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Amando de Miguel

Canto al pesimismo nacional

San Agustín era tan clarividente como pesimista. Por eso tenía razón.

No es fácil percatarse de que la civilización en la que uno tiene que medrar ha llegado a su cenit; realmente, se encuentra en la fase de declive. Hace dos mil años también se creyó que el imperio romano era el definitivo estadio de la fortuna en todos los órdenes. La clarividencia de San Agustín se adelantó a sus contemporáneos. El de Hipona concluyó que el imperio romano no iba a ser eterno, llevaba algún tiempo desarticulándose; y eso que el proceso de decadencia se extendió a lo largo de varios siglos. San Agustín era tan clarividente como pesimista. Por eso tenía razón.

El pesimismo es una rara manifestación de la inteligencia. No creo que haya animales pesimistas, ni optimistas. El pesimista suele percibir un contorno más fiel de la realidad, con más dimensiones.

El imperio español llegó a su ápice en el siglo XVI. En el XVII entra en barrena hacia una lenta decadencia. Algunas mentes perspicaces de ese siglo de oro (en las artes) se dan cuenta del declive imperial; son pesimistas recalcitrantes. Pongo por caso estas tres mentes extraordinarias: Miguel de Cervantes, Baltasar Gracián y Francisco de Quevedo.

Aconseja Don Quijote a su escudero: "No hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no consuma". Era una premonición de los frustrados ideales caballerescos del ingenioso hidalgo, un símbolo del final de la hegemonía de la monarquía española. Gracián es todavía más cauteloso, como buen jesuita: "La reserva es la marca de la inteligencia. Las cosas que hay que hacer no se deben decir y las que hay que decir no se deben hacer".

Reflexiona el taciturno Quevedo: "Y es más fácil, ¡oh España!, en muchos modos/ que a los que a todos les quitaste sola/ te puedan a ti sola quitar todos". Es lo que estaba sucediendo.

Habría que demostrar que la melancolía de los escritores del siglo de oro se pueda revivir hoy ante la evidente decadencia de la cultura europea, al menos de la española. Como estamos en la era científica, habría que buscar indicios en las estadísticas imposibles. Por ejemplo, sería del mayor interés comprobar que en la actual sociedad española hay más mascotas (animales de compañía) que niños. O, también, en la España postpandémica, el nuevo derecho colectivo que se reivindica es el de recobrar el "ocio nocturno" y su equivalente más zafio, el botellón. Todo lo cual significa la extrema valoración del ruido, el alcohol y la cocaína. Es el equivalente, degradado, del panem et circenses, la manifestación popular del imperio romano decadente. La expresión despectiva es de Juvenal, el poeta romano de finales del siglo I y principios del II.

El canto de cisne de la civilización europea lo representa, políticamente, la Unión Europea, que no es ninguna de las dos cosas. Sus miembros cuentan muy poco en el concierto mundial, que ahora se dice "global".

Dentro de la Unión Europea, la situación española es particularmente atribulada. Otra: los muchos españoles (por pertenencia administrativa) que no hacen suyo ese gentilicio forman una estadística desconocida que sería aterradora. Es cosa corriente que la voz España se sustituya por la de Estado. Más general es todavía la identificación de lo español de hoy con el fascismo, por absurda que pueda ser tal equivalencia despectiva.

Pesimismo sistemático es considerar que las realidades a nuestro alrededor van de mal en peor, resultan atosigantes. Es el juicio típico de la minoría intelectual, si bien no lo comparte mucha gente. Es lo que se llama sabiduría popular, valga el oxímoron.

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