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Carmelo Jordá

Reírse de Anna Frank

Nadie te dirá a la cara que eso que estás haciendo es, usemos una palabra suave, una estupidez.

Siempre he pensado que es bueno reírse de todo y de todos, no creo que deban establecerse límites para el humor. Por supuesto, eso no quiere decir que no haya cosas que por lo general me hacen muy poca gracia, pero tampoco son tantas, se lo prometo.

Una de estas pocas cosas con las que es difícil que me ría es el Holocausto. No sé, vistos los lugares, aprendida la historia, escuchados de primera mano los testimonios o leídos los libros… me quedan pocas ganas de reír, la verdad. Creo, además, que es un tema tan importante y del que la mayoría sabe tan poco que el humor puede ser especialmente contraproducente, pero eso no quiere decir que vaya a ser yo quién lidere el linchamiento, ni mucho menos. Eso sí, puestos a reírse del Holocausto, además de guardar un poco de respeto de alguna forma, sí creo que hay un requisito absolutamente imprescindible: tener un poquito de gracia.

Les traslado toda esta reflexión porque he encontrado por Twitter un vídeo de un fragmento de un programa televisivo en el que una joven pizpireta hacía algo muy poco parecido al humor a cuenta de Anna Frank. Si les contaba que el humor sobre el Holocausto se me hace difícil, aún me parece más complicado si la cosa implica al millón y medio de niños que fueron asesinados durante la Shoah, en lo que sin duda es su rasgo más brutalmente cruel. Anna Frank sólo fue uno de ellos, pero simboliza como pocos esa parte más terrible de la peor de las tragedias.

Nada de esto ha debido de pasar por la cabeza de Victoria Martín, a la que respetaremos la presunción de gracia pero que, en una especie de sketch sobre Anna Frank hace unos días, no estuvo, digamos, muy afortunada. Tampoco es que otras actuaciones de la chica que veo en su cuenta de Twitter (@LivingPostureo) me parezcan desternillantes, por lo general no encuentro motivos para la carcajada ni incluso para la sonrisa: Victoria lee sus guiones con cierta soltura mientras a su alrededor presentadores de lo más variopintos actúan como si aquello fuese el despiporre total; utiliza palabras muy malsonantes, en plan "fíjate lo que soy capaz de decir en televisión", y emite juicios tajantes sobre todo y todos. Pero a mí no se me mueve ni un músculo de la cara, puede que sea culpa mía, ojo, igual es que no soy millennial o que, simplemente, ya estoy muy viejo para según qué cosas, vayan ustedes a saber.

El caso es que los chistes sobre una Anna Frank influencer que no puede salir de Ámsterdam y que no ha tomado mucho el sol no parecen hacerle mucha gracia ni a la presentadora del espacio, y lo cierto es que no hay nada en ellos de ingenio, ni de verdadera sorpresa, no hay asociaciones mentales inteligentes, ni siquiera auténtico absurdo, solo hay la voluntad de transgredir, de atacar algo simbólico y, en principio, intocable.

Pero desde mi punto de vista reírse de Anna Frank no es un ejemplo de humor valiente, cebarse con una niña que fue asesinada de la forma más vil no es empujar los límites del humor y, sobre todo, no supone ningún riesgo personal, por mucho que parezca una blasfemia. ¿Qué te va a pasar por banalizar el Holocausto una vez más? Nada, todo lo más algunas críticas en Twitter y una modesta columna en un periódico como esta. Quizá si Victoria atacase a los islamistas uno vería cierto coraje, o si hiciese chistes sobre las mujeres maltratadas tendría que admitir que se la estaría jugando con un tema tabú, tuviese más o menos gracia, pero la memoria de Anna Frank está casi tan desprotegida como la propia Anna cuando llegó a Bergen-Belsen: no vas a perder ni un duro, ni un contrato, ni un patrocinio, nadie te pedirá cuentas feministas por atacar a una mujer ni te dirán a la cara que eso que estás haciendo es, usemos una palabra suave, una estupidez.

Dicho todo lo anterior, que conste en acta que sigo pensando que Victoria Martín tiene derecho a hacer humor con lo que quiera; pero, eso sí, le recomiendo que se lo trabaje más, que no dé por supuesto que sólo con su desparpajo ya está la gracia hecha, y, sobre todo, que se piense mejor a quién o qué intenta ridiculizar, porque ella ya tiene unos añitos más de los que logró vivir la pobre Anna Frank y, por lo pronto, no está a suficiente altura ni para llevarle agua.

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