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EDITORIAL

Hay sucesor, ¿habrá sucesión?

Ni la izquierda ni la derecha han logrado en todos estos años consolidar sendos proyectos políticos independientes, en sus líneas fundamentales, del líder carismático de turno: la UCD no sobrevivió a Suárez, AP no sobrevivió a Fraga, y el PSOE aún intenta sobrevivir a la funesta era de González y a la formidable trituradora política del imperio mediático de Polanco, que abortó inmisericordemente uno de los pocos ensayos de verdadera democracia interna en los partidos cuando el resultado –Borrell– no coincidió con el deseado y “precocinado” –Almunia–. Lo mismo le ha ocurrido, por cierto, a Zapatero, quien, tras ver cómo apaleaban González y Polanco a Nicolás Redondo Terreros, abandonó su talante responsable y moderado para convertirse en carne de cañón de la batalla de desgaste que González y Polanco han librado contra Aznar y que, a todas luces, han perdido; dejando de paso un PSOE acéfalo y a la deriva, sin ideas ni programas, convirtiéndolo en juguete de la izquierda radical y de los nacionalismos.

El PP, hechura de Aznar, no es una excepción a las reglas del caudillismo y la oligocracia partidaria; cuyo origen, dicho sea de paso, tiene muchísimo que ver con las listas cerradas, que permiten a los líderes de los partidos aplicar la disciplina de “el que se mueva no sale en la foto” y que explican las despiadadas luchas por el poder en el seno de los partidos políticos (véase, por ejemplo, el caso de la FSM). Son reglas que, por desgracia, sólo dejan dos alternativas: el liderazgo férreo y piramidal (como el que ejerció –y sigue ejerciendo– González en el PSOE y como el que ha ejercido Aznar en el PP) o el “pluralismo”, eufemismo con el que se camuflan las luchas intestinas por el poder (la UCD y el PSOE de Zapatero) a costa de la unidad del partido y de la definición de una política y un programa común y coherente que poder presentar a los electores. No es preciso aclarar cuál de las dos alternativas, dentro de lo malo, es preferible. E, indudablemente, uno de los mayores méritos de Aznar ha sido precisamente consolidar un liderazgo que ha conseguido aglutinar a la derecha –tradicionalmente mucho más fragmentada que la izquierda– en torno a un proyecto bien definido, cuyas líneas maestras han sido la aproximación a la ortodoxia económica, la defensa sin titubeos del orden constitucional y el apoyo sin reservas a nuestros aliados en la esfera internacional.

Si el principal requisito para la regeneración del PSOE es depurar de su seno definitivamente la funesta herencia de González y las tentaciones extremistas, homologándose con los partidos socialdemócratas europeos, la condición necesaria para la salud y supervivencia del PP es conservar y mejorar el legado de Aznar, cuyo balance es incontestablemente positivo. Si no fuera por los vicios del sistema –como ya hemos dicho antes, proclive al caudillismo y a las estructuras piramidales–, esa herencia política sería asumida más o menos automáticamente por el partido. Habida cuenta de que no es así –recuérdese la falta de temple de la mayoría de los “barones” del PP en dificultades como la del Prestige y la guerra de Irak–, es lógico y comprensible que Aznar haya querido asegurar la continuidad de una política acertada en la mayoría de las áreas.

Mariano Rajoy, notable parlamentario y con amplia experiencia de gobierno (ha pasado por tres ministerios, además de haber ocupado la vicepresidencia de la Xunta de Galicia con Fraga), ha ocupado la cocina política del gabinete de Aznar desde 1996 –organizó las campañas del PP de las dos últimas elecciones generales–, no abandonó a su jefe en los difíciles trances del último año y, por añadidura, representa aproximadamente el punto equidistante entre las distintas tendencias en el seno del PP. Son estos factores probablemente los que han decidido a Aznar a entregarle a Rajoy el partido y la candidatura a las próximas generales, en la fundada y razonable esperanza –habida cuenta de la caótica situación que vive el PSOE– de que el hasta ahora vicepresidente y portavoz del Gobierno revalide la mayoría absoluta del PP y consiga que el partido logre sobrevivir al que, hasta ahora, ha sido su líder indiscutible. Siempre y cuando, naturalmente, éste, desde su retiro dorado en la FAES, se lo permita... Siempre que los barones despechados no caigan en la tentación de segar la hierba bajo sus pies después de las elecciones. Y, fundamentalmente, siempre y cuando Rajoy sea leal no tanto a Aznar como a su política.


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