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Amando de Miguel

Hacia la nueva Constitución

Ese pacto de Estado sobre la reorganización territorial exige que se pongan de acuerdo los dos grandes partidos. Pero sucede que el obstáculo básico es que los dirigentes de los dos grandes partidos no se hablan unos con otros; se odian.

El proteccionismo ha sido uno de esos acuerdos básicos (o de Estado) que son más constitucionales que la Constitución. Puede que el pacto proteccionista fuera necesario para la industrialización de España, un país con una población rala y mal dotada de recursos. Hoy el compromiso que se debe exigir requeriría más altos vuelos. Nada menos que tendría que cauterizar los desgarros secesionistas de vascos, catalanes y otros. Al tiempo habría que estudiar bien la necesidad de ceder soberanía para integrarnos en Europa. Tendría que ser una Europa con Rusia y, simbólicamente, con una sola embajada europea ante otros países. Tal pretensión resulta hoy risible cuando en España casi todas las regiones (con Cataluña a la cabeza) mantienen sus "embajaditas" particulares en muchas capitales e incluso en Madrid. Es solo una ilustración del despilfarro que significa nuestro invento autonómico.

 
Ese pacto de Estado (o como se llame) sobre la reorganización territorial exige que se pongan de acuerdo los dos grandes partidos, PP y PSOE. Pero no son tan grandes como indica la cosecha de votos, pues hay un abanico de otros partidos, algunos de ellos de carácter regional. Pero sucede que el obstáculo básico es que los dirigentes de los dos grandes partidos no se hablan unos con otros; se odian.
 
Nos encontramos en el siglo de la Economía, de tal modo que imperan las razones de coste. Teóricamente el Estado de las autonomías de 1978 tendría que haber sido más barato que el centralista. La razón era que acercaba la Administración Pública a los contribuyentes (que ahora llaman "ciudadanos"; otro exceso retórico). Nada de eso. El Estado de las autonomías ha sido un factor que ha impulsado todavía más el derroche del dinero público, incluida la corrupción generalizada. Por otro lado, la integración en la Unión Europea tenía por objeto conseguir la gran ventaja de escala. No se ha logrado, excepto para los grandes países exportadores, como Alemania, Holanda o Finlandia. A los españoles la burocracia bruselense nos ha salido pesada, lenta y cara. Nos regalaron magnas subvenciones, pero ahora las devolvemos con intereses.
 
El argumento económico no es el primordial, aun en el caso de enunciarse en medio de una fatídica crisis. Importa más el desmantelamiento del Estado, la erosión del sentido nacional, la continua confusión entre Estado y nación. La voz "España" se ha reducido al ambiente militar y al fútbol. Es un consuelo.
 
Cabe aquí una autocrítica. Los que propugnamos un refuerzo del sentido nacional lo hemos hecho forzadamente frente al tirón secesionista, principalmente del País Vasco y de Cataluña. (No es tanto "independentista", pues esas dos regiones nunca fueron independientes, ni siquiera reinos medievales). Ese esfuerzo resulta sobremanera reactivo, por tanto, con mucho desgaste, con escasa eficiencia. No basta con "defender" a la nación española. Hay que pasar a "reconvertir" su forma de organización política, por lo menos para la próxima generación. No tiene mucho sentido que se pueda crear un nuevo nacionalismo español antinacionalista.
 
Una forma de superar ese negativismo es plantear abiertamente una nueva Constitución. Hay que tirar por elevación, pues el Estado de las autonomías no se puede alterar por sí solo. Quizá haya que recortar antes el sueño de "más Europa", que realmente significa más burocracia internacional poco eficiente. Los Estados europeos se encuentran muy hechos por siglos de Historia. Bastaría lograr que los europeos (incluidos los británicos y los rusos) confluyeran en instituciones económicas comunes, menos costosas que las actuales.
 
Si la pretensión de cambiar la ley fundamental pudiera parecer poco realista, estaría bien recordar la hazaña de los constituyentes de Cádiz hace 200 años. La España de entonces se encontraba verdaderamente intervenida, ocupada por los ejércitos de Francia y de Inglaterra. Ambos se disputaban la hegemonía europea en el terreno ibérico. Se llevaron un buen botín y destruyeron todo lo que pudieron. Menos mal que la Guerra Peninsular para nosotros es la Guerra de Independencia. A pesar de los pesares, los patriotas de Cádiz redactaron la Constitución más influente (dentro y fuera de España) de toda nuestra Historia.

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