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Pedro de Tena

Caperucita, sospechosa

Ahora, según acaba de decirse, en el cuento de Caperucita "subyace la historia de una violación". No teman, que no es nada original.

Ahora, según acaba de decirse, en el cuento de Caperucita "subyace la historia de una violación". No teman, que no es nada original.
Caperucita Roja y el lobo en el bosque. | Pixabay/CC/27707

Es casi un lugar común considerar que hay tres grandes maestros de la sospecha –la autoría es de Paul Ricoeur– en Europa. El primero de todos, por orden cronológico, orden ahora desacreditado, es Karl Marx. Para él, todo hecho y todo dicho eran sospechosos de ocultar intereses de clase, algo histórico y no absoluto. Hasta los derechos humanos, que consideraba expresión de los intereses de la burguesía por eso de la defensa de la propiedad y la familia, eran sospechosos. Lo suyo, que era, cómo no, una verdad inmaculada, era la defensa de los derechos del ciudadano de un Estado igualitario por dictatorial.

El segundo gran introductor europeo de la sospecha es Friedrich Nietzsche. En su caso, lo sospechoso devenía de que, en realidad, toda civilización es el desarrollo de una metáfora tan válida como otras. En el caso de la occidental, la genealogía de la moral demostraba cómo sus valores no eran más que opciones con fundamentos inciertos y relativos que podían y deberían ser sustituidos por otros.

El tercero fue Sigmund Freud, que dio por sentado que bajo las aseveraciones supuestamente racionales de los europeos se ocultan sentimientos irracionales inscritos en un nuevo universo, el subconsciente, muy condicionado por el sexo y la muerte. De ese modo, cualquier cosa es susceptible de una nueva interpretación a la luz de su método psicoanalítico, nada sospechoso, claro. Por ejemplo, un acto fallido ya no era un error sino que encerraba toda una explicación reprimida por la censura social y moral.

El hembrismo actual va mucho más lejos que todos ellos. En realidad, la sospecha decisiva es la que procede de la condición sexual aunque de manera selectiva. Todo lo que derive de un individuo varón debe ser presuntamente culpable y lo que se origine en un individuo mujer o hembra –o individua– debe ser tratado con presunción de inocencia. Hasta tal punto llega la cosa que los cuentos infantiles, si han sido escritos por varón, son susceptibles de ser tratados con suspicacia y reinterpretados según las reglas indiscutibles del hembrismo.

Aquí está el caso de Caperucita Roja, en cualquiera de sus versiones, que hay tres. La popular, la original de Charles Perrault, que vivió en el siglo XVII, y la de los Hermanos Grimm, florecientes en el siglo XIX. El cuento es conocido por muchos porque pertenece al tesoro de los cuentos infantiles que se han contado siempre en España junto a Pulgarcito, La Cenicienta, El gato con botas, Garbancito y otros muchos.

El caso es que ahora, según acaba de decirse, en el cuento de Caperucita "subyace la historia de una violación". No teman, que no es nada original. Ya en 1984 se reunieron en la Universidad de Princeton alrededor de cien psicólogos, psicoanalistas, sociólogos y otros intelectuales para analizar las relaciones entre los cuentos infantiles y la sociedad. En la versión de Perrault, ojo, el lobo no se disfraza de abuela y acoge desnuda a Caperucita en la cama familiar antes de comérsela.

En este relato de Caperucita Roja, que fue el primer amor de Charles Dickens, tales "expertos" encontraron, siguiendo a Bruno Bettelheim, un vendaval de símbolos sobre menstruación, virginidad, violación y machismo, así como otras alusiones a la ley, la educación e incluso a las deficiencias en las cerraduras de la época.

Palabrita, que lo he leído en una Enciclopedia de datos inútiles. En España, hay quien ha considerado desde hace tiempo que Caperucita roja esconde un camino iniciático de la sexualidad en el que el bosque de la abuela era el signo del recorrido vital sexual.

Joé. Apesadumbrado sobrevivía por haber infectado a mis nietos con tamaños desvaríos y complicidades cuando vinieron en mi auxilio los tres mosqueteros anti-estupidez que son Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa bajo la especie de su Manual del perfecto idiota latinoamericano, válido cómo no, y mucho, para los españoles.

Sobre Caperucita dicen: "¿Qué saldría de una lectura revolucionaria y marxista…de La Caperucita Roja? ¿No hay en esa abuela comilona y desalmada que lanza a la niña a los peligros del bosque una demostración palpable de la peor moral burguesa?". Ahora, imaginen la versión hembrista.

Y concluían: "¿Cómo se puede, ¡Dios!, ser tan idiota y no morir en el esfuerzo?". Pues se puede. Por ejemplo, yo he soñado que Caperucita era Ucrania, que el lobo era Putin, que la abuela enferma era Europa, que en el bosque se agazapaban la OTAN y China y que Joe Biden rechazaba el papel de leñador (versión Grimm)… Debo aprender a sospechar más.

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