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Katy Mikhailova

Bolsas del súper a 2.000 euros, ¡oiga!

Estas cosas pasan en Balenciaga, que ha sacado un horroroso saco para rellenarlo de comida.

Estas cosas pasan en Balenciaga, que ha sacado un horroroso saco para rellenarlo de comida.
La bosa de Balenciaga | Instagram/Balenciaga

¿Se imaginan hacer la compra con una bolsa de 2.000 euros? Estas cosas pasan en Balenciaga, que ha sacado un horroroso saco para rellenarlo de comida, confeccionado de una especie de plástico-fino, decorada con rayas verticales de diferentes colores. La gracia de todo este asunto es que han sacado la imitación a 2 euros, y la gran pregunta es: ¿la que se puede permitir los 2.000 euros hace la compra? -"Hacer la compra" dícese de la acción de acudir al supermercado o hipermercado, o similares, con un carro o cesta, con el fin de llenar la nevera de comida y no de cosméticos-.

Modas tan absurdas me recuerdan aquel bache estético de Moschino o de Karl Lagerfeld. Aquel ofrecía bolsos inspirados en las famosas patatas con su respectivo cartón rojo del McDonald, mientras que el creativo de Chanel proponía ‘luxury bags’ en forma de tetrabricks de leche.

Es evidente que la imaginación ya no da más de sí cuando todo está inventado, confeccionado, vendido e incluso imitado, -¡oh, Dios! ¡Cuántas veces he repetido ya esta frase!-, y hay que inventar algo nuevo, llamativo, que te asegure una campaña gratuita llena de polémica.

Y es sin duda una consecuencia más del Feísmo, ese movimiento estético por el que han apostado algunas casas de lujo ante la invasión del Low Cost que imita sus creaciones. De hecho, por ponerles un ejemplo, recuerdo hace un par de meses haber compartido una cena con un conocido que gozaba de llevar un jersey en color gris oscuro con una particularidad muy importante, un detalle imposible de ocultar. Aquellos agujeros eran dignos de una mención durante una cena con 10 personas: "que conste que este jersey no está ni viejo ni roto, es que es así, con agujeros, y me ha costado 80 euros, es lo último en moda", explicó sin más, sin que nadie le preguntara siquiera. Aquellos agujeros, déjenme que les diga, no eran ni visibles; y cabe plantearse si también había más agujeros aun en las neuronas de aquel individuo. Y es que, como dice mi amigo navarro, aquel muchacho era para darle de comer aparte.

No sé ustedes, pero yo no pagaría 80 euros ni 8 por aquella basura apta para convertirla en un trapo perfecto para quitar el polvo de mi biblioteca. Pero he aquí un caso de la libertad de la estupidez.

Analicemos en panorama. Millonarios que compran bolsas para hacer la compra y que nunca van a ir a un supermercado; víctimas de la moda del ‘quiero y no puedo’ pagando 2 euros por un saco horrible solo porque es una imitación de la bolsa anteriormente mencionada de 2.000 euros; mileuristas -o, desgraciadamente, ni eso- dejándose casi 100 euros en un jersey roto solo por la mera necesidad de decir públicamente que está roto a propósito; y diseñadores con trastornos de narcisismo e hiperimportancia que destruyen una firma de lujo con casi un siglo de existencia vulgarizándola.

A partir de ahora se va a llegar el salmón noruego en lugar del rosa chicle, los piercings en la ropa y los estropajos en la cabeza para lucir las ondas ideales que nunca va a conseguir una sola en su casa. Dentro de lo que cabe, y al lado de las horripilantes modas expuestas en El mundo se va a la mierda, tales tendencias son, fíjense, hasta sanas.

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