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¿RETIRADA O APUESTA POR LA VICTORIA?

El legado de Bush en Irak

Al Presidente Bush le quedan poco más de dos años en el cargo. La cuestión central que afronta es ésta: ¿qué tipo de Irak traspasará a su sucesor? ¿Será un Irak en estado de colapso, un horrible y metastásico desastre arrojado en la puerta del próximo presidente? ¿O un Irak en el camino a la estabilidad y el éxito, con creciente seguridad para los ciudadanos iraquíes, un sistema político cada vez más viable, y una economía en desarrollo? La respuesta determinará cómo será recordado el presidente por las futuras generaciones.

Al Presidente Bush le quedan poco más de dos años en el cargo. La cuestión central que afronta es ésta: ¿qué tipo de Irak traspasará a su sucesor? ¿Será un Irak en estado de colapso, un horrible y metastásico desastre arrojado en la puerta del próximo presidente? ¿O un Irak en el camino a la estabilidad y el éxito, con creciente seguridad para los ciudadanos iraquíes, un sistema político cada vez más viable, y una economía en desarrollo? La respuesta determinará cómo será recordado el presidente por las futuras generaciones.
Bush se enfrenta a un nuevo Congreso
Existen, por supuesto, otros temas importantes en juego que a lo largo de los próximos dos años ocuparán a la administración Bush: la constante necesidad de defender a los americanos de la amenaza de un ataque terrorista; los esfuerzos por parte de Irán de adquirir armas nucleares; la contención, disuasión y debilitamiento de una Corea del Norte con armamento nuclear; los problemas planteados por una autoritaria y cada vez más beligerante Rusia; y los desafíos polifacético planteados por una ascendente China. Pero la cuestión sigue siendo que Bush llevó a la nación a la guerra (correctamente, en nuestra opinión) para derrocar a Saddam Hussein, y el éxito o el fracaso de esa guerra será central para su legado.
 
La presente trayectoria va directa al fracaso. En la práctica, ésta ha sido la trayectoria durante más de tres años, desde que los funcionarios del Pentágono, militares y civiles, decidieron destacar pocas tropas con diferencia en Irak: pocas para llevar orden y estabilidad al país después de la expulsión de Saddam; pocas para evitar el crecimiento de una insurgencia; y después muy pocas para reducirla. En cada etapa de la espiral de caída consiguiente, los altos funcionarios del Pentágono, con la aprobación no solamente del secretario de defensa sino de dos consejeros de seguridad nacional y del presidente en persona, han rechazado incrementar el número de efectivos americanos en Irak hasta los niveles necesarios para el éxito. Por el contrario, siempre han permanecido con un pie en la puerta. Los funcionarios militares y civiles del Pentágono siempre han estado intentando salir de Irak desde que entrara el ejército.
 
El 3 de mayo del 2003 -- menos de un mes después de que las tropas norteamericanas entrasen en Bagdad -- el New York Times informaba de los planes del Pentágono para "retirar la mayor parte de las fuerzas de combate de Estados Unidos de Irak a lo largo de los próximos meses", reduciendo el número de efectivos de 130.000 a 30.000 hacia el otoño del 2003. En cada año que siguió, los planificadores militares esperaron llevar a cabo una reducción sustancial de las fuerzas en respuesta a los tan anticipados y esperados avances políticos en Irak. Y todas las veces, esos avances políticos esperados se fundamentaron en la incapacidad de las fuerzas iraquíes y de la coalición combinadas para proporcionar la seguridad básica necesaria para hacer posible el progreso político. De modo que el Pentágono mantuvo en Irak suficientes tropas para evitar el desastre inmediato, y también para evitar prolongar el conflicto, pero no suficientes para hacer progresos y evitar la perspectiva del desastre eventual.
 
El resultado no ha sido solamente un nivel de fuerzas constantemente inadecuado. El ciclo sin final de retiradas prometidas, seguidas de una seguridad deteriorada, y después de la cancelación de las reducciones propuestas ha sido políticamente desastroso tanto en Irak como en Estados Unidos. En Irak, las políticas americanas han minado constantemente la confianza del pueblo iraquí en que Estados Unidos tenga la capacidad o la voluntad de proporcionarle la seguridad que necesitan y que se merecen. De modo que se volvieron hacia sus propios grupos armados sectarios en busca de la protección que la administración Bush no ha proporcionado. Eso, y no la inevitabilidad histórica o los presuntos fallos del pueblo iraquí, es lo que ha empujado a Irak a la guerra civil. En Estados Unidos, estas políticas siguen siendo igualmente perjudiciales. El pueblo americano ha juzgado acertadamente que la administración se está hundiendo en Irak y, lo que es peor, que no está comprometida a hacer lo que sea necesario para tener éxito. Esta percepción jugó sin duda un papel importante en las elecciones de la semana pasada. Ahora, como resultado de tres años de política fracasada, muchos americanos, incluyendo a muchos antiguos partidarios de la guerra, han decidido que el éxito ya no es posible y que es hora de salir.
 
Muchos miran al Iraq Study Group, la comisión encabezada por James Baker y Lee Hamilton, para proporcionar a Estados Unidos un camino bipartidista para salvar la cara con el fin de retirarse de Irak tan rápidamente como sea posible, con una conciencia limpia y un intervalo decente antes de que las consecuencias totales y desastrosas de esa retirada se manifiesten. La mayor parte espera que el informe de la comisión proporcione el disfraz intelectual para la retirada, ofreciendo explicaciones elaboradas acerca de cómo la salida de las tropas americanas en realidad mejora las perspectivas de un acuerdo político en Irak.
 
Tropas estadounidenses en IrakLa ironía, por supuesto, es que mientras que el esperado informe de la comisión Baker ha sido elogiado como oferta de un cambio de curso esperado hace mucho, parece improbable que lo haga. Los partidarios de la comisión anuncian a los cuatro vientos la idea de que en Irak no existe solución militar, solamente solución política, como si los funcionarios del Pentágono no hubieran estado exponiendo la misma idea durante tres años. La comisión puede pedir más negociaciones intensivas entre los iraquíes encaminadas a establecer algún nuevo modus vivendi político, como si los diplomáticos americanos en Bagdad no hubieran estado promoviendo desesperadamente durante años tales negociaciones. La comisión puede argumentar que nuestro objetivo en Irak debería ser la estabilidad en lugar de la democracia, como si la administración no se hubiera conformado hace mucho con la estabilidad en caso de haber encontrado un modo de lograrla.
 
Sin nada nuevo que ofrecer, el informe de la comisión Baker (si adopta la forma que predicen la mayor parte de los observadores) sufrirá probablemente el mismo destino que los esfuerzos similares en el pasado. No importa lo inteligentes o lo "realistas" que puedan ser las propuestas políticas extraídas de Washington: a menos que la mayoría del pueblo iraquí pueda ser protegido de los terroristas, los insurgentes y los escuadrones de la muerte, no será capaz de negociar y sostener ninguna solución política. Si las fuerzas del gobierno iraquí o de Estados Unidos no pueden proporcionarles seguridad, recurrirán cada vez más a sus propias fuerzas sectarias para proporcionar la seguridad que puedan.
 
Existe la teoría popular en nuestros días de que la presión de una retirada americana forzará a los iraquíes a alcanzar algún tipo de acomodo entre sí. Esto sería más plausible de no haber quedado refutado por tres años de dolorosa experiencia. Estados Unidos lleva prometiendo retirarse de Irak desde el comienzo de la guerra, y el único resultado ha sido empujar a los iraquíes más y más cerca del conflicto secretario. Si queremos intentar algo verdaderamente novel, digamos a los iraquíes que Estados Unidos no tiene intención de retirarse hasta que la insurgencia sea derrotada y las milicias sectarias desarmadas. Es precisamente la ilusión de que es posible una solución política para la violencia cada vez más rampante lo que nos ha llevado a donde estamos hoy. Pero ésta es la ilusión que la comisión Baker puede intentar vender una vez más.
 
No hay salvedad al hecho de que bajo las actuales condiciones, una retirada militar americana, incluso llevada a cabo de manera gradual, provocará el rápido colapso de Irak. Estos días uno se queda con la impresión de que muchos americanos están conformes con esta posibilidad. Algunos parecen estar seguros de que las cosas ya han empeorado en Irak todo lo que pueden empeorar. Esto es autoengaño con conocimiento de causa. Si Estados Unidos se retira de Irak prematuramente, la violencia sectaria que vemos hoy será menor en comparación con el derramamiento de sangre de una guerra civil genuina. No habría intervalo decente, no habría momento para que el pueblo iraquí se separase pacíficamente en sus respectivas zonas sectarias. Lucharían por el control de las ciudades y pueblos y los recursos por casi todo el país. El resultado sería una verdadera limpieza étnica sangrienta, del tipo que quiso evitar Estados Unidos cuando intervino dos veces en los Balcanes, del tipo que fracasamos en evitar en Ruanda, y del tipo de que, vergonzosamente, no evitamos ahora en Sudán. La diferencia en Irak sería que esta vez Estados Unidos sería responsable de provocar esta pesadilla humanitaria de manera más directa.
 
Si tales consideraciones no invitan al frío cálculo de los intereses nacionales de América, tenga en cuenta lo siguiente: entre los muchos frutos de un colapso iraquí bien podría estar la creación de zonas seguras, bastante grandes quizá, para grupos terroristas internacionales. Hemos leído algunos exámenes esperanzadores de que los propios iraquíes no permitirán que Al Qaeda u otras organizaciones terroristas operen en su entorno una vez que las fuerzas americanas se vayan. Esa esperanza nos sorprende, por gratuita. Hoy, los insurgentes suníes trabajan en tándem con los jihadistas islámicos en los sangrientos ataques contra civiles chiíes inocentes. En la violencia sectaria que seguiría al colapso de la política americana en Irak, sin duda tal cooperación continuaría. Y en el Irak caótico sumido en una guerra civil, ¿quién se tomará la molestia de asegurarse de que algunas porciones de territorio iraquí no se convierten en pequeños AlQaedastanes?
 
Lo que esto significa es que un Irak fallido rápidamente se convertirá en base de operaciones terroristas contra Estados Unidos y las demás naciones occidentales. La comisión Baker podrá recomendar "el redespliegue" de las fuerzas americanas lejos de las zonas de Irak más disputadas, Bagdad incluido, y estacionarlas en alguna parte "sobre el horizonte". Pero ¿cuánto tiempo pasará antes de que este presidente o el siguiente tenga que ordenar que las tropas vuelvan a luchar de nuevo contra los terroristas a los que habríamos reforzado?
 
Después está el tema de la intervención extranjera. Los observadores temen hoy que Irán es demasiado influyente en Irak. Este temor probablemente sea exagerado. Pero imaginen lo que sucedería si nos vamos e Irak se viene abajo. Irán intervendría para proteger sus intereses. Y lo mismo harían Turquía, Arabia Saudí, Siria, y los demás vecinos. La regionalización del desastre iraquí hará que la presente situación sea estable en comparación.
 
Este polifacético cataclismo podría no llegar bajo el Presidente Bush. Continuar el presente curso, aunque con el nuevo disfraz retórico de la comisión Baker, podría ganar suficiente tiempo para que el sucesor de Bush tenga que bregar con las consecuencias de su fracaso, no el propio Bush. Tal vez este es el regalo que el equipo de Bush padre hace a Bush hijo, una manera inteligente de pasar la patata caliente. ¿Pero está dispuesto realmente este presidente a pasar un Irak de pesadilla a su sucesor? ¿Es ese el legado histórico que planea dejar en sus dos años restantes en el cargo?
 
En lugar de buscar un modo afortunado de salvar la cara perdiendo en Irak, el presidente podría exigir por fin de sus consejeros civiles y militares una estrategia para tener éxito. Tal estrategia haría lo que las estrategias previas no han hecho: proporcionar la cifra de fuerzas americanas necesaria para lograr incluso los objetivos políticos mínimos en Irak. Tal esfuerzo comenzaría incrementando los niveles de efectivos americanos en Irak en al menos 50.000 miembros.
 
El objetivo de esta fuerza incrementada sería hacer lo que no se ha hecho desde el comienzo de la guerra: limpiar y conservar Bagdad sin desplazar a las tropas de una zona en conflicto de Irak a otra. Como ha argumentado nuestro colega el experto militar Frederick Kagan (y como algunos dentro del ejército americano han confirmado) 50.000 tropas adicionales podrían asegurar la capital iraquí. Una vez que eso se logre, las operaciones de limpieza y conservación podrían expandirse hacia las zonas de la insurgencia suní. Esta estrategia no pacificaría y estabilizaría todo Irak en un año o quizá ni siquiera en dos. Pero aseguraría y estabilizaría el centro vital de ese país, y proporcionaría verdadera esperanza de progreso, esperanza tanto a los iraquíes como a los americanos. Al menos el presidente sería capaz de traspasar un Irak con algunas perspectivas de éxito en lugar de entregar uno encaminado inexorablemente al desastre.
 
Robert Gates substituye a Donald RumsfeldAquellos que afirman que es imposible enviar 50.000 tropas más a Irak porque las tropas no existen, se equivocan. Las tropas sí existen. Pero también es cierto que el Ejército y los Marines están saturados, y que este nuevo despliegue necesita lograrse mediante medidas rápidas para incrementar el tamaño total de las fuerzas americanas sobre el terreno. Durante años, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld rehusó reconocer que la visión del ejército americano del futuro no encajaba con la presente realidad de la implicación americana en Irak y Afganistán y en todo el mundo. Confiamos en que el nuevo secretario de defensa comprenda la necesidad de tratar urgentemente la crisis de efectivos en nuestro ejército.
 
Si el presidente finalmente decidiera enviar la cifra necesaria de tropas a Irak, no tenemos duda de que muchas de las recomendaciones que es probable que lleguen de la comisión Baker tendrían sentido y podrían apoyarse. Compartimos la fe de la comisión en que la administración debería buscar de manera activa el apoyo bipartidista a su enfoque en Irak. Siempre podría hacer más a este respecto. Y creemos que varios Demócratas de relevancia podrían apoyar un incremento de los niveles de efectivos en Irak con el objetivo de estabilizar la situación. Esos Demócratas que esperan salir elegidos presidente en el 2008 deberían celebrar cualquier esfuerzo para garantizar que no se les deja un Irak en colapso en caso de acceder a la Casa Blanca.
 
Hay mucha charlatanería sobre que las elecciones del martes imposibilitan una estrategia de victoria en Irak. No son más que tonterías. En primer lugar, la victoria en Irak es una prioridad nacional, y abandonarla a causa de la pérdida de escaños de la Cámara o el Senado sería irresponsable. Pero también es cierto que la pérdida de escaños se debió en gran medida a la falta de confianza en que Bush tenga una estrategia de victoria en Irak, no en la creencia de que no sale con la suficiente rapidez. Si el presidente deja claro que va en serio con respecto a la victoria, y tiene una estrategia para lograrlo, tendrá el apoyo que necesita con el fin de hacer lo que sea necesario para dar un vuelco a las cosas en Irak.
 
En cuanto a la probable recomendación de la comisión Baker de que Estados Unidos implique a Irán y Siria en la búsqueda de soluciones en Irak, somos escépticos en que esos países quieran ser de ayuda. Pero una cosa es buscar su ayuda mientras perdemos y nos retiramos, cuando nuestra posición negociadora está en su punto más bajo, y otra muy distinta implicarse en tal diplomacia mientras incrementamos nuestros niveles de efectivos e intentamos mejorar la situación de la seguridad. Si la gente es seria acerca de negociar con Siria e Irán y similares, debería querer que nuestros diplomáticos entren con una mano tan fuerte como sea posible.
 
Finalmente, como otros han señalado, si los iraquíes deciden organizar su país de un modo menos "unificado" y más "federado", está bien, mientras sea pacífico y estable. Un Irak federado estable y pacífico no exige un compromiso menor de tropas americanas para proporcionar seguridad que un Irak unido. En cuanto a nuestro apoyo al gobierno democrático en Irak, ha sido tan práctico como moral. Aún tenemos que escuchar cómo la imposición de una dictadura en Irak solucionaría el problema, o siquiera si sería viable. ¿El nuevo hombre fuerte aprobado por Estados Unidos sería suní o chií? En un caso u otro, ¿cómo ejercería el control sobre el país, y con qué ejército? El quid del hombre fuerte es que tiene que ser fuerte. Pero en el marasmo de Irak precisamente ni una persona o grupo alguno es lo bastante fuerte para imponer su voluntad. Ese es el motivo por el que es necesario el consenso entre los distintos grupos, y por lo que es necesaria alguna representación de los deseos de la gente dentro de ellos. Pero cualquiera que sea la solución política que prefiera uno, todas dependen de lograr un nivel mínimo de seguridad y de orden en Irak, y eso es algo que solamente las fuerzas americanas tienen alguna posibilidad de proporcionar.
 
El presidente tiene dos años para dar un vuelco a las cosas y dejar al próximo presidente un Irak viable. Debería ser obvio que "mantener el curso" es la receta del fracaso. Lo mismo que las estrategias de salida políticamente encaminadas. Al presidente le queda la elección: abandonar, o hacer lo que sea necesario para tener éxito. Confiamos en que el presidente comprenda que la tarea delante suyo en Irak es encontrar una estrategia de éxito.

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