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Amando de Miguel

Hay que distinguir

La distinción y la comparación son las dos grandes operaciones del intelecto. Realmente, el científico lo que hace bien es distinguir y comparar. El pueblo llano se resiste a comparar (“las comparaciones son odiosas”, no se sabe porqué). El correcto uso del lenguaje consiste también en hacer buenos distingos y comparaciones. Quien siga esta seccioncilla estará metido de hoz y coz en esas placenteras operaciones.
 
Jacquelin Gutiérrez González, de la ciudad de México, se pregunta por la diferencia entre redundancia y pleonasmo, y si son siempre vicios vitandos. Estamos ante dos figuras del lenguaje o de la retórica que se encuentran emparentados, pero que se pueden distinguir. La redundancia es la  repetición de una misma palabra o idea. El pleonasmo es el añadido de palabras innecesarias. En ambos casos la repetición o sobreabundancia de palabras sirve para dar fuerza al argumento, aunque puede llegar a cansar. Está claro el pleonasmo en “lo escribió a mano, de su puño y letra”. Se justifica si queremos subrayar que no fue un escrito mecánico o rutinario sino con la fuerza que puede tener, por ejemplo, un testamento hológrafo, una dedicatoria personal de un libro. La redundancia se emplea mucho en el lenguaje suasorio. La madre dice al niño desobediente: “Come, te he dicho que comas”. La gracia del lenguaje está en que esas figuras retóricas se utilicen para reforzar las ideas, no para deteriorarlas por puro desgaste.
 
Juan de la Fuente, profesor de Latín, tercia en la polémica sobre la locución “en olor de multitudes”. Los académicos más preclaros la tienen por espuria, pero a mí no me lo parece tanto. Es una expresión adverbial que se emplea mucho en este tiempo de recibimientos masivos al Papa o a las estrellas del fútbol o de la canción. Se entiende perfectamente esas aclamaciones “en olor de multitudes”. Nada tiene que ver con el olor a sobaquillo o a porro que suele desprenderse de esas manifestaciones multitudinarias. Más dudosa era la expresión “en olor de santidad”, presumiendo que los cadáveres de los santos olían a rosas, y así se quedó. Hay pocas expresiones con igual fuerza para describir a los futbolistas que han ganado no sé que copa y que acuden a la plaza de la Cibeles en Madrid. Más parece una peregrinación rociera. Bien está la denominación de “galácticos” para los futbolistas que visten de blanco (gala=leche) y son como rutilantes estrellas, las de la Vía Láctea. Las expresiones dichas parecen un tanto exaltadas, pero la hipérbole es una figura muy madrileña.
 
José Antonio Prieto de Gijón condena algunos vulgarismos. Por ejemplo, el “tirar” o “empujar” de las puertas, cuando tendría que ser “tiren o empujen”, o bien “tirad o empujad”. En teoría tiene razón mi comunicante, pero en la práctica se impone lo que yo he llamado el “imperativo de examen”. Es decir, se usa el infinitivo como una forma suave de imperativo, que no ordena sino que sugiere o posibilita. El imperativo ortodoxo resulta una forma un poco dura en esta época de tolerancia y condescendencia. Tiene más razón el amigo José Antonio en que la forma de “vinistes” (tan madrileña) resulta un tanto vulgar. Qué le vamos a hacer.
 
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