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Juan Morote

¡Ya era hora!

Ojalá que algún día podamos cantar los españoles a nuestras ciudades, como lo hicieron Sinatra o Lizza Minnelli a Nueva York, aquello de "quiero despertarme en la ciudad que nunca duerme".

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha decidido liberalizar los horarios comerciales en la zona de Sol de la capital de España. Como ciudadano, aunque no vivo en Madrid, no sabe cómo se lo agradezco. Enhorabuena ¡Ya era hora! En España, y salvo excepciones como la mencionada, nos encontramos con una situación paradójica o casi esperpéntica, a saber, la mayoría de los comercios están abiertos cuando nadie puede visitarlos. Y a la inversa, cuando tenemos tiempo para ir de compras están cerrados.

Nunca he entendido por qué un comerciante no puede abrir su tienda, taller, sastrería, o lo que sea, cuando le parezca más conveniente. Tampoco he logrado comprender por qué las comunidades autónomas promueven el adormecimiento de la competencia fastidiando a los consumidores.

La traba tradicional aducida contra la liberalización horaria consistía en que dicha medida favorecería a los grandes almacenes y perjudicaría el santo descanso del pequeño comerciante. Semejante argumento no deja de ser un vestigio del control gremial sobre la actividad mercantil de tipo artesanal. El pequeño comerciante, si hubiera libertad horaria, podría descansar cuando le viniera en gana y no obligatoriamente los domingos.

Lo bien cierto es que hoy la mayoría de los ciudadanos españoles tenemos horarios de trabajo muy prolongados en el tiempo, y la mayoría de comercios presentan, en consecuencia, un aspecto semidesértico hasta las cinco o las seis de la tarde. Si a esto le sumamos los atascos de vuelta del trabajo, en el mejor de los casos nos queda una hora u hora y media para realizar las compras, dado que se hallan obligados a cerrar en un horario prefijado.

Todo lo anterior determina que el sábado sea el día de las aglomeraciones absurdamente impuestas, cuando podría dosificarse el flujo de compradores durante los siete días de la semana. Esta medida liberalizadora reportaría dos efectos positivos: el primero, que los comerciantes con mayor vocación de servicio a los consumidores verían recompensado su esfuerzo con unas ventas mayores. Y el segundo, que los consumidores ampliaríamos nuestras posibilidades de compra.

Es decir, se aumentaría la libertad de todos los agentes participantes en la parte final de la cadena de suministro. Espero que cunda el ejemplo, que la presidenta de Madrid haga extensiva la medida a las demás zonas de la capital y provincia, y que el resto de presidentes de comunidades autónomas, empezando por la valenciana, quienes estamos hartos de vivir con nuestra sangre fenicia reprimida en aras de no sé muy bien qué protección, actúen de forma similar.

Ojalá que algún día podamos cantar los españoles a nuestras ciudades, como lo hicieron Sinatra o Lizza Minnelli a Nueva York, aquello de “I want to wake up in the city that never sleeps…” (Quiero despertarme en la ciudad que nunca duerme). El destacado sería: “Tampoco he logrado comprender por qué las comunidades autónomas promueven el adormecimiento de la competencia fastidiando a los consumidores”.

En Libre Mercado

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