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Daniel Rodríguez Herrera

Neutralidad o transparencia

Los proveedores podrían no hacer estas cosas. Pero entonces sería más caro conectarse a internet, pues tendrían que invertir en mejores infraestructuras, o el servicio sería peor, pues los usuarios verían cómo su conexión iría más lenta.

Las leyes de neutralidad de red en Chile han obligado a Telefónica a publicar cómo gestiona su red en el país sudamericano. Resulta un documento especialmente interesante en estos días de demagogia barata del tipo "todos los bits son creados iguales", demagogia que equipara la neutralidad con un derecho fundamental y hurta de ese modo la posibilidad de un debate racional.

Telefónica Chile hace prácticamente todo lo que los propulsores de estas leyes consideran maligno. Limita la descarga de archivos de sitios como Rapidshare y Megaupload, así como el tráfico en las redes P2P, cuando existen problemas de saturación del ancho de banda, dando prioridad a servicios en tiempo real como la telefonía IP o los juegos. Se reserva la posibilidad de emplear parte de la conexión para dar servicios propios. Naturalmente, no bloquea a Google o MSN porque se nieguen a pagarle un diezmo, que es el escenario con el que nos pretenden asustar. No saldría a cuenta.

Los proveedores podrían no hacer estas cosas. Pero entonces sería más caro conectarse a internet, pues tendrían que invertir en mejores infraestructuras para dar soporte a mucho más ancho de banda, o el servicio sería peor, pues con el mismo ancho de banda y sin priorizar todos los usuarios verían cómo su conexión iría más lenta. Podrían no dar señal de televisión a un precio extra, pero entonces serían los usuarios de internet los que soportarían en exclusiva los costes de la infraestructura, sin compartirla con quienes ven la televisión por el cable.

A nadie, ni a las operadoras ni a los clientes, nos hace gracia que se incumpla la neutralidad de la red aunque sea para dar un buen servicio. Pero las personas adultas que viven en el mundo real saben que frecuentemente hay que hacer compromisos entre distintos bienes. Si se plantea el asunto de la neutralidad como algo aislado, sin más consecuencias, todos nos apuntaríamos. Pero prohibir a una operadora gestionar su red supone pagar un precio más alto o sufrir un peor servicio. Debemos elegir entre una cosa u otra. Y ya lo hacemos en el mercado.

Sin duda estaría bien que las operadoras fueran transparentes, como Telefónica Chile se ha visto obligada a serlo, para que los clientes podamos tomar una decisión mejor informada. Pero somos nosotros quienes tenemos el poder de castigar las violaciones, reales o imaginarias, a ese paraíso teórico de la neutralidad de la red. Sin nuestro dinero, las compañías no son nadie. Así que, puestos a apoyar algo, mejor una ley de transparencia que de neutralidad.

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