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Feria, apagón y otras cosas sin montón

Mañana es el pescaíto. Y pasado, la Feria de Abril. En Sevilla, claro, como no puede ser de otra manera. Ciudad que carece de la necesidad de inventarse excusas para vestir bien.

Mañana es el pescaíto. Y pasado, la Feria de Abril. En Sevilla, claro, como no puede ser de otra manera. Ciudad que carece de la necesidad de inventarse excusas para vestir bien.
Cordon Press

Vestidos nuevos, exnovios rancios y SMS en pleno 2025. Desde Sevilla hasta Jorge Juan, pasando por una terraza sin Wi-Fi y con infusiones sospechosamente alegres. Este podría ser el arranque de una crónica de un apagón anunciado. O denunciado. Y, por favor, nunca imitado.

Mañana es el pescaíto. Y pasado, la Feria de Abril. En Sevilla, claro, como no puede ser de otra manera. Ciudad que carece de la necesidad de inventarse excusas para vestir bien. En Sevilla la estética no se discute. Se borda y se hereda. Se canta y se sirve con rebujito. Y, sobre todo, se respeta.

En un mundo donde la gente confunde innovación con disfrazarse, la Feria nos recuerda que lo verdaderamente revolucionario es repetir lo que funciona. Lo que es bello. Porque sí, repetir es un acto de valentía estética. Y también de inteligencia emocional.

Hace unas semanas, Mango fue señalada por lanzar trajes inspirados en el flamenco. Hablaban de apropiación cultural, como si la bata de cola necesitara ser salvada de algo. Como si las raíces no pudieran dar frutos nuevos. Como si el flamenco fuera una joya encerrada bajo siete llaves y no pudiera democratizarse; cuando en verdad es una celebración viva, abierta y expansiva. A estas alturas, en plena era del algoritmo, me parece casi tierno que alguien siga creyendo que hay ideas puras. Como si la moda no hubiera sido siempre lo que es, un remix en bucle. Como la vida misma. Y como las sevillanas.

Yo misma estrenaré vestido este año, pero, siéndoles sincera, creo que deberíamos dejar de tenerle miedo a la repetición. Repetir vestido. Repetir canción. Repetir peinado. Repetir aperitivo. Repetir el mismo bar de siempre. Repetir, a veces, es saber elegir. Porque la repetición no es aburrimiento, es ausencia de impostura. Repetirse no es falta de ideas. Es tener muy claro quién eres.

¿Repetir amor? Bueno, con matices. Ayer me encontré con un ex en una terraza de Jorge Juan. Después de 15 meses sin hablarnos y una ruptura cordial, le saludé desde mi mesa. Él me miró. Miró después a mi acompañante. Y espetó un "hola" más insípido que un salmorejo sin tomate. Y se fue. Treinta segundos ha durado el reencuentro. Lo suficiente para recordar que las decisiones tomadas no siempre duelen, pero a veces se confirman con un gesto. Ni que le hubiese dejado por mi vecino… Y no es cuestión de romanticismo, sino de educación y de gratitud. Y algo de memoria.

Repetir es maravilloso, pero no con antiguos amores. Por algo dicen que las segundas partes nunca fueron buenas. Ni las terceras. Y las cuartas ya son para Netflix. Y hablando de repeticiones, el lunes España entera revivió lo que algunos llaman un apagón romántico. No seré de las nostálgicas que proclaman lo maravilloso que fue. No. Fue una verdadera putada. Aunque reconozco que me pilló intercambiándome mensajes al viejo estilo, tipo SMS. Me sentí como en 2004. A los pocos minutos de que volviera la electricidad recibí un aviso de Orange informándome de que a mi factura se le sumaban 20 euros. Ni idea tenía. Yo creía que eso iba incluido en mi tarifa ilimitada, pero no. Ilimitada en teoría, limitada en letra pequeña.

Por un momento me sentí en plena adolescencia, apuntándome una dirección en el brazo por si se me apagaba el móvil y no recordaba dónde ni a qué hora había quedado. Me esperaba un vino blanco en casa de un amigo. En realidad, en su terraza. Íbamos a descubrir unas infusiones nada convencionales. Nada ilegal, pero poco apto para mentes literales (que no literarias). Y sí, también se puede repetir eso.

Les escribo desde el Mutua Open Madrid, entre ostras y burbujas de Laurent-Perrier. Decía Heráclito, al hilo de las repeticiones, que nunca te bañarás dos veces en el mismo río. Como esta frase, nunca habrá dos vinos iguales, ni aunque el cristal, la compañía y la hora parezcan la misma. Seamos entonces como las sevillanas, cuatro pasos que se repiten pero cada año se bailan distinto.

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