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David Jiménez Torres

Cataluña no es España (right?)

Descartada, por tanto, una explicación lógica al fenómeno, uno empieza a plantearse si no se deberá a un proceso más subconsciente, el del agente que busca la legitimidad y autoafirmación que le niega un segundo y de las que, secretamente, él mismo duda.

Siempre me ha resultado curioso el afán internacionalista, y muy especialmente la obsesión con el inglés, de los nacionalistas catalanes. Todos (al menos, todos los futboleros) recordamos las pancartas del Catalonia is not Spain del Camp Nou, y también los 2.000 panfletos de idéntico lema que las juventudes de Convergencia repartieron en Roma con ocasión de la final de la Champions entre el Manchester United y el Barça. También conocemos todos la inversión de importantes sumas de dinero público por parte de la Generalitat para crear consulados en ciudades extranjeras. Los que estábamos en Inglaterra el año pasado tampoco olvidamos el voluntarioso desfile de figuras de la Generalitat por la London School of Economics y el Centro Cañada Blanch, que culminó con una conferencia de José Montilla, L’esperit de Catalunya avui, de la que se distribuyeron transcripciones solamente en inglés. El esfuerzo más reciente de este tipo es la campaña I’m Catalan I love Freedom, iniciativa presentada este miércoles en el parlamento europeo y que reivindicará, durante la presidencia española de la UE, el derecho de autodeterminación de Catalonia. Los tres manifiestos de presentación estaban, por supuesto, en inglés.

Lejos de la guasa que pueda provocar este último lema, que sonará a todo angloparlante menos como un desgarrado grito por la libertad que como una expresión de niña pija americana en la edad del pavo (oh my gosh, I’m Catalan and I like totally looooooove Freeedom), el fenómeno es bastante paradójico. Más que nada por la aparente futilidad de buscar y convencer a interlocutores que a la larga no tendrán absolutamente nada que ver en el proceso independentista catalán. Y es que aunque se pudiera convencer a un hooligan ilustrado de la dignidad de la causa independentista, ¿cómo podría eso ayudar a los independentistas en el Congreso de los Diputados o en el Tribunal Constitucional, que a la larga serán los únicos lugares donde se decidirá su causa? ¿Acaso consiste la estrategia en conseguir que la comunidad internacional se indigne tanto con la explotación española de Cataluña que corten todo vínculo comercial con Espanya, creando así una presión parecida a la que se cernió sobre el apartheid surafricano (porque obviamente la injusticia es tan flagrante en este caso como en aquel), hasta que al final el Gran Estado Fascista abra las garras y deje en libertad, de una vez por todas, a la nación de aquellos que aman la Freedom? Hombre, es una idea, aunque mucho recorrido no tiene. Y es que lo ilógico de la apuesta de propaganda internacionalista y anglófila se muestra en un asunto mucho más básico: el cuestionable interés que puedan sentir los ingleses, los americanos, los franceses, los italianos, los alemanes y más o menos doscientas nacionalidades más, sumidas todas en sus propias convulsiones y vicisitudes internas, por las de una pequeña región española que ni siquiera tiene iconos pop en su haber.

Descartada, por tanto, una explicación lógica al fenómeno, uno empieza a plantearse si no se deberá a un proceso más subconsciente, el del agente que busca la legitimidad y autoafirmación que le niega un segundo y de las que, secretamente, él mismo duda, en la figura de un tercero más distante y poderoso. Pero a media exploración de las obras completas de Lacan y Zizek en busca de confirmación de esta tesis, una noche en un bar por la zona de Barceloneta descubre una explicación mucho más plausible. Allí, un grupo de portugueses y británicos, que no llevan en Barcelona más de dos meses, declara a su interlocutor madrileño que apoyan la causa independentista. Que si no se impusiera el catalán como lengua única, este desaparecería [sic]. Que en la España de Franco te fusilaban por hablar catalán en casa [sic]. Que Barcelona es más grande que Madrid [sic] y merece por tanto el reconocimiento de capital de una nación [sic de nuevo]. Finalmente, una británica declara que es que los catalanes son tan different del resto de españoles que merecen un Estado propio (investigaciones posteriores revelan que la chica nunca ha viajado a Madrid, ni a Valencia, ni a La Coruña, ni a Sevilla, ni a Granada, ni a Zaragoza...).

Su interlocutor hace un esfuerzo por rebatir sus argumentos, y se encuentra tras varios minutos de argumentación con un silencio aburrido y un par de alzamientos de hombros que señalan que bueno, que ellos lo que quieren esta noche es beber y pasárselo bien, que no están para discusiones de veras, y que en realidad, a ellos, todo esto ni les va ni les viene. Y es que quizás la solución era la opuesta al problema planteado originalmente: no es que los independentistas busquen interlocutores internacionales a pesar de que no les pueda interesar su causa... sino precisamente por eso mismo. La suspension of disbelief del extranjero: al que poco le importa algo, se le puede convencer de las barbaridades que sea.

En España

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