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Su cara no me suena

A mí quien no me suena, ni su cara ni su nombre, es la de una tal Karla Sofía Gascón que ha aparecido de la noche a la mañana en mi Instagram.

A mí quien no me suena, ni su cara ni su nombre, es la de una tal Karla Sofía Gascón que ha aparecido de la noche a la mañana en mi Instagram.
Karla Sofía Gascón | Cordon Press

Su cara ya no me suena, pero puede que su cuerpo tampoco. Soy partidaria de que cada uno haga lo que quiera con la medicina. Está muy bien la campaña de SEME (Sociedad Española de Medicina Estética) de 'Tu cara ya no me suena' para prevenir la mala praxis en la medicina estética. Pero abramos otro melón: en materia de creación o recreación de belleza entran dos actores en juego, que son los que van a decidir todo. El que pide y el que hace.

El que pide, el cliente, en su mayoría de los casos, está condicionado por los cánones de belleza dominantes en nuestra sociedad (labios gruesos, narices finas, rasgos angulosos, ojos rasgados, pechos grandes, cintura de avispa). El que ejecuta, el médico, está a merced de las necesidades del cliente y, también influido por las tendencias en medicina.

La campaña tiene por fin que la medicina estética se lleve a cabo en clínicas bajo la legalidad y supervisión de un médico cualificado. Aquí, como en todo, hay mucho intrusismo. Pero la cara puede seguir sin sonarle aún poniéndose uno en manos de médicos cualificados. ¡Anda que no hay desastres estéticos a consecuencia de médicos profesionales!

Desde luego a mí quien no me suena, ni su cara ni su nombre, es la de una tal Karla Sofía Gascón que ha aparecido de la noche a la mañana en mi Instagram y que copa un sinfín de titulares cada cual más contradictorio que el anterior. El mundo ha pasado de idolatrarla, incluso españoles que, como yo, no teníamos ni idea de su existencia, a llevar a cabo una ejecución colectiva por no se sabe qué declaraciones. Somos esclavos de nuestras palabras, más si dejamos constancia de ellas. Y no sé qué tal es actuando esta actriz, pero desde luego su cara podría ser el vivo ejemplo de que no nos suena a nadie, ni por sus intervenciones estéticas ni por las artísticas. Y que me perdonen sus seguidores, pero se tenía que decir, y se dijo. Y lo dije.Y lo escribí.

Hoy es domingo, como saben. Resulta que un estudio de no sé qué entidad (hay más estudios que personas), del que se hacen eco los mismos medios de siempre que piensan que el empresario es malo, apunta a que un alto porcentaje de la población en Occidente padece una especie de síndrome de tristeza los domingos. Aunque es un día en el que "no se trabaja", se está más feliz los jueves porque el cerebro genera dopamina anticipándose a un acontecimiento agradable, y no se disfruta del mismo cuando el acontecimiento sucede. O algo así. Vamos, el bajón de los domingos y el subidón de los jueves. Y en esto el problema radica en el hecho de que la gente detesta los lunes, entre otras cosas porque hay que trabajar y volver a la rutina.

Aunque sea ya un tópico típico, hay quien trabaja para vivir (la mayoría), y quien vive para trabajar. Y en nuestras manos está decidir qué hacer con nuestro tiempo. Yo intento de cada domingo hacer un lunes, porque me fascina la sensación de poder gobernar mi tiempo, aun asumiendo que soy esclava, hablando en términos amables, de mí misma y mis ambiciones. Pero es una maravilla tomar conciencia de donde está uno y que ese presente no esté encarcelado entre la tristeza del pasado y el miedo al futuro. Desde luego si se va a misa a rezar, el domingo mejora. Pruébenlo.

No tenemos certeza exacta de que el tiempo como tal exista, y que el presente no sea un constante salto de pasado a futuro que se fuga tan pronto lo pensemos. Y si hay una forma de retener el tiempo es con nuestro paladar. Comer y gozar comiendo es una forma de darse cuenta de que está usted aquí y ahora. Madrid celebra la llegada de un nuevo restaurante llamado Martín Tostón (Calle Castelló 112), después de 60 años alimentando medio Barrio de Salamanca en Serrano con Hevia. Promete coronarse como otro place to be. No les voy a soltar otro tostón porque ya van en estos meses unos 20 poemas (o artículos) de amor y un Martín desesperado. Pero que la desesperación no nos pille en la sala de espera de una clínica aterrizada para ponernos más guapos. Que la desesperación nos pille amando. Y conscientes.

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