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Emilio Campmany

Dímelo en francés

El caso es que la ruptura del Merkozy nos ha sentado como el plan Pond’s, belleza en siete días. De ser la más fea del baile hemos pasado a estar, como doña Leonor, agobiados por los pretendientes.

Se ha escrito por estos lares que François Hollande antes que socialista es enarca, un tipo serio que hará lo que hay que hacer. Sin embargo, en sus primeros gestos, el nuevo presidente francés más bien ha mostrado mañas de socialista antes que prudencia de enarca. Puede que su empeño en que la Unión Europea emprenda políticas que él llama de crecimiento, y que son en realidad de gasto, no sea más que una treta para que su partido gane las legislativas de junio y luego volver a la política de austeridad. Pero no lo parece. Francia tendría que liberalizar su economía y recortar su gasto público para cumplir sus compromisos de déficit. Y eso un socialista no lo va a hacer.

Por eso, el vecino está empeñado en los eurobonos y en la socialización de la deuda, pues cree que es el modo de poder financiar, con cargo a la confianza que genera la economía alemana, el déficit que su política de gasto provocará. Y en esta estrategia cree que puede encontrar un aliado en nosotros, los españoles. De hecho, el francés ha preguntado a los medios de comunicación si creen que es justo que, mientras Alemania se financia prácticamente al 0 por ciento, los españoles tengamos que hacerlo a un 6. Cuando un francés se esfuerza tanto por hacernos un favor, hay que ponerse en guardia. En la época en la que Francia podía financiarse a bajo coste, a los franceses les parecía muy bien que nosotros tuviéramos que pagar una hijuela al acudir al mercado de bonos. Ahora que les toca a ellos que se les dispare la prima de riesgo, dicen que hay que socializar la deuda. Y dicen que lo hacen por nosotros. Lagarto, lagarto.

El caso es que la ruptura del Merkozy nos ha sentado como el plan Pond’s, belleza en siete días. De ser la más fea del baile hemos pasado a estar, como doña Leonor, agobiados por los pretendientes. Podemos escoger casarnos con el francés y esperar que la presión sobre Merkel la obligue a ceder, se emitan los eurobonos y financiarnos al 4 o al 3 por ciento. O comprometernos con Merkel a cambio de que el BCE se porte una miaja mejor con nosotros inyectando liquidez a nuestros bancos, aunque eso no nos excusará de tener que apretarnos el corsé todavía más. Para cuando llegue a finales de junio la verdadera cumbre, de la que ésta ha sido sólo la preparación, habrá que haberse decidido por el uno o por la otra.

Creo que es mejor irse con Merkel. Ante todo, no es ni mucho menos seguro que, aun contando con nuestro apoyo, Hollande vaya a salirse con la suya. Luego, España, con eurobonos o sin ellos, tiene la imperiosa necesidad de adelgazar su elefantiásico gasto público. Y por último, quien realmente puede ayudarnos es el BCE y allí quien manda es Merkel, no Hollande. A ver con quién nos casamos.

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