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Daniel Rodríguez Herrera

Si no te gusta, no abortes

Como en el fondo los argumentos liberales son buenos, la izquierda los usa cuando le conviene. Y en el aborto le conviene.

No deja de ser curioso que la mayor parte de los argumentos a favor del aborto sean liberales, al menos en apariencia. Al fin y al cabo, que cada uno haga con su cuerpo lo que quiera siempre que con ello no ataque los derechos de los demás (por ejemplo, volándoselo con un cinturón bomba en un autobús) es un principio netamente liberal. Con razón o sin ella, a muchos se les ponen los pelos como escarpias pensando en las consecuencias prácticas, pero no cabe duda de que la libertad de meterse en el cuerpo las sustancias que se prefieran, acostarse con quien uno quiera si el otro también lo quiere, comprar un arma para defensa propia, etc., cumplen con aquello tan viejo de que tenemos derecho a hacer lo que queramos si no lesionamos los derechos ajenos.

Como en el fondo los argumentos liberales son buenos, la izquierda los usa cuando le conviene. Y en el aborto le conviene. De ahí el "Nosotras parimos, nosotras decidimos", el "Fuera los rosarios de nuestros ovarios" o, en su acepción algo más fina y presentable, el "Si no te gusta el aborto, pues no abortes, que nadie te obliga a hacerlo". Un argumento en apariencia perfectamente trasladable para argumentar a favor de la libertad de drogarse, de hacer guarrerías españolas o de tener afición a las armas de fuego. Y, ya que nos ponemos, a favor del comercio libre de drogas recreativas, la prostitución o las armerías, aunque los progres suelan estar de acuerdo sólo con algunas libertades y sólo cuando no hay de por medio intercambio de dinero.

Pero este argumento abortista es falaz, y sólo superficialmente liberal. El embrión y luego el feto son seres humanos diferenciados de sus padres. Son, por tanto, al menos a priori, sujetos de derecho. Podemos argumentar que tenemos libertad de tener un arma y pegar unos tiros a unas latas, pero no que tengamos derecho a dispararle entre ceja y ceja al vecino ese tan molesto del cuarto.

Es decir, el argumento de que el aborto es algo que sólo incumbe a la mujer porque tiene que ver con su libertad para hacer lo que quiera con su cuerpo presupone, sin probarlo antes, que el futuro niño que tiene dentro no es una persona distinta, con sus propios derechos. Evita la pregunta esencial alrededor de la cual giran todo el debate y todas las protestas en contra del aborto. Y lo hace porque entrar en eso supone meterse en un terreno resbaladizo donde hay muchas más dudas que certezas, y si hay algo que no puede interponerse en eso que la izquierda llamada derecho es una duda.

Al contrario que tantos, yo estoy lejos de tener una postura firme y segura sobre el aborto. Al contrario que Peter Singer, el del Proyecto Gran Simio, tengo claro que el infanticidio debe ser ilegal. Y si matar un bebé es un crimen, no entiendo por qué matarlo puede ser legal por una mera cuestión geográfica: dentro del útero se puede, fuera no. La opción más coherente, y que debería encantar a los ecologistas por aquello del principio de precaución, sería defender por si acaso la vida humana desde la concepción excepto en caso de riesgo de vida para la madre, lo que está claro que puede equipararse a la defensa propia. Pero igualmente me parece difícil llamar persona a un grupo de células que carece siquiera de sistema nervioso y, por tanto, de sensibilidad, y no digamos ya conciencia de sí mismo. En términos tomistas, dudo de que en las primeras etapas de desarrollo esa materia biológica tenga un nivel de desarrollo tal que le permita recibir de Dios un alma humana.

Pero hacerse preguntas está feo. Con eso no se gana uno la vida en las tertulias. Y así no hay quien se haga una carrera en este oficio.

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