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David Jiménez Torres

Joseph Needham

Tras casi medio siglo de trabajo, "Needham reconoció que no había llegado a ninguna conclusión firme y mucho menos determinante". Estuvo trabajando en SCC hasta dos días antes de su muerte.

Otra temporada de exámenes y de entregas, y los estudiantes abarrotamos las bibliotecas de los departamentos y los colleges, perdiéndonos esos cielos de mayo que en Inglaterra se parecen tanto a los de enero. Los de máster tenemos que escribir una tesina de unos cuarenta folios, y ya empiezan a verse rostros pálidos y cavernosos en nuestro Graduate Centre. Y yo no puedo dejar de pensar en Joseph Needham.

No sé si al público español le sonará el nombre; yo me enteré de él a través del reciente libro de George Steiner, Los libros que nunca he escrito (Siruela, 2008), en que el eterno don de Cambridge habla del artículo que quiso escribir en los años setenta sobre Needham para la serie Modern Masters. El eruditísimo Steiner había gravitado naturalmente hacia el aún más eruditísimo Needham, pero las fantasías maoístas de éste (fue uno de los grandes propagandistas en Europa del régimen chino) habían enfriado cualquier posibilidad de amistad. Años más tarde, ya muerto Needham, Steiner le dedicó un ensayo laudatorio como sólo puede escribir un don sobre otro don.

Needham fue, sin duda, un héroe del cerebro humano, de la capacidad humana para el conocimiento. Eminente científico y sinólogo pero, sobre todo, pensador sincrético, su bibliografía se extiende a más de 385 títulos entre conferencias, artículos, libros, etc. Estudió la historia de la ciencia mundial y sus conocimientos se extendían a la filosofía, las matemáticas, la literatura, el pensamiento político; sus notas a pie de página, según Steiner, son una enciclopedia del conocimiento y la cultura humanas. Superhombre del lateral thinking, como lo llamaríamos hoy, Needham hacía desfilar cientos de nombres, conceptos y personajes históricos por las páginas de cualquier trabajo, independientemente de su índole; nos cuenta el panegirista (otro rey del name-dropping) que "en relación con Joseph Needham podemos preguntar, como nos preguntábamos en relación con Leibniz o Humboldt, ‘¿hubo algo que no hubiera leído y retenido?’".

El ensayo de Steiner se fija en la que se considera la opera magna de Needham, su Science and Technology in China. Concebido en 1937, en un principio iba a ser un tomito dedicado a investigar por qué China, que empezó por la senda de los descubrimientos científicos muchísimo antes que Europa, se quedó atrás frente al descomunal desarrollo tecnológico e intelectual que acabó logrando nuestro continente. A medida que la prodigiosa mente de Needham se fue obsesionando más y más con esta cuestión, el proyecto fue extendiéndose: acabó perfilando una serie de dieciocho tomos que, según los cálculos del propio Needham, le llevaría sesenta años de estudio ininterrumpido. Él ya tenía cuarenta y siete, pero nada, manos a la obra: se puso a la descomunal tarea con un equipo de ayudantes que pronto formaría el Needham Research Institute.

Needham trabajó en el SCC durante más de cuarenta años, luchando en los últimos contra el Parkinson; al final, convencido de que no le quedaba demasiado tiempo, se esforzó por llegar a una conclusión en relación con el dilema que había acabado dirigiendo su vida, aunque fuera una conclusión provisional. No fue capaz. Como nos cuenta Steiner, tras casi medio siglo de trabajo, "Needham reconoció que no había llegado a ninguna conclusión firme y mucho menos determinante". Estuvo trabajando en SCC hasta dos días antes de su muerte.

Y yo me pregunto si Needham, ya en su lecho de muerte, sabedor de su derrota final, volvió la vista hacia los días en que había sido un estudiante de veinte años. Los días en que entró por primera vez en las mismas bibliotecas en que nos sentamos ahora nosotros, y vio el océano del conocimiento abrirse ante sus ojos y, durante unos instantes, dudó.

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