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Francisco Pérez Abellán

La cárcel de mis entretelas

Todo país, puede decirse, está a la altura que tengan sus cárceles. Y España está a la mayor altura.

Ha llegado el momento de felicitarnos por las cárceles que tenemos. La crisis ha recortado el confort y ya no hay derroche de teles de plasma y piscina. Hay algunas sin inaugurar por falta de personal y otras no se construirán, pero las que están abiertas y funcionando se pueden enseñar.

Todo país, puede decirse, está a la altura que tengan sus cárceles. Y España está a la mayor altura. Ni estamos locos y convertimos las prisiones en residencias de lujo ni las tenemos hechas un desastre, nada de mazmorras húmedas a lo Conde de Montecristo.

El peor castigo para el ser humano es la privación de libertad. Por eso siempre acabamos hablando de que todo del mundo debería ir a la cárcel de visita. Para ver lo que hay y qué tal lo llevan los de dentro. Últimamente, por razones de trabajo, no piensen mal, he tenido que visitar con más frecuencia las prisiones, y doy fe de que están limpias, la comida es aceptable, hay higiene, orden, sosiego para estudiar –quien lo desee–, talleres de trabajo y trato humanizado. He encontrado funcionarios preparados, juntas de tratamiento equilibradas y directores inteligentes y emprendedores. No ya con el actual director general, Ángel Yuste, que tiene mucha experiencia, sino con su predecesora, la señora Mercedes Gallizo, las prisiones están a la altura del siglo en que vivimos. Los políticos que pasen de la corrupción a la cárcel darán fe de lo que digo.

El recorte del Código Penal y la disposición de la Fiscalía a permitir que los reclusos extranjeros conmuten sus penas menores por la salida del país ha permitido descargar las más saturadas. La cifra de reclusos ha descendido bruscamente y se ha instalado en la normalidad. El hecho de que haya presos extranjeros dispuestos a matar para no acabar en las cárceles de sus países no ha de hacernos sentir orgullo, pero tampoco debemos asustarnos.

Es lógico que a quien debe estar encerrado contra su voluntad se le asegure un nivel suficiente de confort y protección. En la actualidad eso se consigue, aunque haya que seguir investigando para permitir que el espíritu de la Constitución tome forma: hacia la reeducación y la reinserción social.

La sociedad debe estar por encima de los criminales, pero sin exagerar. Los encerrados en las cárceles son seres humanos y están retenidos bajo la protección del Gobierno. Así que, cuando se hable de años de cárcel, téngase presente que un solo día detrás de los barrotes es como un mes fuera. La vida pasa lentamente, y los seres humanos necesitan comprensión, ánimo y valor para enfrentarse a sí mismos y, cuando procede, perdonarse los pecados.

Cada vez que, por razones de trabajo, se cierra a mis espaldas la reja de una prisión pienso en la película Corredor sin retorno. "(...) y si hay un apagón y me quedo sin valedores aquí, sin nadie que sepa que estoy de visita. Intentaría salir y me dirían que estoy preso. Afirmaría que soy inocente y todos dirían que ellos también". Tendría que dejar de llorar y de angustiarme, y tratar de que el momento de salir me pille totalmente sereno. Viviendo esta experiencia es imposible no apiadarse de los que están presos.

La cárcel no es para las personas, pero no hay nada mejor para retener a los tipos peligrosos. La cárcel es un arma muy potente, que hay que manejar con tiento. Las cosas que la cárcel estropea no tienen arreglo.

En la cárcel el timorato está inseguro, el violento está en peligro, el provocador está muerto, el chulo probará de su medicina, el astuto será descubierto, el tonto será imitado, el inquieto se fugará, el inteligente esperará su oportunidad. Nadie aprende un idioma para escapar de la cárcel, pero es tal el deseo de pasar por otro, de ser uno con mejor fortuna, que los condenados se rifan la oportunidad de suplantar a alguien que se vaya.

Estas cárceles españolas dimensionadas, cómodas, poco terroríficas, educativas, están a un cuarto de hora de ser alegres, adornadas con flores y con zona para visitantes. Ya son historia los cuartos para encuentros de vis a vis, incluso las celdas para matrimonios con hijos. Precisamente ahora que todo el país retrocede, sumido en una gran crisis por la que nadie da la cara. No nos proponíamos enseñar las vergüenzas, y resulta que la vergüenza es lo menos vergonzoso que tenemos.

En España

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