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'RACE AND ECONOMICS'

Walter Williams, negro sobre blanco

Según el imaginario progre, en los Estados Unidos de América los negros las pasan de su color por culpa del capitalismo salvaje, criminal y criminógeno y de la maldita esclavitud, que seguiría secretando sus abominables toxinas todo este tiempo después. Y la gente se conmueve y cree. La gente que no lee al negro Walter Williams.


	Según el imaginario progre, en los Estados Unidos de América los negros las pasan de su color por culpa del capitalismo salvaje, criminal y criminógeno y de la maldita esclavitud, que seguiría secretando sus abominables toxinas todo este tiempo después. Y la gente se conmueve y cree. La gente que no lee al negro Walter Williams.

Walter Williams es uno de los mejores divulgadores del liberalismo que me haya echado jamás a la cara (¡pasen y lean!). Y una verdadera bestia negra para el mester de progresía, con esa trayectoria que refuta sus dogmas de chichinabo: es negro, fue pobre y trabajó de niño, pero sin andar agarradito a las faldas de Mamá Estado se fue labrando un camino y prosperó y alcanzó todo tipo de éxitos; hoy es una de las firmas más influyentes del columnismo norteamericano, porque no se corta ni con un cuchillo y cuando se mete en los jardines más traicioneros deja enfangados en sus mentiras, errores y contradicciones a los socialistas de todos los partidos.

Walter Williams escribe artículos y también escribe libros. Librazos como éste que hoy comento, Race and Economics, con toda su carga de verdades fiscalizadas, que reduce la vaina acusica y lamentona progre a lo que es, lo dicho, un imaginario, 1. adj., que sólo existe en la imaginación.

El pobre desempeño de los negros norteamericanos no es culpa del capitalismo salvaje, criminal y criminógeno y de la maldita esclavitud, apunta Williams, escoltado por la historia y la estadística. Y tras apuntar dispara: los principales culpables de la situación de los negros norteamericanos son los propios negros norteamericanos y el Estado Niñera, que cada vez que les ayuda los hunde un poco más en la miseria –relativísima, que estamos hablando de los Estados Unidos de América, donde los pobres viven mejor que buena parte de las clases medias del resto del planeta–.

Los negros norteamericanos viven o sea padecen las consecuencias de la cultura (¡uf!) asistencialista. El Estado los trata como si fueran incapaces, menores, tontitos, y ellos aceptan el truco que es trato: dame pan y llámame... lo que tú quieras pero que suene bonito y cargue las tintas contra el Otro, sobre todo si ese otro es de color blanco esclavista, así que pasen tantos años. No es de extrañar, pues, que muchos vivan inmersos en la indolencia, la dejadez, la rebeldía sin causa, el rencor, la envidia cochina. En barrios imposibles, arrasados por el paro, la delincuencia y las drogas. Al (des)amparo de familias que no son un refugio sino un infierno o mera cáscara.

También aquí, el Estado no es la solución, es el problema. Lejos de ser un instrumento para el avance de las personas de color –así se llama, precisamente, la principal ONG negra–, es una verdadera rémora. Lo sabe Williams, lo saben sus lectores... y lo saben los racistas, palabro que en estas páginas rima de manera tan elocuente como demoledora con sindicalistas.

Los sindicatos han sido grandes enemigos del progreso negro, sí. (No sólo en Estados Unidos). Cuando no han pedido de manera explícita la proscripción del trabajo negro en determinados sectores, han clamado por leyes, regulaciones y sistemas de licencias que han condenado a buena parte de los negros a la marginalidad, el atraso, la exclusión. No hay mayor corrosivo de los privilegios, los chanchullos, los intereses creados que el libre mercado, con su extraordinario orden espontáneo de puertas completamente abiertas y el derecho de admisión a todo el mundo garantizado. Lo sabe Williams, lo saben sus lectores, lo saben los racistas... y los sindicalistos y los enemigos de la libertad, que juegan permanentemente al cerrojazo y combaten con fervor bajo las banderas de la tiranía del statu quo, que por definición perjudica especialmente a quienes no tienen la sartén por el mango.

Qué papelón el de los sindicatos en la historia de la emancipación de los negros americanos. Les echaron una mano, sí; ¡al cuello!, clamaba el célebre líder negro W. E. B. Dubois. Mientras los patronos blancos, "tanto en el Norte como en el Sur", daban trabajo a los negros y les brindaban acceso a la formación, la mafia sindicalista blanca incitaba a la violencia contra los morenos que pretendían ganarse el pan con el sudor de su frente y se afanaba por mantener a la negritud (© Ansón) sumida en la ignorancia. "En estos momentos, en América, el único amigo conveniente para el trabajador negro es el capitalista blanco", sentenció, tan tarde como en los años 20, el rastafari Marcus Garvey. En 1924, el profesor Kelly Miller urgía a los negros a trabajar "hombro con hombro" con los empresarios y contra los sindicalistos, una yunta de avaros, despiadados, intolerantes hombres blancos a medio alfabetizar, según J. E. Bruce ("Estoy contra ellos porque ellos están contra los negros"). También Frederick Douglass y Booker T. Washington fueron enemigos de los sindicatos, informa WW. Como para no serlo. ¿Te mando un ejemplar, Cándido?

¿Qué tienen que hacer los negros americanos para mejorar su suerte? Pues, para empezar, no fiarlo todo a Fortuna, que más que una diosa es una perica atrabiliaria que tan pronto está de buenas como de muy malas. Y, sobre todo, sustituir las prácticas, costumbres y actitudes que ceban la pobreza por sus contrarias; la indolencia, el abandono, el victimismo, la irresponsabilidad por sus antónimos. Por último, pero no en último lugar, cambiar de amigos políticos; porque han demostrado ser o muy incompentes o muy malvados: harían bien, pues, en espetar a Obama, sin ir más lejos, aquello que le soltó el poeta maldito al mismo Dios:

No me ayudes, pero tampoco me jodas.

 

WALTER WILLIAMS: RACE AND ECONOMICS. Hoover Institution (Stanford, California), 2012, 185 páginas.

marionoya.com

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