decisión de matricular en las universidades vascas a los presos de la ETA que están en las cárceles francesas. La verdad es que la cosa parece bastante rara, más cerca de una operación propagandística que de la verdadera ilusión por enseñar y aprender.

Hablando de enseñanza. Íñigo Benjumea narra el episodio del "informe" (antes boletín de notas) que le ha mandado el colegio donde asiste su hijo de cinco años. Ya no se habla de estudiar o de aprender sino de "conocimiento" de todo, de sí mismo, del entorno, del lenguaje. El niño ha "conseguido" ese conocimiento y sobre todo parece que se ha divertido mucho. El ideal, ya se sabe, es aprender sin esfuerzo, jugando. Don Íñigo se lamenta de que, con esa novísima pedagogía, el porvenir que nos espera sea bastante aciago. Tiene toda la razón. Esperemos que, al tener ahora un sociólogo al frente del Ministerio del ramo, las cosas vayan a cambiar. Por lo menos debo reconocer que, por la escasa experiencia que tengo, mi impresión es que hay unos pocos colegios que están dando una enseñanza excepcionalmente buena. Por lo menos no confunden la enseñanza con la educación, la salud con la sanidad, ver con mirar, oír con escuchar.

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