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Amando de Miguel

Los mal llamados pecados capitales

Los consabidos "siete pecados capitales" no son, realmente, ninguna de las tres cosas, aunque se acepte la etiqueta tradicional.

Habrá que hacer un alto en el camino de la obsesiva comunicación sobre los menudos sucesos de la actualidad política; las elecciones y todo eso. Para entenderlos mejor, me detendré en explorar lo que está en la base todo: la naturaleza humana, la parte más cercana a lo cotidiano.

Empezaré por los consabidos "siete pecados capitales", que no son, realmente, ninguna de las tres cosas, aunque se acepte la etiqueta tradicional. Es inmensa la literatura, escrita en España, sobre el particular, fuera de la, propiamente, catequística. La convención de que sean siete (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza) es un homenaje a las muchas tradiciones de ese número mágico. Así, los siete sabios de Grecia, los colores del arco iris, los planetas, los infantes de Lara, las notas musicales, las palabras de Jesús en la cruz, los días de la semana, las estrellas de la Osa Menor (de la bandera de Madrid). La enumeración podría alargarse. Lo fundamental es que no se trata tanto de pecados como de sentimientos o pasiones. Tanto es, así, que constituyen la base de la conducta humana, sin la cual no habría sociedad. Esa es la tesis de la intrigante novela de Wenceslao Fernández Flórez, Las siete columnas. Es un relato innovador de la literatura humorística, futurista y surrealista de hace un siglo. Dice un personaje respecto a la evolución social: "¿Qué cambiará? Nada de lo que pueda ser esencial para el hombre. Quizá, las costumbres, pero, no los sentimientos, que son los que importan para ser felices".

La literatura española sobre los pecados capitales peca de escolasticismo, esto es, la reiteración mecánica de lo que han dicho otros tratadistas, singularmente, extranjeros. Entre nosotros, se estila mucho el género de acumulación de citas; muchas veces sin ton ni son.

La idea de "capitales", que merece este repertorio de pecados o sentimientos básicos, se justifica por provenir de la "cabeza". Son pensamientos comunes a la especie humana. Se trata de una consecuencia inmediata de la inteligencia, cualidad exclusiva del hombre, junto a la libertad. Podría aceptarse la etiqueta de "pecados", en la medida en que se manifiestan en deseos placenteros, que, al tiempo, podrían ser dañinos para el sujeto y sus prójimos.

No está tan clara la dualidad tradicional de los siete pecados capitales coronados por sendas virtudes compensatorias. Por ejemplo, se entiende que, a la avaricia, corresponde la virtud de la generosidad o largueza. Realmente, lo contrario de ese vicio es otro: la prodigalidad. Más discutible es que la virtud opuesta de la envidia sea la caridad. Tampoco, se colige que lo contrario de la pereza sea la diligencia. Habrá que volver sobre ello con algún detenimiento.

Si hubiera que poner al día el catálogo de pecados básicos, la lista incluiría algunos de comunicación con los semejantes. Por ejemplo, el egoísmo en todas sus formas, pues el "yo" sería, también, el "nosotros". Anotemos, igualmente, la insolidaridad, las diversas clases de odio al prójimo. Recuérdese la extraña figura penal de nuestros días: el delito de odio. Parece un contrasentido jurídico, pues el Derecho de nuestro tiempo solo puede castigar conductas, no pensamientos. Bien es verdad que hay constancia de ideas tan perniciosas, que, como consecuencia, pueden llegar a producir graves daños. El terrorismo sería una figura extrema de esa concatenación.

En nuestra tradición cristiana, la presencia de los pecados capitales se asocia con el incansable Diablo. Es una interpretación que merece revisarse, incluso, sin salirse del campo religioso. A no ser que el Diablo hodierno sea una figura asociada al interior de cada ser humano. Desde luego, es una idea que valdría para las distintas confesiones religiosas, incluyendo la más numerosa de los escépticos y ateos. Los cuales constituyen una secta virtual teñida de egoísmo. Por eso es tan representativa de nuestro mundo.

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