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El juego de Irán

el juego iraní para hacerse con armamento atómico es a la vez simple y claro y no debería llevarnos a engaño. Se basa en la impotencia de los europeos, en el empantanamiento iraquí de los norteamericanos, y en el aislamiento de los israelíes

Quien a estas alturas tenga dudas sobre las ambiciones nucleares de los ayatolás iraníes, o es demasiado ingenuo o no le importa nada que en algún momento, dentro de poco, Irán anuncie que dispone de un ingenio nuclear en su arsenal. De hecho, el juego iraní para hacerse con armamento atómico es a la vez simple y claro y no debería llevarnos a engaño. Se basa en la impotencia de los europeos, en el empantanamiento iraquí de los norteamericanos, y en el aislamiento de los israelíes.

Con los europeos la apuesta es clara: amenazar para forzar concesiones de todo tipo, a la vez que estirar las conversaciones diplomáticas para ganar el tiempo que los científicos e ingenieros iraníes necesitan. Teherán sabe que los europeos nada pueden hacer contra ellos, que la retórica de la UE está vacía puesto que no se apoya en ninguna medida coercitiva o de fuerza y que, llegado el momento, los buenos europeos siempre optarán por un acomodo y no por la confrontación. Este es el punto de la estrategia más seguro para Irán y en el que menos puede equivocarse.

De cara a los Estados Unidos, la estrategia es más arriesgada. Los ayatolás iraníes confían en que si se mantiene el nivel de violencia en Irak el gusto de los americanos por una nueva intervención militar será imposible y que, en consecuencia, la administración de George Bush no se lanzará a ninguna aventura militar que, a poco que se le complicara, le saldría muy cara políticamente en su propia casa. De ahí toda la ayuda que prestan a diversas facciones de insurgentes y el libre tránsito de terroristas a través de sus fronteras. Si bien su planteamiento es innegable, los dirigentes iraníes pudieran estar equivocándose en este punto, al menos a medio plazo. Las elecciones del pasado 15 de diciembre han demostrado que el proceso político iraquí avanza en la buena dirección. Todo apunta a que los sunníes están divididos y buena parte de ellos encuentra más ventaja aceptando participar en el actual esquema constitucional que quedándose fuera. Por otro, se va haciendo cada vez más patente el rechazo generalizado a los terroristas islamistas venidos de fuera del país. De hecho, si Irak se encaminara en la buena dirección y esto se hiciera cada vez más evidente, Irán se enfrentaría a un gran problema. El efecto emulador que se provocaría en gran parte de su joven población que ansía el fin de los días de la teocracia jomeinista. Es más, cuanto más seguro Irak, más libres los americanos para amenazar con el uso de la fuerza.

El tercer elemento del juego iraní es impedir que su enemigo más real, Israel, se sienta libre para llevar a cabo un golpe quirúrgico, al estilo de Osirak, que retrasara una década su programa nuclear. Aquí la estrategia se vuelve endiablada. Teherán sabe que un ataque por parte de Israel en estos momentos es lo que peor le vendría a la estrategia americana en Irak y de transformación del Gran Oriente Medio, porque provocaría un nuevo incendio de la calle árabe justo cuando se está viniendo abajo su ardor. Por eso debe forzar una provocación con Tel Aviv, para que la retórica israelí se endurezca y que eso ponga nerviosos a europeos y, sobre todo, a americanos. Es una paradoja, pero para sentirse a salvo de un golpe israelí, Teherán debe buscar que los israelíes digan que es posible. La comunidad internacional se echaría encima de Israel para impedírselo. La lógica es fuerte, pero los ayatolás no han tenido en cuenta dos cosas muy importantes: la primera, la convocatoria de elecciones generales para marzo de este año, lo que provocará una dinámica interna en Israel tendente al extremismo, con un Irán nuclear de fondo. Ningún candidato podrá jugar una carta de debilidad y blandura; la segunda, que si Israel de verdad se siente amenazado –y la bomba iraní equivale a una amenaza existencial para los israelíes– hará cuanto esté en su mano para eliminar la amenaza. Cuando Osirak recibió la condena pública y el aplauso callado. Es injusto que la comunidad internacional externalice en Israel su capacidad ofensiva, pero eso no le quita eficacia.

En todo caso, el cálculo de los ayatolás incluye también el factor tiempo y saben que, de momento, las circunstancias juegan a su favor. Pero eso no será así eternamente. Por eso los occidentales debieran poner en marcha una estrategia que rompa el juego iraní cuanto antes. Una buena medida sería, por ejemplo, que Israel pasara a formar parte de la Alianza Atlántica. La OTAN saldría reforzada en sus capacidades militares y los ayatolás tendrían que entender que enfrentarse, aunque sólo fuera retóricamente, a Israel, equivaldría a amenazar a toda la Alianza. Es decir, se reforzaría nuestra capacidad de disuasión y tal vez así se impidiese un escenario futuro mucho peor.

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