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Amando de Miguel

Silva de varia lección

Dioni Villar (San Sebastián) comenta mi norma particular de poner un límite de 30 palabras entre punto y punto. El donostiarra mantiene una norma más estricta: 12- 15 palabras por frase como límite. Me parece un poco forzada la cosa. Alguna vez, como experimento, me he atenido al límite de las 20 palabras por frase, pero resulta un poco forzado. La oración anterior consta de 20 palabras, pero la norma no se puede mantener para un texto largo. Esas normas limitativas proceden del inglés, pero ese idioma permite una mayor concisión. Por eso me parece justo el límite de las 30 palabras. Lo he adoptado por un procedimiento de tanteo. Por una vez el español es más escueto que el inglés. El “tanteo” en español es el trial and error en inglés. Pero lo común es que el español exija más palabras que en inglés. No es ni buena ni mala esa abundancia retórica, pero hay que saber administrarla.
 
Agustín Fernández Cisnal me envía el extracto de una deliciosa conversación doméstica. Hablan del cantante ciego Serafín Zubiri:
─ “Sí, ese cantante negro
─ No, mamá, no es negro, es ciego.
─ Bueno, negro, ciego, yo sé que algo tenía. No quería decir que tenía la minusvalía de negro”.
 
Son innúmeros los mensajes en los que me transmiten el dispositivo para obtener la Ñ de los teclados en que no está. Por lo visto, basta con pulsar Alt y + mientras se escribe 164. Con el 164 aparece la Ñ minúscula y con el 165 la Ñ mayúscula. Con un procedimiento parecido se obtienen las vocales acentuadas y otros muchos signos. Agradezco la solicitud de tantos libertarios mañosos. Ya no hay pretexto para escribir “¡Cono! Es espanol”.
 
Xabi Cereixo (Vigo, Pontevedra) no está de acuerdo con esa atribución que aquí hago a los gallegos de que les resulta difícil la pronunciación de dos consonantes seguidas intervocálicas. Por ejemplo, “reduto” por “reducto”. Don Xabi sostiene que “no es una característica gallega sino un producto del desconocimiento, de la ignorancia”. No lo creo. Me reafirmo en que es una característica peculiar de la prosodia de los gallegos, tanto de los paisanos (= campesinos, lugareños) como de los catedráticos. No es ningún error ni una tacha. En otras regiones hay variaciones fonéticas que igualmente se desvían de la norma estadística. Por ejemplo, los leoneses tienden a pronunciar “contazto” y los madrileños “poyo” (por pollo). No digamos el seseo de los canarios. No hay ningún desdoro en esos usos fonéticos que varían según las regiones. Más grave podría ser el leísmo de los castellanos y también se comprende y se perdona. Al menos ese es el espíritu libertario.
 
Luis Armero Amat me escribe una larga misiva para demostrarme que el esperanto no pretende sustituir a las demás lenguas, sino solo ser un vehículo de comunicación entre todas ellas. Hace una confesión graciosa: “Soy uno de los españoles que no ha leído el Quijote en castellano/español ¡Lo he leído en Esperanto!”. Lo que no entiendo es por qué el castellano o español no merece la mayúscula inicial como le asigna al esperanto. El evangelio esperantista está muy bien. El único problema es que desde que el Doktoro Esperanto publicó su manifiesto en 1887 ha pasado más de un siglo con un éxito más bien modestito. Ya llega tarde; está el inglés.
 
Mikel Gómez Urkijo (Leioa, Vizcaya) quiere saber cómo se puede definir el “puente” o vacación extraordinaria. Con buen acuerdo, sostiene que antes consistía en unir dos días festivos “haciendo puente” el día intermedio. Ahora, en cambio, “puente es cualquier día festivo”. Tiene razón don Mikel. El “puente”, como dice Seco, es la “vacación formada por dos o más días festivos próximos y sus intermedios o inmediatos”. En la práctica es una vacación ampliada por el azar del calendario. Los “puentes” se “hacen” o se “cogen”. En Madrid es corriente que el grueso del tráfico de regreso de un “puente” se forme no en la tarde del último día festivo, sino en la mañana del primer día hábil después del “puente”. Llegará un momento en el que el verdadero “puente” sea el que formen los escasos días laborables.
 
No soy un experto en el lenguaje deportivo. Ni siquiera me atraen los deportes competitivos. Pero hay que reconocer la riqueza del lenguaje deportivo, especialmente el del fútbol. Miguel Rosique Rodríguez (Madrid) aporta estas frases más o menos hechas:
─ “El balón ingresa en el terreno de juego” (= saque de banda).
─ “El balón favorece al equipo contrario” (= el equipo visitante saca de banda).
 
Obsérvese que en ambos casos el extraño sujeto de la acción es “el balón”, como si tuviera vida.
 
José Luis Alonso Crespo (Madrid), vive tan ricamente en una residencia (La Guindalera). Opina que no hay que considerar a las residencias de la tercera edad como una especie de estación terminal, para personas impedidas. Su experiencia es que también cabe ese otro modelo de residencia para las personas mayores sin familia. Me parece una idea muy pertinente. Tomo nota por si pudiera interesarme. De momento aconsejo a mi paisano don José Luis que lea mi libro El arte de envejecer (Biblioteca Nueva).

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