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Santiago Abascal

Cambio de rumbo, y no sólo de timoneles

Hagamos que el inexorable –y deseable– cambio de timoneles venga acompañado también de un cambio de rumbo que se antoja más deseable aún.

La abdicación de Don Juan Carlos en su hijo, el rey Felipe VI, ha sido saludada por un vertiginoso cambio de caras en la política española, asociado en muchos casos a un incuestionable recambio generacional. A la juventud sobradamente preparada del nuevo monarca se ha sumado inmediatamente la juventud ruidosa y de discurso vacío de los aspirantes socialistas, la juventud de los nuevos caudillos revolucionarios de Podemos y la juventud responsable del líder de Ciudadanos de Cataluña. Aún Cayo Lara se resiste a ceder el testigo a Alberto Garzón, que le asedia a librazos, golpes de tertulia y disparos tuiteros. En el partido del Gobierno, concentrado en perder el poder con estrépito, y ajeno a su desgraciada suerte, no se atisban cambios generacionales a la vuelta de la esquina.

La carrera de jubilaciones en la política española ha empezado y continuará inexorablemente. Es ley de vida, aunque a algunos ponga nerviosos. Es verdad que la juvenilización de la política es un mantra como otro cualquiera, y que no resolverá por sí misma los graves problemas de nuestro tiempo. Pero también es verdad que aquí ha llegado la hora de licenciar sin honores a la generación de políticos más nefastos, corruptos y mediocres de la historia de España.

Durante años nos dijeron –y tuvimos que estudiarlo en los libros de texto escolares– que ellos eran los padres de la Constitución y los hacedores de la democracia. Hemos sido conscientes del fraude décadas después, al descubrir en ellos a los padres de la ruina y a los artífices de una democracia de cartón con partidos omnipotentes y justicia a su gusto.

Esa generación que ahora impugnamos los españoles es también la que se ha encargado de extender el relativismo y la duda sobre las cosas importantes. Más de treinta y cinco años después de su llegada, la unidad de la Nación sobre la que se sostiene cualquier Estado parece una antigualla molesta, discutible y votable; y el derecho a la vida algo relativo y cuestionable, en función de ese nuevo derecho a decidir que lo mismo vale para un fregado que para un barrido.

En curiosa lógica con el relativismo que les ha caracterizado, los políticos de esa generación han convertido las cosas accesorias y los errores más palmarios en verdades indiscutibles y en dogmas políticos; la ideología de género, el apaciguamiento como modo de hacer política, las bondades del déficit público, la necesidad del Estado autonómico y tantas majaderías que nos han arruinado en lo económico, en lo moral y en lo nacional, son hoy verdades absolutas que ningún político osa cuestionar por miedo a la transversal inquisición de nuestros días.

Lo peor de todo es que la generación de políticos y mandamases culpables ha introducido en gran medida esos errores de serie en los códigos ideológicos de la generación a la que ahora le toca asumir el timón. A pesar de todo, son millones los españoles de todas las generaciones que saben que no traerán las soluciones los mismos que han traído los problemas. Por eso tantos ciudadanos apostarán sin titubeos por el relevo generacional. Proclamaba Miguel Hernández una verdad difícil de discutir con aquello de que "la juventud siempre empuja, la juventud siempre vence". Hagamos que el inexorable –y deseable– cambio de timoneles venga acompañado también de un cambio de rumbo que se antoja más deseable aún.


Santiago Abascal, secretario general de Vox.

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