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Amando de Miguel

Por qué cuesta tanto entenderse

Con el mismo vocabulario es posible manifestar muchas ideas y sentimientos que luego conflictúan.

La pregunta puede parecer un tanto derrotista. También cabe argüir lo fácil que resulta entenderse. Para eso, dos interlocutores manejan una misma lengua. Pero la realidad nos dice que con el mismo vocabulario es posible manifestar muchas ideas y sentimientos que luego conflictúan. La lengua sirve, además, para insultar, despreciar, ridiculizar al otro. A veces se trata de tácticas defensivas.

Anotemos esta curiosidad. En castellano, discutir puede significar conversar para llegar a un acuerdo, un buen entendimiento. Pero también se utiliza como equivalente de reñir, destapar o enconar un conflicto. Por eso se dice que "dos no discuten si uno no quiere".

No es menor polisemia la que se establece con entenderse. Sirve para demostrar una identidad de sentimientos o pareceres a través de las palabras. Pero en ocasiones equivale a mantener relaciones amorosas irregulares y, por tanto, criticables.

Es claro que, normalmente, tratamos de entendernos (en el mejor sentido) con nuestros prójimos. Habrá que explicar a qué se debe tal tendencia, que no solo se desprende de la observancia de la ética cristiana. En muchos casos opera un tácito deseo de justificarse, de asegurar aliados en la lucha de la vida, de autoconvencernos de tener razón. No es fácil, pues, en nuestro interior, sabemos de la fragilidad de muchos de nuestros principios. Si, a pesar de todo, los defendemos es porque es conveniente dar la impresión de coherencia.

En la avidez para llevarnos bien con otras personas funciona, a veces, un motivo que gusta de ocultarse: la envidia. Se puede llamar "emulación" para darle respetabilidad. Es igual, se trata de sentimientos generalizados.

En la vida pública española es notorio el caso de los vascos y catalanes nacionalistas, tan duros de entenderse con el resto de los habitantes del país. Naturalmente, la animosidad se mantiene, igualmente, en la otra dirección. No cabe el argumento de que en tales relaciones los otros aparecen como lejanos o distintos. La prueba es que, normalmente, en España se produce una buena inteligencia con los extranjeros. Puede que aquí resida el éxito turístico con los guiris. Así pues, el idioma no explica la posible falta de entendimiento.

La demostración de lo difícil que es llevarse bien con las otras personas próximas (incluso parientes, vecinos o colegas) está en las pocas veces que recurrimos a la frase "tienes razón". En inglés, por ejemplo, es mucho más corriente esa demostración de asentimiento, aunque puede que se utilice como una forma educada de salir del paso. Recuérdese la humorada. Un individuo se dirige a otro: "¿Por qué está usted tan gordo?". El cual contesta: "De no discutir". Replica el primero: "Hombre, no será por eso". Y el gordo responde: "Pues no será por eso".

En todo lo anterior, presumo que es bueno que nos entendamos todos, en paz y armonía. Solo que esa es una ilusión buenista o, si se quiere, caritativa. En la vida corriente llegamos a una buena inteligencia con unas personas y no con otras, aunque puedan ser muy cercanas. Tal discriminación puede resultar muy provechosa para el bienestar general y el afianzamiento de la personalidad de cada cual. La idea es que no se puede apreciar a todo el mundo de la misma manera. Ni siquiera en un convento se exige esa condición de llevarse bien con todos los demás profesos o internos. Por eso mismo una sabia norma conventual es la regla del silencio. Con las palabras siempre estallan los conflictos. Pero las paces también se hacen hablando.

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