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Pedro Fernández Barbadillo

Landa desvela el secreto del cine español

Para los cinéfilos progres españoles, Alfredo Landa fue durante años como Clint Eastwood: la cara de un cine despreciable por reaccionario.

Para los cinéfilos progres españoles, Alfredo Landa fue durante años como Clint Eastwood: la cara de un cine despreciable por reaccionario.

Un amigo me dijo que no hay gente más aburrida que los cinéfilos hablando de cine. Y creo que tiene razón. Para los cinéfilos progres españoles, que son el colmo del tostón, Alfredo Landa fue durante años como Clint Eastwood: la cara de un cine despreciable por reaccionario.

Cuando Eastwood comenzó con sus papeles del policía de San Francisco Harry Callaghan, para los progres encarnó la consigna intelectual de que Estados Unidos había entrado en el fascismo. Poco a poco, peliculón tras peliculón (El jinete pálido, En la línea de fuego, Sin perdón, Gran Torino…), los progres han tenido que tragarse a Eastwood con cuchara sopera. Hoy parece que siempre les había gustado, desde los spaguetti westerns de Sergio Leone, y hasta se han olvidado de que pidió el voto para Mitt Romney o bien le han perdonado, porque los genios tienen derecho a dar patinazos.

Alfredo Landa, el landismo, era el cateto que iba a la ciudad a buscar a su novia para llevarla de vuelta al pueblo y casarse por la iglesia. Un crítico de Valladolid escribió: "A ese bajito cejijunto hay que echarlo de España". El odio con que le asaeteó la progesía hizo llorar a su madre.

¿Por qué ese odio a Landa? Seguramente porque representaba a unos españoles despreocupados y felices, alienados según los progres, que en vez de tomar las calles y perseguir a los fachas preferían veranear en Benidorm, llenar el Bernabéu y el Nou Camp (el único club de fútbol español que concedió por dos veces su medalla de oro a Franco fue el Barcelona) y reír con sus películas. Fernando Lázaro Carreter, el catedrático que condujo a millones de españoles a huir de la literatura con sus manuales, tan pedantes como correctos, y que concluyó su vida escribiendo tribunas en El País, fue el autor del guión de la comedia La ciudad no es para mí, interpretada por Paco Martínez Soria, con seudónimo.

Red de compra de entradas

Landa representó un cine que era capaz de vivir sin subvenciones. En sus divertidísimas memorias, Alfredo el Grande. Vida de un cómico, recogidas por Marcos Ordóñez, Landa desvelaba un secreto del cine español: una red montada por productores y distribuidores para vender entradas a granel y asegurarse el cobro del cupón.

Así lo cuenta Landa:

Tú te preguntarás: ¿cómo llegas a recaudar en dos semanas esos 300.000 euros de taquilla para recobrar el 33 por ciento del presupuesto? Pues es muy fácil, aunque haya gente que no se lo crea: comprando las entradas.

Que sí, hombre, que sí, que la mitad de los productores las compran. La tira de entradas compran. Hombre, evidentemente no van al Capitol y le dicen a la taquillera: "Póngame una ristra que traigo aquí diez millones".

Tienen sus canales, sus contactos con los exhibidores.

En España hay 5.000 cines, que a este paso pronto se quedarán en la mitad o menos, y se organiza una red de compra de butacas, en Oviedo, en Carcagante y en Villanueva de la Jurisdicción, qué se yo. Hacerse, no sé exactamente cómo se hace, pero vaya, ellos mismos me lo han contado, es práctica habitualísima. Un negocio redondo. Y lo acojonante es que ni aun así despega el sector.

Por qué no existe una industria del cine

En este libro, Landa también señala a los grandes culpables de que los directivos de las televisiones españolas le dijeran "que prefieren emitir lo de la Teletienda, que tiene más audiencia. Cualquier cosa tiene más audiencia que una película española".

A quienes achacaban de la pérdida de espectadores del cine español a la piratería, a internet y al top manta, Landa respondía que era "muy fácil echarle la culpa al empedrado", en vez de buscarla en otros sitios. Como los guiones: "El público no va porque no le interesa un grijo lo que le cuentan".

Y, también, los actores jóvenes:

Ahora lo que más abunda son esos chavales que creen que el ritmo es hablar rápido y con una patata en la boca. Han confundido la naturalidad con correr mucho y no hacer pausas, ni puntos, ni comas, ni nada de nada. No matizan. Es muy difícil colocar bien y con verdad. Lo fácil es lo contrario, hacerlo corridito y farfullar. El instrumento más importante del actor es la voz, el lenguaje. (…) Pues mira, igual va a ser que no me apetece hacer películas con chicos que hablan rápido y mal. Que no comunican, lo siento mucho.

Ejemplo de estas películas de jóvenes a los que no se les entienden sus diálogos pero se les ve todo el cuerpo: Mentiras y gordas, cuya guionista, Ángeles González-Sinde, llegó a ministra de Cultura de José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero, como en tantas cosas recientes, la puñalada al caminante la dieron los socialistas.

Todo esto que te cuento, antes no existía. Para mí todo empezó a fastidiarse con la famosa Ley Miró. Creó unas comisiones que repartían los cartones de rodaje entre sus amigos. Y los productores de la vieja escuela, que eran los que hacían más películas, se quedaron fuera del reparto.

En conclusión, decía Landa, ya no existen en España productores como Emiliano Piedra y Alfredo Matas, que se jugaban su dinero y que ponían pasión en producir películas. Antes, había grandes productores junto a sinvergüenzas y caciques; hoy no quedan de los primeros.

¿Una opinión? Sí. Como dijo Eastwood, las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene uno. Pero a mí me gusta más el culo de Landa que el de los miembros de la Academia del Cine.

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