A pesar de estar rodeada de costa, los pecios no son algo que abunde en Tenerife, al menos aquellos accesibles para el buceo recreativo. Entre los que se pueden ver bajo las aguas destaca el conocido como El Peñón de Tabaiba, un remolcador hundido intencionalmente en 2006 con la intención de crear un arrecife artificial.
Nuestra inmersión arranca desde la piscina natural de Tabaiba, la escalera de metal que la separa del mar nos sirve de punto de entrada al azul y su pequeña repisa de piedras sirve de punto para equipar nuestras aletas y verificar la correcta colocación de nuestro equipo de buceo.
El punto de inmersión está claramente delimitado por unas boyas visibles desde la costa a unos 70 metros y la natación hasta el pecio se torna sencilla siguiendo el camino marcado. A medida que nos acercamos, la profundidad va creciendo rápidamente hasta llegar a los 20 metros de profundidad.
Poco a poco se empieza a hacer visible la silueta del remolcador que emerge de entre la penumbra como si de un buque fantasma se tratase. La vida marina ya lo ha hecho suyo en estos casi 20 años que nos separan desde su hundimiento en su lugar de descanso.
El reconocimiento del pecio comienza desde el costado de babor para desde ahí continuar descendiendo hacia la popa. El barco se encuentra escorado hacia el costado de estribor, por lo que ofrece una panorámica completa de su costado, con sus casi 5 metros desde la quilla a la borda.
Desde la popa, con su parte más profunda a 32 metros, giramos hacia el costado de estribor y comenzamos a ascender para poder contemplar, gracias a su inclinación, la parte de la cubierta de popa y la parte posterior del puente. Tras atravesar su interior navegamos lentamente hacia la proa para observar la vista más imponente del buque en medio de la inmensidad del azul.
Las cifras del buque lo dicen todo: 164 toneladas de registro bruto, mide casi 27 metros de eslora por más de 7 de manga y estaba propulsado por un motor de 1.100 caballos de potencia, que le permitía mantener una velocidad de 11 nudos.
Su construcción data de 1958, cuando la flota auxiliar de CEPSA se incrementó con este remolcador denominado inicialmente "Cepsa Segundo", cuarto de la serie Ursus de los que se construyeron siete unidades en el astillero de Sevilla. Contaba con un avanzado equipamiento para la lucha contraincendios y su destino fue el puerto tinerfeño de Santa Cruz.
La historia en el fondo del mar de este buque comenzó en 1971. Durante las las labores de desatraque del trasatlántico Camberra zozobró hasta hundirse y su tripulación de cinco hombres fue rescatada mientras los turistas del Camberra se agolpaban en la banda de babor presenciando el naufragio. El remolcador fue localizado a una profundidad de 55 metros con la proa levantada y reflotado, decidiendo esperar al día siguiente para sacarlo a dique seco. Cuando fueron en su búsqueda ya no estaba, había ido a parar al mismo sitio en el que se había hundido el día anterior.
Tiempo después fue reflotado y llevado a Las Palmas, desde donde se procedió a su traslado a los astilleros de Sevilla que se encargarían de su reconstrucción. Regresó al servicio activo en 1975 rebautizado con el nombre de R. Peñón e la bahía de Algeciras para ser destinado de nuevo a Santa Cruz de Tenerife en 2002 como unidad de reserva de Boluda hasta el final de su vida útil.
En 2006, siendo remolcado por el V.B. Canarias realizó su última travesía para ser trasladado a la costa de Tabaiba y ser hundido a modo de arrecife artificial, ayudando así a la regeneración de la fauna marina d ella zona y destino del submarinismo recreativo, resultado de la una iniciativa del club de buceo "El Pejín".
En estos casi 20 años en el fondo del mar, la vida marina ha ido reclamando poco a poco este lugar para servir de refugio a numerosas especies de algas y pequeños peces que han colonizado el remolcador, lo que atrae con frecuencia a especies más grandes en busca de alimento como atunes o medregales. Incluso en alguna ocasión se ha visto una ballena rorcual y algún pez luna en sus inmediaciones.
Terminada la inmersión, es hora de regresar a la superficie, no sin antes echar un último vistazo al imponente remolcador testigo de como la naturaleza se adapta a un entorno otrora casi desértico gracias a una iniciativa del hombre.