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José María Albert de Paco

Los chicos de la 12

Para el frente reaccionario no parece haber diferencias entre la sede de la soberanía nacional y un plató de La Sexta.

El infantilismo podemita ha rendido hoy su enésima evidencia, esta vez a cuenta de la situación de la bancada que los morados habrán de ocupar en el Congreso. Íñigo Errejón, al que se le hincha la vena con la misma teatralidad que a una María Patiño, ha dicho que su emplazamiento en el hemiciclo, en la parte superior izquierda a partir de la cuarta fila, supone "mandar a los representantes de cinco millones de electores al gallinero". (El Ideólogo, por cierto, no ha estado a la altura de su leyenda; dada la magnitud de la afrenta, qué mejor que proclamar que el Régimen del 78 no quiere en primera fila a los desahuciados, a los desheredados, a los parias).

No recuerdo a ningún otro grupo del Congreso quejarse tan amargamente de su ubicación en la sala. Claro que ningún otro grupo había confundido el Congreso con la tele, cuando menos de forma tan obscena. Para el frente reaccionario (izquierdista, sí, pero reaccionario, como bien recordaba Savater en el programa de Alsina) no parece haber diferencias entre la sede de la soberanía nacional y un plató de La Sexta.

En su viciada concepción de la democracia, Podemos no entiende que un Parlamento es una mediación. El diputado que ocupa la última fila no tiene menos voz que el que ocupa la primera, puesto que, por encima de las limitaciones estrictamente espaciales, se alza un reglamento que establece que todos los diputados, con independencia de si son gente o casta, pronuncien sus discursos en pie de igualdad, esto es, en un estrado. La normativa, incomprensiblemente laxa, no ha impedido que los más conspicuos especímenes del populismo, desde el pintoresco Lizondo y su ardor citrícola al característico Baldoví y su striptease de fin de carrera, se hayan hecho un hueco en la historia del parlamentarismo español. No hace tanto, en fin, que vimos a un bildutarra talar un ejemplar de la Constitución con frenesí de aizkolari, sin que por ello ocurriera nada susceptible de que ardiera Tuíter, medida protagórica de nuestros tiempos.

Hay algo perverso, o acaso simplemente estúpido, en la pataleta de Íniño Errejón. Tomaron las plazas para salir en la tele, tomaron la tele para sentarse en el Parlamento, y se han sentado en el Parlamento para seguir saliendo en la tele. Lo dijo Jabois hace unos días y no seré yo quien le desmienta: "Hace falta ser algo más que un partido: hay que ser una banda de rock".

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