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Pedro Fernández Barbadillo

Y tras Blas de Lezo, Bernardo de Gálvez

Varios miembros del Congreso de EEUU han aprobado colgar un retrato suyo en el Capitolio.

Varios miembros del Congreso de EEUU han aprobado colgar un retrato suyo en el Capitolio.

Los españoles por fin están saldando la deuda que tienen con uno de sus mayores héroes, el marino vasco Blas de Lezo, que salvó el Imperio español de la depredación anglosajona. Este año se han inaugurado dos monumentos a su memoria: el primero, en Cádiz en marzo y el segundo, en Madrid el 15 de noviembre. Ahora correspondería honrar a otro militar vencedor de los ingleses: Bernardo de Gálvez (1746-1786), que provenía de una familia malagueña de militares y funcionarios.

Si el primer país en levantar una estatua a Blas de Lezo fue Colombia, también en el caso de Gálvez otros extranjeros se han adelantado a España: varios miembros del Congreso de EEUU han aprobado colgar un retrato suyo en el Capitolio.

La venganza contra Inglaterra

Entre 1757 y 1763 se libró la Guerra de los Siete Años: por un lado, Inglaterra, Prusia, Portugal y varios principados alemanes; por el otro, los reinos de la Casa de Borbón (España, Francia y Dos Sicilias), Austria, Sajonia, Piamonte y Rusia. La vencedora fue la coalición dirigida por Londres, que expulsó a Francia de la América del Norte. Inglaterra recibió Menorca, conquistada por Francia, y la península de la Florida de España. En compensación, Luis XVI cedió a Carlos III el inmenso y despoblado territorio de la Luisiana, cuya capital era el puerto de Nueva Orleans. Los ingleses penetraban en el Golfo de México y amenazaban Cuba y el comercio entre las Indias y España.

Con la sublevación de las Trece Colonias, la Casa de Borbón encontró la ocasión de vengarse de los Hannover y los comerciantes ingleses. Francia apoyó desde el primer momento a los rebeldes y Carlos III atrasó hasta julio de 1779 la declaración de guerra a Jorge III para preparar su Ejército y Marina.

Bernardo de Gálvez, que en 1765 ya era capitán en el virreinato de Nueva España, fue nombrado el 19 de julio de 1776 gobernador interino de la Luisiana. Sus dos misiones fueron limitar la expansión británica y el apoyo a los rebeldes; acogió a muchos de éstos y les suministró armas y dinero.

En cuanto la guerra fue oficial, Gálvez se puso en marcha antes de que lo hiciesen los ingleses, con un objetivo: expulsarles de Panzacola (Pensacola), Mobila y demás puertos en el Mississippi.

"Yo solo"

Después de varias victorias, Gálvez armó una flota para atacar Penzacola, pero una tormenta la desbarató en octubre de 1780. La acción se repitió en febrero de 1781, cuando zarpó de La Habana una flota de 32 buques con ese destino. Gálvez mandaba la expedición y el marino José Calvo de Irazábal tenía orden de obedecerle. Sin embargo, el marino se negó a la propuesta de Gálvez de penetrar en la bahía a tiro de los cañones ingleses para desembarcar en tierra y cercar la ciudad con las tropas que venían por tierra desde Nueva Orleans.

El último recurso de Gálvez para persuadir a Calvo fue forzar él solo el paso, lo que hizo el 18 de marzo de 1781. Desde un bergantín, llamado Galveztown, Gálvez primero mandó este mensaje al marino:

El que tenga honor y valor que me siga, yo voy delante con el Galveztown para quitarle el miedo.

Luego ordenó izar su pabellón y disparar 15 cañonazos para que el enemigo supiese que era él en persona el que iba en ese barco. Le siguieron dos lanchas cañoneras y una balandra, las únicas embarcaciones que estaban bajo su mando como gobernador de la Luisiana, como destaca la historiadora Carmen de Reparaz.

Las baterías inglesas le dispararon 28 cañonazos, pero ninguno acertó a los barcos españoles. El capitán Calvo de Irazábal se negó a repetir el golpe, aunque Gálvez le había mandado un mensajero para "componer lo pasado".

Al día siguiente el resto de la flota repitió la operación. Los ingleses dispararon 140 cañonazos, pero no causaron ni un muerto a los españoles ni hundieron nave alguna. Calvo, a bordo del San Ramón, el mayor navío de la flota, armado con 64 cañones, siguió negándose a forzar el paso y el día 24 largó velas a Cuba.

Durante el sitio Gálvez fue herido de gravedad dos veces. La plaza de Panzacola, defendida por varios fuertes y más de cien cañones, se rindió el 9 de mayo.

La victoria colmó de honores a Gálvez: ascendió a teniente general, fue nombrado caballero pensionado de la Real Orden de Carlos III; la bahía de Panzacola pasó a llamarse bahía de Santa María de Gálvez; se le nombró gobernador y capitán general de la Luisiana y de la Florida Occidental, que comprendía el territorio que hoy es la costa de los estados de Luisana, Alabama y Mississippi, con capital en Panzacola; y el rey le concedió el derecho a colocar como timbre de sus armas el bergantín Galveztown con el mote Yo solo. En 1783, a petición de la provincia de la Luisiana, Carlos III le concedió el título de conde de Gálvez.

En ese año de 1783, el Tratado de París con el que concluyó la guerra entre Francia, España y los rebeldes americanos en un bando y Reino Unido en el otro, España recibió las Floridas, la Occidental y la Oriental. Gracias a ello, el Golfo de México volvió a ser un lago español.

En 1784 viajó a España, donde se le consultaba para tratar de zanjar asuntos que luego enredaron las relaciones con los Estados Unidos, como la libre navegación por el río Mississippi y la inmigración de ciudadanos de la nueva república al territorio de la Nueva España (y que es la raíz de la independencia de Texas y la guerra entre México y EEUU de 1846-1848).

En octubre de 1784 fue nombrado capitán general de Cuba, cargo que incluía la Luisiana y las Floridas. Entre sus instrucciones estaban las de establecer un correo regular y cifrado con el bilbaíno Diego de Gardoqui, primer embajador español en Estados Unidos, para reforzar la soberanía de España en la cuenca del Mississipi y recordar a la república que "tenía derechos de gratitud hacia nosotros y no de usurpación".

Virrey de la Nueva España

En 1785 falleció en México su padre, Matías de Gálvez, virrey de la Nueva España, el virreinato más extenso de los que pertenecían a la Corona española y una potencia geopolítica, pues abarcaba desde las Filipinas en su extremo oriental a Cuba y Puerto Rico en el occidental, y desde el Canadá al norte hasta Panamá al sur. Madrid le nombró a él para sustituirle.

Como virrey de la Nueva España, dio muestras de su honradez y su servicio a los demás. Amparó a las víctimas de una peste y una hambruna (incluso abrió el palacio virreinal a los desamparados y donó medio millón de pesos de su patrimonio), extendió la iluminación pública en la capital, fomentó las obras públicas, patrocinó expediciones científicas y estableció que un porcentaje de la lotería se dedicase a la beneficencia.

Falleció el 30 de noviembre de 1786. En su testamento pidió al secretario de Estado del Despacho Universal de Indias, marqués de la Sonora, tío suyo, que atendiese a su viuda y a sus tres hijos. Se le enterró en la iglesia de San Fernando de la ciudad de México y quedó olvidado. Tan olvidado que Manuel Olmedo, ingeniero y miembro de la malagueña Asociación Bernardo de Gálvez, afirma:

En su tumba las dos únicas lápidas que existen fueron las que colocaron dos instituciones de Estados Unidos. Es decir, Bernardo de Gálvez es un héroe para los Estados Unidos y es un olvidado para España.

El 8 de mayo de 1783 el Congreso de EEUU quiso rendir homenaje a la ayuda de Gálvez a la independencia de la nueva república y aprobó un acuerdo por el que se aprobada colgar un retrato en su sede. El tiempo pasó y el acuerdo se perdió hasta que lo recuperó Olmedo.

En octubre, la asociación malagueña que lleva el nombre de Gálvez entregó en el Senado de EEUU un retrato del héroe, y existe el compromiso de colgarlo en la Sala de Asuntos Internacionales.

La estatua a Lezo en Madrid y el retrato de Gálvez en el Congreso de EEUU han sido iniciativas de diversos ciudadanos españoles, mientras la Armada española y la Embajada en Washington estaban ocupadas en otros asuntos que suponemos eran más importantes. La salvación de España, como en 1808, dependerá del pueblo, no de las instituciones ni de quienes viven de ellas.

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