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José García Domínguez

Manca finezza!

Toda la población castellanoparlante menor de cuarenta años conoce ahora la otra lengua de Cataluña pero no la usa nunca. Han sido tan torpes al vincular innecesariamente la lengua al nacionalismo que sus conejillos de indias han terminado por creerles.

Si el asunto dependiese de la actitud de elites políticas, mediáticas y culturales de Madrid, Cataluña ya sería independiente a estas horas. Pero, gracias a Dios, nuestro destino no sólo está en sus manos. Y es que los cuatro gatos que aún nos queremos catalanes y españoles contamos con un aliado estratégico fenomenal, de valor inestimable: la miopía crónica de los nacionalistas. Sin ella, estaríamos perdidos.

Acabo de escribir independencia y no separación porque eso último, la separación, simplemente, ya se ha consumado. Así, desde la óptica psicológica y sentimental, para la única Cataluña que cuenta, la civil y políticamente activa, España apenas representa un arcaico e incómodo corsé del que cabrá desprenderse en cuanto las circunstancias lo propicien. Mas precisamente ahí reside la gran contradicción del catalanismo contemporáneo. Pues eso que un marxista llamaría la confluencia de las condiciones objetivas y subjetivas rema descaradamente a su favor. En un país de gallinas a dieta de conejo inserto en esta Europa de abuelas pendientes del colesterol, ya nadie está dispuesto a disparar un solo tiro contra Herder y en defensa de Voltaire. Ergo, por primera vez en la historia contemporánea, la idea de la secesión no constituye un delirio insensato propio de mentes iluminadas.

Sin embargo, la paradoja reside en que ante escenario tan inopinadamente óptimo, los únicos que se muestran decididos a hacer algo en verdad eficaz con tal de frenar la ruptura definitiva de España son los propios independentistas. Y lo bueno es que, además, obran en consecuencia. Nadie lo dude, sin la desinteresada complicidad de su profunda estupidez, hace muchos años que tendríamos que haber tirado la toalla. Pero ahí están ellos para demostrarnos con su praxis cotidiana que no debemos perder toda esperanza.

Consecuentes con su propia inconsecuencia, esta semana, todos juntos y en unión evitarán la supresión en el Parlament de uno de los escasos cortafuegos que aún dificulta la definitiva adhesión de la gran masa de origen inmigrante al proyecto soberanista: el Decreto de Inmersión Lingüística. La inmersión ha constituido el mayor fracaso histórico del catalanismo. Eso lo afirma alguien que sabe de qué habla, aunque sólo sea por haber ejercido como profesor de instituto en Barcelona durante trece años. Porque tan verdad es que toda la población castellanoparlante menor de cuarenta años conoce ahora la otra lengua de Cataluña como cierto que no la usa nunca. Han sido tan torpes al vincular innecesariamente la lengua al nacionalismo que sus conejillos de indias han terminado por creerles. De ahí que esa Cataluña indiferente a la cosa pública que sólo se manifiesta a través del abstencionismo estructural desprecie hoy no tanto el nacionalismo como el propio idioma.

Claro que otro gallo cantaría si hubiesen tenido la habilidad de aceptar el bilingüismo en las aulas. En fin, por algo Andreotti soltó lo que soltó cuando le interrogaron sobre esa tropa: Manca finezza!

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