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Cristina Losada

Hambrunas progresistas

La escasez y el hambre para el pueblo y un tren de vida fastuoso para los dirigentes. Las penalidades del comunismo, abajo y el esplendor capitalista, arriba.

El disidente chino Liu Binyan definió la economía planificada como "un continuo fluir de recursos públicos a los bolsillos de los que detentan el poder". De ahí la corrupción rampante de los regímenes comunistas pasados y presentes. Un antiguo coronel de Corea del Norte acaba de publicar un libro que narra sus dos décadas al servicio de la dinastía que allí rige. Él se encargaba de comprar en Europa los productos de lujo que deseaban sus amos. Caros automóviles, alfombras, delicatessen. Nunca faltó el dinero. "La gente se moría de hambre y ellos se hacían traer comida de todos los lugares del mundo", cuenta Kim Jong Ryul. En 1994 huyó y fingió su propia muerte para evitar el destino de tantos otros desertores.

El escritor Christopher Hitchens visitó aquel país hace nueve años y pudo ver los regalos enviados por admiradores extranjeros, como Ted Turner y Jane Fonda y el predicador Bill Graham. Y eso que Corea del Norte nunca gozó, entre las filas progresistas, del atractivo de Vietnam o Cuba. Pero en todas partes el bello ideal de la sociedad sin clases condujo a la desigualdad más ofensiva. La escasez y el hambre para el pueblo y un tren de vida fastuoso para los dirigentes. Las penalidades del comunismo, abajo y el esplendor capitalista, arriba. Muchos disidentes abrieron los ojos al observar los privilegios de una elite consagrada, en teoría, a construir una sociedad igualitaria. Aunque sus testimonios apenas corrigieran la ceguera voluntaria de los "compañeros de viaje" afincados en Occidente. A fin de cuentas, las celebrities de entre ellos también viven como rajás de ese capitalismo del que reniegan.

El estrecho vínculo que se ha dado en España entre los progresistas y el comunismo aumenta el grosor de la venda. El PSOE se ha negado a incluir, como tema de estudio en la enseñanza, la hambruna que Stalin provocó en Ucrania. Alega que no está claro que fuera un genocidio. Walter Duranty, célebre corresponsal del New York Times por entonces y premio Pulitzer, tenía claro que no se pasaba hambre. Los mercados de los pueblos, escribió, "están llenos de huevos, frutas, aves, verduras, leche y mantequilla... Hasta un niño puede ver que no hay hambruna, sino abundancia". Por eso murieron de tres a siete millones de personas. Nada que interese a nuestros progres. Su superioridad moral aún depende del borrado de crímenes y abusos. ¡Es tan frágil!

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