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Luis Hernández Arroyo

Teoría de España

De todo esto podría llegarse a una conjetura sobre nuestra inclinación a la inestabilidad: España no sabe elegir a sus gobernantes. No es que el pueblo sea tendente a la furia irreflexiva, es que sus mandatarios suelen ser incompetentes.

El Parlamento deshace briosamente la nación española. Ya no somos, estrictamente, españoles, puesto que se emborrona el significado de España y español. Se olvida que primero fue la nación, después la forma de gobierno, la democracia, los derechos humanos. Nunca en la historia los derechos han caído del cielo, sino que han brotado en un suelo nacional de una evolución civilizadora.

Se ha perdido una larga batalla. Comenzó a finales del XIX, con las "Bases de Manresa", en las que ya se oían reivindicaciones muy similares a las de ahora. En ellas se reclamaban: "Cortes Catalanas, un órgano de poder ejecutivo autónomo, el restablecimiento de la Audiencia de Cataluña como órgano de poder judicial, el orden público y la enseñanza bajo control autóctono, así como la oficialidad del catalán como única lengua propia del país. El principio básico inspirador de las bases es que Cataluña será soberana de su gobierno interior" (los subrayados son míos).

Esto sucedía en 1892. 114 años. Si esta cantinela, repetida a lo largo de más de un siglo, logra sus objetivos destructores, ¿de quién es la culpa?

¿De la pujante fuerza del nacionalismo entre el pueblo? No; esto está ya más que demostrado que si es un asunto que ha ocupado la inmensa mayoría de la actividad política durante dos años, no está entre las primeras inquietudes de la mayoría de la gente. Pero ni a favor ni en contra, es decir, que no quita el sueño a casi nadie. Lo que es bastante claro es que esto tiene consecuencias funestas que deberían producir cierto desasosiego en la gente normal. Entonces, ¿será que algunos pocos nos inquietamos por nada, sin motivo?

Se dice que somos un pueblo difícil de gobernar; que tenemos tendencia a la inestabilidad, como lo prueba los continuos estallidos y bruscos cambios de gobierno que llenaron el XIX y el XX. Pero puede conjeturarse que la mayoría de esos conflictos, que sobresaltaban al país y lo llevaban de un extremo al otro, eran provocados por botarates ambiciosos, que veían a la nación como algo moldeable a sus grandiosas y altisonantes visiones. Como ejemplo máximo, siempre me ha asombrado la breve pero intensa vida de Juan Prim. Era un militar de fortuna, sin escrúpulos ni cultura pero con arrojo a raudales, que logró echar a la Reina Isabel II, tomar las riendas del poder y hacerse regente. Buscó una nueva dinastía para España (por supuesto, masona) –lo que, por cierto, por suspicacias de Francia a la posible candidatura de un príncipe alemán provoca la guerra Franco-prusiana de 1870– y se trajo un rey saboyano (y masón)... para morir asesinado a los 56, antes de ver coronada su Obra y su Rey, Amadeo I de Saboya. Porque Amadeo I reinó en España. Fue soportado por los españoles 2 años. Impresionante currículum el de Prim. ¿No era un destino relumbrante, tanto al menos como funesto? Sus sucesores trajeron la república, que dio el poder a personajillos mezquinos que acabaron la faena de demolición.

Abundan los ejemplos de tronadas cabezas que de un modo u otro alteraron la vida normal de la sociedad. Inteligentes como Cambó, que sin embargo cayó repetidas veces en la tentación de desestabilizar las instituciones aliándose con cualquiera. Mediocres (muchas) como Romanones, que entregó a la monarquía a los republicanos.

No todos los espadones fueron desestabilizadores; es más, algunos trajeron periodos de paz. Primo de Rivera prolongó la Restauración unos años gracias, como dice Moa, a que solucionó nada menos que los gravísimos problemas del terrorismo, la guerra de Marruecos y el separatismo que los mediocres políticos eran incapaces de abordar. Nadie se lo agradeció. Su periodo cayó en la ignominia.

De todo esto podría llegarse a una conjetura sobre nuestra inclinación a la inestabilidad: España no sabe elegir a sus gobernantes. No es que el pueblo sea tendente a la furia irreflexiva, es que sus mandatarios suelen ser incompetentes. Y, ciertamente, hoy han llegado a su máximo nivel de incompetencia.

Hay, pues, un problema de selección que, por otra parte, es muy común en el mundo. Salvo escasos países, que se han estabilizado desde la Segunda Guerra Mundial, el resto está en constante convulsión. Esto, por cierto, debería ser motivo adicional para que viéramos con gran inquietud lo que está pasando. Si observamos los países estables a los que deberíamos imitar, se observa que los procesos de selección de mandatarios tienen filtros positivos y negativos: de estímulo, que incentivan a los mejores dedicarse a la política, y de rechazo, que evitan la llegada e instalación de indeseables. Es decir, con más o menos efectividad, buscan que lleguen los mejores a disputar los puestos relevantes. En España, como es obvio para el que quiera verlo, hemos llegado al resultado opuesto: tenemos en el poder y sus aledaños a los menos capacitados mental y moralmente. No se tenga por un insulto: es una constatación.

Una democracia debería fomentar un proceso de selección de los mejores, de los más virtuosos (en el sentido clásico) para mandar. Esto, supongo, no está lejos de la tesis de "España invertebrada" y "La rebelión de las masas" de Ortega. Pero no comparto el pesimismo de Ortega sobre la historia de España, que no fue toda de decadencia. Por el contrario, cuando España tuvo una buena selección de gobernantes y mandos, hubo estabilidad, como certifican muchos historiadores. Así sucedió con los Borbones de Felipe V a Carlos III, que tuvieron grandes ministros, objetivos y prioridades muy claros; lograron una gran prosperidad en todas las "Españas"; metrópoli y ultramar. También, con discontinuidades, durante la Restauración, con la inestabilidad provocada por los irresponsables antisistema, que llegaron a asesinar a los mejores mandatarios cuando les convino.

Ahora bien, Ortega tenía razón en destacar que el sistema de promoción social español –no sólo en lo político– no es selectivo con los mejores, sino un sistema demagógico en el que los zafios y torpes se complacen en ver arriba gente tan zafia y torpe como ellos. (Creo que no otra cosa es la rebelión de las masas.)

Este es un resorte psicológico alimentado por destacados factores: la pésima educación nacional, con títulos académicos en devaluación permanente; el fácil acceso de gente sin preparación a los puestos más delicados por cooptación, atendiendo a la fidelidad del aspirante... Es casi lógico que los aupados por este irregular sistema se opongan con todas sus fuerzas a la emergencia de los mejores. Lo que no dijo Ortega es la decisiva contribución de la izquierda socialista a la consolidación del nefasto sistema. Pues, cada vez que ha podido, el PSOE ha instalado la cooptación corrompida y la selección inversa, que fomenta, junto con la máxima incompetencia, la extrema docilidad.

Esto, como se ve ahora, es de consecuencias trágicas.

En España

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