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Amando de Miguel

Lengua viva

Una lengua está viva cuando sus hablantes están incorporando continuamente nuevos vocablos o significados, cuando dejan fenecer otros. A veces las innovaciones son simplemente manías sin mucho contenido.
 
Rubén Blades comenta el abuso de la expresión “lo que es”. Por ejemplo, “yo me dedico a lo que es la parte logística de la empresa”. El ejemplo quizá justifique la muletilla, puesto que la “parte logística de la empresa” puede que no deje traslucir bien su función. Mi idea es que se trata de un vulgarismo que puede tener su gracia. Sirve muy bien para describir vagamente una realidad que no se conoce. “Yo vivo en lo que es la vega”. La expresión resulta atinada en ocasiones, pero, cuando se suelta a troche y a moche, equivale a una inútil muletilla, incluso molesta a veces.
 
Luis Collantes Fernández inquiere la adecuación del verbo “externalizar”, algo así como sacar provecho de los efectos que una actividad económica produce en su entorno. Él sugiere los equivalentes de “exteriorizar” o “externar” (a elegir). Apruebo las sugerencias, pero me temo que lo de “externalizar” sea imparable. A los economistas les gusta mucho lo de importar palabros del inglés.
 
Álvaro Morlán, de San Sebastián, se regodea con las acepciones grandilocuentes en lugar de las versiones más modestas. Por ejemplo ─cita─ “recepcionar en lugar de recibir, clarificar por aclarar, sorpresivo por sorprendente”, entre otras. Se refiere luego a lo que él considera “la reina de las expresiones” de ese estilo, a saber, “en olor de multitudes”. En efecto, es una metáfora estúpida, pues las multitudes no huelen más que a sobaquillo. Es una mala adaptación de “en olor de santidad” con que se canonizaba a un santo por el acuerdo general que existía sobre sus virtudes. En fin, el donostiarra tiene toda la razón.
 
Eduardo San Juan comenta el abuso del verbo “apostar”. Sustituye a otras muchas acciones (optar, proponer, inclinarse por, etc.) sin que tenga nada que ver con lo juegos de azar o de envite. Le doy la razón; es una muletilla insufrible. La madre de Guillermo Brown le decía que era de mal gusto estar diciendo continuamente lo de “apuesto que sí”. En inglés es un verbo muy vulgar, quizá por la ética puritana que considera pecaminoso el juego de apostar dinero.
 
Gabriel Lorente me habla de la manía actual de los verbos que podríamos llamar cojos. Por ejemplo, “he venido a compartir” (sin decir qué comparte o con quién) o “mis primeras palabras son para agradecer” (sin decir qué o a quién). Es un lenguaje telegramático propio de discursos y declaraciones. Bien observado.

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