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Pese a que las actitudes de la juez Colleen Kollar-Kotelly hacia Microsoft habían hecho presagiar una sentencia contra la compañía de Redmond más dura que el acuerdo firmado con parte de los denunciantes, finalmente la sentencia se ha quedado en una mera ratificación de dicho acuerdo. Habida cuenta de que, además, es probable que aún queden un par de años de apelaciones, la incidencia directa de este proceso en los usuarios es y será casi insignificante.

El problema del monopolio de Microsoft sobre el mercado de sistemas operativos Windows seguirá vigente. El dictamen obliga a publicar en los próximos tres meses todas las especificaciones de Windows XP, pero deja abierto el resquicio de ocultar las relativas a seguridad. Un resquicio que será seguramente aprovechado. Es quizá la medida más importante si se llegara a cumplir de forma efectiva, pero es casi imposible determinar cuándo el poseedor de un secreto lo ha publicado completo o sólo de forma parcial.

Una mejor solución podría haber sido la obligación de publicar el código fuente del sistema operativo que causó el litigio, el Windows 98, bajo algún tipo de licencia de software libre. Esto habría permitido a particulares y compañías crear clones de Windows abriendo el mercado, dejando a Microsoft con el liderazgo que le otorgarían los cinco años que lleva mejorando su producto desde entonces. Pero el énfasis durante los juicios se ha puesto en permitir a competidores crear aplicaciones para Windows con el mismo conocimiento que tiene Microsoft sobre ella.

También se prohíbe a Gates obligar a los vendedores de PC a instalar Windows y sólo Windows en sus equipos. Todo esto podría conformar una buena sentencia, aunque seguramente algo corta. Pero lo vergonzoso es que no se incluya en la misma ninguna sanción económica al gigante. De este modo, las compañías que salieron directamente perjudicadas por las actuaciones de Microsoft, principalmente Netscape, finalmente no han obtenido ninguna compensación. La conclusión que deja la sentencia es que restringir la competencia resulta muy barato para las compañías. Mala cosa, ciertamente.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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