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Pablo Molina

El trinque aristocrático

Lo más simpático del asunto es que las beneficiarias son siempre corporaciones “sin ánimo de lucro”. Es un consuelo, porque el día que todos estos se pongan a lucrarse con ánimo no dejan presupuesto ni para las “cocretas” del piscolabis.

Para que se produzca un trinque de dinero público de manera ortodoxa hay que tener buenos contactos en las esferas administrativas y unos escrúpulos bastante relajados. Tratándose de un proceso integrado por vasos comunicantes, la escasez de un elemento ha de ser compensada con la abundancia del otro para que el trinque se lleve a cabo con las suficientes garantías de éxito.

El caso de cierta entidad privada gerenciada durante un tiempo por un aristócrata consorte, sobre el que pesan graves sospechas acerca de su desempeño empresarial, revela que esto del trinque no es cosa solamente de ganapanes venidos a más haciendo bolos por las gasolineras del extrarradio. También en las moquetas mullidas, los despachos lujosos y las recepciones de alcurnia se manejan con gran fluidez los entresijos del trinque, sin que la condición aristocrática de los protagonistas sirva de valladar para evitar sucumbir a la débil condición humana, que no entiende de colores del hematocrito.

Al contrario, la elevada posición de los protagonistas hace que los costes de las actividades de camuflaje se disparen y, con ellas, el volumen final del trinque al bolsillo del ciudadano. Es lo normal cuando el anfitrión del acto financiado con dinero público ha de quedar ante sus invitados en el lugar que exige su rancia condición.

Los honorarios por dirigir o coordinar un congreso de un par de días pueden de esta forma dispararse hasta los cuarenta mil euros por bigote, a los que hay que sumar las compensaciones económicas del equipo de colaboradores, también acordes a la categoría de los mentores del sarao. Unas jornadas organizadas por una asociación de medio pelo con cargo al erario público no suelen contemplar el famoso apartado de "gastos diversos", y si lo hacen es con una cantidad testimonial. Ahora bien, si el organizador pertenece a la alta aristocracia el importe del "conceto" se puede disparar fácilmente a los 70.000 euros, que es lo que parece haber ocurrido precisamente en algún evento patrocinado por comunidades autónomas que hicieron del glamur el eje principal de las acciones para promocionar las bondades del terruño.

Lo más simpático del asunto es que en todos los casos las beneficiarias son siempre corporaciones "sin ánimo de lucro". Es un consuelo, porque el día que todos estos se pongan a lucrarse con ánimo no dejan presupuesto ni para las "cocretas" del piscolabis.

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