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Amando de Miguel

La sociedad icónica

En la sociedad actual, es notoria la importancia que tiene la continua presentación de uno mismo ante los demás.

En la sociedad actual, es notoria la importancia que tiene la continua presentación de uno mismo ante los demás. No basta con que tal relación sea personal ("presencial", se dice, ahora). Cada vez más, interesa que esa exposición se haga a través de la imagen. En el caso de que afecte a una empresa o institución, estamos ante la "imagen corporativa", valga el anglicismo.

Proporciona un gran placer el hecho de que el nombre de uno, la efigie y otros detalles biográficos aparezcan, alguna vez, en los medios audiovisuales, incluyendo los teléfonos móviles y otros dispositivos de comunicación. Ya no se estilan los álbumes de fotografías. Ahora las imágenes, que se transmiten en cualquier momento, son mucho más dinámicas y efímeras.

El resultado es que el ambiente en el que nos movemos es cada vez más una realidad icónica, de infinitas y tornadizas fotos o secuencias de vídeos.

No es tanto que mostremos nuestra figura, estática o en movimiento, sino que la puedan ver otras muchas personas. En el incesante intercambio de imágenes, lo interesante es "quedar bien". Se dice, así, en el sentido que corresponde a los actores o actrices del teatro, el cine, la canción, los medios audiovisuales. De esa forma, cada vez se cumple mejor la idea de la vida corriente como una representación escénica. Es lógico que cunda el interés por cuidar el cuerpo, no tanto por la salud como por la impresión que podamos dar de nosotros mismos. Es un criterio estético o de simpatía, más que sanitario.

Parecerá que nos encontramos ante una eclosión del individualismo. No hay tal. Etimológicamente, el individuo es el que no es divisible, resulta completo y único. Sin embargo, en el mundo icónico, las personas aparecen continuamente ante los demás con diversas caras, de muchas formas. Resulta curioso que la voz individuo (como la de sujeto) ha llegado a tener un sentido despreciativo, próximo a la delincuencia. No puede calificarse de individualista una sociedad, como la española, donde tanto cuenta el qué dirán. La imagen de nosotros mismos, proyectada ante los demás por todos los archiperres electrónicos, acaba siendo una copia o repetición. Se pierde la individualidad.

Es un hecho paradójico que, al intercambiar una miríada de imágenes por todos los medios, al final predomine una especie de uniformidad, que es lo opuesto al individualismo. Dice un refrán de toda la vida: "¿Dónde va Vicente? Donde va la gente". En el plano político o en el del consumo, lo que predomina no es la rebeldía, sino la conformidad y la sumisión respecto a lo que se lleva en todos los órdenes.

Por mimetismo con la cultura anglosajona, los escritores en español hablan mucho de autoestima. Antes se decía "dignidad", que se entendía. El predominio icónico ha acabado con esa noción. Actividades que en otros tiempos habrían sonado a delictivas, ahora se ensalzan, precisamente, porque pueden llegar a ser virales (populares). Ejemplos. La ocupación de un domicilio se transforma en el derecho fundamental del okupante a una vivienda. Se anuncian empresas que realizan, para los clientes, exámenes pruebas académicas de todo tipo, incluso tesis doctorales.

Permítaseme una consideración complementaria a lo anterior. Me refiero al tratamiento icónico de una gran parte de las películas y series de televisión recientes. Los personajes se parecen demasiado entre ellos, sea por el físico o por el atuendo. De ahí la necesidad de que tengan que estar pronunciando continuamente el nombre del interlocutor para facilitar la comprensión del argumento por parte de los espectadores. Menos explicable es la reiterada decisión tenebrista de filmar escenas nocturnas o con poca luz. Todo lo cual lleva a una difícil comprensión de la trama. En definitiva, el mundo de la ficción icónica, a través de la tele, se nos está haciendo asaz dificultoso. Ocurría con las películas del cine mudo, el de mi primera infancia. El itinerante, que llevaba la película por los pueblos, ante la pantalla, se armaba con un puntero para ir explicando quiénes eran los personajes de la ficción y sus acciones. Habrá que recuperar algún equivalente de tal recurso pedagógico. El cual fue elevado a la fama literaria por Cervantes, en el Quijote, con la aventura del "titerero maese Pedro", o sea, el titiritero señor Pedro.

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